“El deporte más parecido a la política es el fútbol americano”, dijo Barack Obama. Fue la respuesta a la pregunta del humorista Jerry Seinfield, en su serie más reciente cuyo título es Comediants in cars getting coffee (Netflix). Seinfiel tiene la gracia suficiente para hacer que un automóvil no resulte repulsivo y Obama tanta simpatía como para hacer amable y terrenal la política, incluso la de Washington.
La pregunta de Seinfiel era más cerrada: la política es como el ajedrez o como “el póquer del mentiroso”, puntualizó. El ajedrez siempre fue comparado con la guerra o, mejor surgió con la guerra, en la India donde se escribieron algunos de los tratados más antiguos sobre guerra y política como el Kautiliya, por ejemplo. El póquer es más extraño como analogía. El engaño siempre está asociado a la política pero de maneras más sofisticadas que las que sugieren los sitios de internet de póquer. A los maestros del engaño les suele ir mal en política; hay que ser más que un embaucador para merecer el título de estadista.
La respuesta de Obama fue más completa. En el fútbol americano, como en la política, hay “muchos jugadores, mucha especialización, muchos golpes”. Habla desde la perspectiva de la materia. Cuando se ubica como político, desde el punto de vista subjetivo, la interpretación del símil cambia: en la política como en el fútbol americano, “hay que conformarse mucho”; ceder en los propósitos propios, buscar compromisos. “De vez en cuando ves un espacio y logras hacer una yarda”, completa.
Que toda metáfora es incompleta por definición y que las de la política lo son aún más, queda claro en la entrevista que David Letterman le hizo a Obama hace poco (Netflix). Allí el expresidente explica que el papel de un líder público trasciende las iniciativas, las obras, la solución de contingencias. Es decir, todas las tareas que tiene que hacer un buen administrador, apoyado por un buen grupo de técnicos y una burocracia eficiente. Descontando con qué margen de maniobra político y financiero pueda contar.
Un buen líder tiene que inspirar. Tiene que enviar las señales adecuadas a sus conciudadanos, a la población, acerca de cuáles son las actitudes y los comportamientos adecuados para que su proyecto y los propósitos del país salgan adelante. Un buen líder, un buen presidente de un país, tiene que impulsar un determinado perfil de la cultura ciudadana, indicando en qué patrones se debe persistir, a qué modelos debemos aspirar a parecernos. Influir en cosas tan simples y profundas como la forma de hablar o de expresar las ideas y las emociones.
Los buscadores de programas de gobierno, de experiencia, se quedan tratando de resolver la mitad del problema. Cuando un país o el mundo andan despistados en términos de valores, son más útiles los líderes inspiradores.
El Colombiano, 4 de febrero
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