La crisis, ya crónica, con nuestros vecinos es uno de los casos particulares de la ineficiencia del gobierno nacional. La malicia política de Santos fracasó estruendosamente al pagarle a Ernesto Samper los favores recibidos en su campaña reeleccionista con su postulación para que fuera nombrado Secretario de Unasur para ayudarle a superar su condición de paria internacional, darle todas las garantías a los países del Alba y acabar de hundir a Colombia.
En Colombia los más ingenuos creyeron que una política de guante de seda funcionaría con dirigentes ideologizados como Rafael Correa o Nicolás Maduro o con simples corruptos como Diosdado Cabello o Daniel Ortega. Y confundieron la calma chicha con las buenas relaciones diplomáticas. La canciller se sonríe con sus pares de los países vecinos mientras ellos cada que pueden mandan dentelladas a la yugular colombiana.
La calamidad humanitaria en la frontera con Venezuela es el resultado de una mala política exterior. Santos está –hoy por hoy innecesariamente– hipotecado a Maduro al ponerlo como garante de las negociaciones con las Farc en La Habana. No le han dicho que el acuerdo, que esperamos, ya no necesita a los venezolanos, y el plato roto lo están pagando los residentes colombianos en Venezuela y las gentes que viven en la frontera.
Correa se había calmado con Colombia porque el gobierno le hizo concesiones a raíz de las quejas ecuatorianas por la aspersión aérea en la frontera y porque Colombia gira –me dijo un dirigente ecuatoriano– un millón de dólares mensuales para la atención a los refugiados colombianos en ese país. Como si no aprendiera la lección, se dice que Santos está escogiendo a Ecuador como sede de los diálogos con el Eln y así quedaremos en manos de Correa por unos años más. Ya Correa les pidió a sus compatriotas que no compraran productos en Colombia (El Tiempo, 02.09.15).
Nos quedaba Panamá, pero el año pasado Colombia –por iniciativa del Ministro de Hacienda– quiso meter al istmo en la lista negra de paraísos fiscales. Ahora que Colombia necesitó el voto de Panamá en la Organización de Estados Americanos para convocar una reunión de cancilleres con el fin de discutir la crisis con Venezuela, los panameños se abstuvieron y contribuyeron a la derrota (una más) diplomática del gobierno y del país (La silla vacía, “El factor Panamá, clave en la derrota de la OEA”, 02.09.15).
La política adversarial y beligerante de los dos administraciones de Álvaro Uribe no fue sustituida por una política dialogante sino por una no-política. Seis años de santismo han demostrado que el país carece de una estrategia diplomática y que el gobierno se ha especializado en acumular derrotas. No con las potencias continentales; con Nicaragua, Ecuador, Venezuela, Panamá. Y sus efectos no son abstractos: pregúntenles a los isleños y a los guajiros.
El Colombiano, 6 de septiembre.
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