Este 23 de septiembre no solo marcó el punto de no retorno en la negociación iniciada hace tres años para poner fin al conflicto entre las Farc y el Estado colombiano, sino que también sirvió de hito para fijar el término de los diálogos. De esta manera, la prolongada escena habanera entra en la fase final que se coronará –podemos decirlo con más certeza– con un acuerdo.
Sin dudas, la culminación de los acuerdos sobre el punto cinco de la agenda –conocido como el de víctimas– marcaba el principal obstáculo para las partes. Para el Estado colombiano porque la jurisprudencia nacional e internacional impide la aplicación de la vieja fórmula de amnistía e indulto. Para las Farc, porque las condiciones de justicia comprometen existencialmente a los mandos de la guerrilla y simbólicamente su representación como agentes colectivos del drama colombiano. Para la sociedad, porque la idea de un acuerdo sin alguna aplicación de justicia era inaceptable.
Es bueno recordar, que la discusión sobre víctimas era más compleja pues incluía un relato plural como el de la Comisión Histórica, la conformación de una comisión de la verdad y los acuerdos sobre reparación y justicia recientes. Todos han cedido. Ahora es tarea de los líderes políticos y de los formadores de opinión contribuir a que haya una opinión pública comprensiva que ponga entre paréntesis los agravios y se enfoque en las tareas del futuro.
Lo que falta en estos meses ni es poco ni es secundario. Los términos del desarme y la desmovilización nos inquietan, legítimamente, a muchos. El proceso legal e institucional para poner en marcha la implementación de los acuerdos está crudo y tiene muchos inconvenientes. Hay una treintena de pendientes, algunos de ellos cruciales, dentro de los textos ya pactados en La Habana.
El Estado colombiano ganó la guerra hace siete años. Las partes del conflicto, el Estado y las Farc, están a punto de ganar el acuerdo para terminar las hostilidades de manera oficial y definitiva. Falta lo más importante: que la sociedad colombiana toda, sin exclusiones, sepa ganar la paz. El reto es enorme y nadie deberá desentenderse de él. No será tarea exclusiva del gobierno, ni de la fuerza desmovilizada.
Tenemos un acumulado que a menudo se ha desdeñado. Las experiencias de los acuerdos de paz desde 1989 hasta la desmovilización paramilitar de 2005. Los laboratorios de paz en el Oriente antioqueño, el Magdalena Medio, Urabá y Córdoba, y otras regiones. Los procesos de retorno, desminado y atención a las víctimas. Tenemos una gran experiencia atendiendo las contingencias de los desastres naturales en el Ruiz, Armenia, Páez o las inundaciones del 2011. Si Bogotá mira a las regiones en lugar de ponerse a inventar fórmulas, aprovecharemos nuestro pasado reciente.
El 23 de septiembre será un día importante en la historia contemporánea del país. Llegó la hora de probar que podemos ganar la paz como en 1821, 1904 y 1958. Pero ahora tendrá que ser una tarea más incluyente y trasformadora.
El Colombiano, 24 de octubre.
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