Hay un enorme malestar en Colombia. La prueba la dan las encuestas presidenciales que muestran que un tercio de la población está indecisa y desconcertada, la mayoría está inclinada a alternativas no tradicionales, en un mosaico del que han desaparecido los partidos liberal y conservador.
El marciano recién llegado a América Latina en su platillo volador quedaría bastante desconcertado. ¿Por qué los colombianos están tan verracos? Colombia, sin dudas, no tiene una situación mala en el panorama continental. Puede ser mediocre, pero está mejor que Brasil, México y Argentina en cuanto a las tendencias en la economía, la seguridad y algunos indicadores sociales. Si el marciano leyera un poco de historia contemporánea se daría cuenta de que el país está viviendo las mejor de las últimas cuatro décadas. No son solo las estadísticas, pensemos en nuestra condición personal y evaluémosla.
Pero en la vida no todo es objetividad ni racionalidad. Ese es el cuestionamiento filosófico de fondo que hizo el recién laureado Nobel de Economía Richard Thaler, quien, por demás, es sicólogo. ¿Será que estamos de diván?
Intentaré algunas explicaciones, como pensando en voz alta. La primera es que la batalla feroz entre las élites que han gobernado a Colombia en los últimos 30 años, hizo confundir a la ciudadanía y está llevando a que todos pierdan. Presidentes y expresidentes en una pelea callejera. La situación es resultado de su irresponsabilidad.
La segunda. Estamos terminando ocho años de un gobierno que se desinteresó de la gente. Tal y como describe Gore Vidal (1925-2012) al protagonista de su novela Lincoln, yo creo que Santos se acomodó en la Casa de Nariño pensando solo en la negociación con las Farc y lo demás le interesó un pito: justicia, educación, salud. Peor aún, pensó que el bien de la paz se podía lograr por malos medios como la corrupción del congreso y comprando el apoyo de Cambio Radical. Logró el acuerdo con las Farc –mérito que nadie podrá quitarle– pero desistió de hacer la preparación y pedagogía que necesitaba. Ahora mucha gente disfruta los beneficios del posconflicto sin agradecer –porque no lo entendió– el trabajo que se hizo.
La tercera razón es que, durante ocho años, la sociedad perdió un sentido crítico razonable. En mis cinco décadas de vida social consciente nunca vi una prensa tan gobiernista y acomodada. Y la oposición quedó en manos de un grupo de histéricos y mentirosos. Nos pasamos ocho años sin que el ciudadano promedio se sintiera representado en sus preguntas y sus objeciones. La prensa no hizo el trabajo, la oposición fue desleal con las instituciones, las élites intelectuales y económicas se distrajeron.
Ahora la masa está indignada y, como suele suceder, puede optar por la autodestrucción. Y las élites por el conservadurismo extremo. El país necesita un cambio, guiado por la moderación.
El Colombiano, 18 de febrero.
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