Los caracteres sociales tienen un lugar especial en el habla regional. Como en todas, la riqueza es mayor cuando se refiere a caracteres negativos que permiten ampliar la descripción y la crítica de conductas que se apartan de un tipo ideal.
Ya es un tópico hablar del empuje paisa, por lo cual no extrañan los regionalismos para señalar a quien no trabaja como mantenido, muy cercano al flojo y al pegao. La pujanza también conlleva ingenio y los opuestos son el atembao, menso o pendejo; de la vivacidad carecen el sonso y el pachocho. Aunque, sin duda, se creó una cultura del vivo –del que no respeta las reglas– algunas viejas palabras castigan el exceso sindicándolo de atravesao, ventajoso, conchudo, tramista o tumbador. El faltón y el torcido son más nuevos, pero tienen en el mismo sentido.
Del mismo modo, aunque por acá la bobada es pecado mortal tampoco son bien vistos el alzao, el sobrador y menos el atarbán. Ahora, la bobada no tiene que ver con el conocimiento. Alguien podía tener la oportunidad de aprender pero si era tapao, bruto, no había nada que hacer. Tampoco se puede confundir al tapao, con el cerrao porque este es un simple testarudo, cabeciduro. La confusión se puede originar en que ambos, el tapao y el cerrao son “como una mula”. El bobo tampoco es el manso o asentao, de hecho el peleador era mal visto, no solo como puro malo, si no también como cositero, problemático, perecoso, cismático, iriático.
En el pasado, antes de la cultura narco y consumista, la austeridad era una virtud pero se elogiaban al amplio y al desprendido –que no llega a botaratas– y se despreciaban al amarrao, cicatero, angurrioso, agalludo, goterero, incluso al pedigüeño. Eso sí, no se admitía la ostentación. Malos caracteres eran el fulero, el chicanero, el lucido, todo aquel que enviara el mensaje de que era dediparao. Como la franqueza propia del frentero, a veces brutal, es de signo positivo nos enervan los solapaos, lambones, intrigantes y morrongos.
A pesar de que los paisas tenemos fama de ser casi honrados, la verdad es que también se estigmatizaba al ladrón como sisero, manilargo, aprovechao o apenas malapaga. Amigos del éxito, se señala al mal perdedor como rabón, al experto como baquiano y al torpe como chambón, al atrevido como entrador pero si se pasa es un metido.
A las nuevas generaciones es bueno decirles que aquí se apreciaba la sencillez, pero que no nos tragábamos al ordinario y menos al guache, y nos chocaban los empalagosos y alesbrestaos, todos ellos tan comunes hoy. Los padres jóvenes no aprendieron que la sobreprotección es mala porque de ahí solo resultan muchachos contemplaos, moñones, sentidos, chisparosos, en una palabra malcriaos. Vía expedita para tener adultos atenidos, pechugones, descaraos, que se comportan como merecidos.
El Colombiano, 7 de agosto.
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