Hace cuatro años el presidente Juan Manuel Santos afirmó que la negociación con la Farc era cosa de meses, de seis meses para ser exactos. Cada uno de los años subsiguientes se sometió al desgaste de aventurar fechas; la última vez nos citó a la Plaza de Bolívar en Bogotá el 20 de julio pasado. Esto demuestra que Santos no tenía las más remota idea de qué se trataba la negociación con las Farc, ni de cómo era esa guerrilla; que creía que esto era un picnic.
El único acierto que ha tenido el presidente de la República en este proceso fue la conformación del equipo negociador. Una mezcla de personajes representativos, avezados, con experiencia sin ser empíricos, ilustrados sin ser intelectuales puros, comprometidos con la institucionalidad del país y convencidos de que no hay guerra, incluidas las ganadas, que no terminen con una negociación. Un equipo al que le toca lidiar con las Farc, con Uribe y con su propio jefe.
Y es que las principales equivocaciones del Presidente han sido la intrusión atropellada a los trabajos del equipo negociador para tratar de apresurar acuerdos o fases del proceso, eludiendo la estrategia, la visión de conjunto y el conocimiento de los representantes del gobierno en la mesa de diálogos. Cuando puso una mesa paralela de abogados desatrancó, en efecto, el acuerdo sobre justicia transicional pero al precio de debilitar el equipo, golpear a sus funcionarios más fieles y avalar puntos precisos que, quizá los negociadores oficiales no habrían dejado pasar.
Le fue más mal cuando mandó a su hermano en el primer cuatrimestre del año a tratar de apresurar el acuerdo sobre concentración, desarme y desmovilización. Ahora lanza el globo de una supuesta “antefirma” del acuerdo: “Cuando esté todo acordado, no se requiere la firma oficial, sino el hecho de decir ya está todo acordado, para poder enviarle al Congreso los acuerdos y convocar el plebiscito”, dijo Santos (“Santos sí ‘antefirmará’ la paz como anticipó La Silla”, La Silla Vacía, 03.08.16). Otro atajo, otra muestra de afán, esta vez en contravía a lo que dijo la Corte Constitucional.
El Presidente tiene mucho afán y eso es malo, muy malo. Ya nos gastamos cinco años de negociaciones (incluyendo la fase secreta), entonces ¿a qué apurar y saltarse unas semanas? Los pendientes de los cinco puntos firmados y los detalles de la implementación son suficientemente importantes como para no despacharlos a las carreras. Menos ahora que sabemos que las Farc no lograron convencer a todos sus frentes, como había dicho su jefe (“Timochenko espera que 99% de Farc se desmovilicen”, El Nuevo Siglo, 31.01.16) y que, por tanto, su oferta se ha depreciado. Los términos razonables que conocemos –aunque imperfectos– pueden tornarse inaceptables si Santos fuerza a sus negociadores o los induce a error y si asalta las reglas.
El Colombiano, 14 de agosto.
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