Durante los primeros diez días de febrero aparecieron multitud de artículos y columnas sobre la visita de Thomas Piketty –autor de un libro aburridor y exitoso– a Colombia. El tema es la desigualdad, un problema que identificaron los griegos hace más de dos milenios, lo pusieron en movimiento los “niveladores” en el siglo XVII y se convirtió en lema moderno con la Revolución Francesa. Un tema importante cuyo retorno a la reflexión contemporánea se debe a John Rawls (1921-2002), no a Piketty.
En cambio, la muerte por hambre de los niños wayúu no ha merecido columnas (al menos en los tres periódicos y tres revistas que ojeo). Los libros de Martín Caparrós (El hambre, Planeta, 2013) y David Rieff (El oprobio del hambre, Taurus, 2016) no se venden ni se discuten tan bien. Esto tiene tres explicaciones: a diferencia de la desigualdad, el hambre no es discutible; la nutrición no es glamorosa como la igualdad; en Europa y Norteamérica (sacando a México) el hambre escasea, luego se puede hablar de otras cosas.
Vuelvo a Rawls. ¿Por qué no habla Rawls del hambre? Mi respuesta es porque la discusión sobre la equidad es propia de lo que él llama sociedades bien ordenadas; el hambre es un problema de sociedades que no son bien ordenadas y su reflexión pertenece a la teoría no ideal (perdón por el tecnicismo). Vayan y miren ustedes el mapa del Índice Global del Hambre (GHI) y verán que solo hay color en América Latina, África y Asia, con excepción de Corea del Sur y Japón.
Según el Instituto Nacional de Salud, en 2014 murieron 299 niños por hambre o razones asociadas, en 2015 fueron 260 y durante enero de 2016 murieron 11 menores de cinco años (www.ins.gov.co/boletin-epidemiologico). Los departamentos más afectados son La Guajira (14,6%), Cesar y Córdoba (6,5%) y Vichada con el 6,2%. El grupo más afectado es la población indígena que pone el 42,8 % de los niños muertos. Por supuesto, los que se mueren de hambre son los niños pobres: el 70,8% de las madres registran bajo o ningún nivel educativo y el 86,5% pertenecen al estrato socioeconómico uno.
Entre 128 países medidos, Colombia ocupó una mediocre posición 80 en GHI, con un 8.8% de la población con problemas nutricionales, en la mitad entre el >5 de Argentina y el 16.9 de Bolivia (no cuento a Haití). El balance colombiano es peor dado que aparecemos entre los 22 países que menos éxitos obtuvieron en la reducción del hambre (Global Hunger Index 2015, p. 15).
Que en La Guajira los amigos del vicepresidente de la República se roben la plata de las regalías, que el ejecutivo central carezca sistemáticamente de metas sociales ambiciosas, que a los colombianos nos guste tanto hablar de lo que no es urgente, pueden ser algunas explicaciones.
El Colombiano, 14 de febrero
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