¿Ideas para la guerra?
Por: Esteban Carlos Mejía
El Espectador, 30 de enero de 2016
Tiene la piel acaramelada, canelita Hollywood, y su sensualidad lo impregna todo con gracia seductora. ¡Un bombón! Casualmente estamos chupando paletas en un tenderete en la 70, acá en Medallo, entre hoteles, turistas y sol solecito alúmbrame un poquito.
“¿Cómo te fue en Cartagena?”. “Bien”, responde con pereza. “Estuvimos en el Festival Internacional de Música. Lo mejor, un conciertazo de tango y bandoneón”. “¿Tango?”. “Sí, a Nano le gusta”. Nano es Laureano, su marido, ganadero de nueva generación. Las malas lenguas, envidiosas y celosas, dicen que es mafioso. A mí no me parece. Estudió Zootecnia en Luisiana, EE. UU., y vive dedicado a la estabulación y a la inseminación artificial… de vacas y yeguas. También es pinta: ¡un bebezote! “¿Tu lo odias, cierto?”, me provoca Isabel. “No, por Dios, cómo se te ocurre, yo apenas lo envidio”, y no me crece la nariz.
“¿Leíste mucho en vacaciones?”. “Pocón pocón”, dice. “Me concentré en una joya sobre política”, y me muestra Las ideas en la guerra, de Jorge Giraldo Ramírez, editado por Debate (2015), con prólogo de Daniel Pécaut. “Según advierte el subtítulo es una justificación y crítica en la Colombia contemporánea”. Arrugo el ceño: “Tú, una nena frívola y coqueta, ¿leyendo esas vainas?”. Sonríe y le da una chupeteada a su paleta de piña: “No sólo de pan vive el hombre”.
Me cuenta que Las ideas en la guerra es un libro para leer y subrayar. “Hablar de novelas es trivial, pero intentar resumir un libro como este puede ser complejo, mucho más en un cotilleo como los nuestros”, se disculpa. “Es un análisis político, no histórico, del surgimiento de las Farc y, a la vez, una indagación metódica, rigurosa, sin misticismos, sobre la responsabilidad ideológica del Partido Comunista colombiano en la teoría y práctica de la lucha armada en Colombia”.
De repente, me acuerdo que yo conozco al autor, un señorazo. “Mis amigos bogotanos dicen que es el intelectual más juicioso de Medellín”, digo. “Y consecuente”, agrega ella. “Plantea cuestiones que muchísimos quisieran callar, olvidar o postergar. Déjame te muestro”. Abre el libro. Veo sus rayones, los resaltados, las huellas de su lectura. Encuentra lo que busca. “Oye, por ejemplo”, dice, y me lee: “La guerra colombiana es una anomalía en Occidente por su duración. […] ¿Cuáles han sido, en 35 años o 50 según quien cuente, los resultados de la guerra que la izquierda armada colombiana le planteó a su país? ¿Cuáles han sido las consecuencias indeseadas y no previstas por los promotores de la confrontación? ¿A quién ha beneficiado? ¿Cuáles pueden ser las explicaciones plausibles de la persistencia de los mandos de los ejércitos irregulares izquierdistas en una lucha que nunca tuvo un horizonte claro de victoria?”.
La paleta se me derrite, atónito. “¿A ti qué bicho te picó?”, le reprocho. “¿Lo tuyo no es, pues, el goce pagano? ¿No dizque todo es ficción?”. “Leer a Jorge Giraldo, con su pulcritud analítica y su precisión expositiva, te abre los ojos, Mejillón. Te previene contra la desmemoria. Las ideas en la guerra te pone a pensar”, concluye. Y yo le creo, cómo no, si ella es mi guía, mi cicerone, mi parcera. Lástima que sea ajena…
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