Hace ya una década el periodista de The New York Times Thomas Friedman publicó un libro titulado La tierra es plana: una breve historia del siglo XXI. La impostura se nota en ya en el título; ¡hacer una historia de cuatro años como si fuera un siglo! La tesis es vieja, lo nuevo era la metáfora. Y esta pretende indicar que la manida frase “mundo globalizado” es una verdad absoluta que implica que estamos como en una inmensa mesa donde todos estamos al mismo nivel y donde no hay jerarquías funcionales.
Es un sueño que se reeditó en 1990 con la idea de que la virtualidad, el mercado, algunas ideas y algunos valores como la democracia y los derechos humanos ya estaban instalados definitivamente, y que las fronteras, las diferencias y el poder de los Estados eran trastos viejos, materia de historiadores.
Hasta que llegaron China, Osama Bin Laden, Irak y la crisis financiera del 2008 diciendo que no. Los cosmopolitas radicales de finales del siglo XX se quedaron sin aliento y sus libros orgásmicos sobre la homogeneidad del mundo y las especulaciones sobre una administración global, con reglas ecuménicas y valores universales perdieron vigencia más rápido que las biografías de los famosos jóvenes (sean Justin Bieber o James Rodríguez).
Después de las intervenciones a Google, parecía que el último bastión de la globalización era la Fifa, con más socios que las Naciones Unidas, con un objeto más atractivo que las guerras en la esquina oriental de Europa y el cementerio acuático del Mediterráneo, y con un poder que mandaba a callar a todo el mundo. Hace poco una pequeña intervención del Estado español sobre los derechos televisivos mereció una amenaza de expulsión de la Uefa.
Hasta que llegó el Tío Sam y mandó a parar. La intervención de la fiscal estadunidense Loretta Lynch derribó de uno solo manotazo la jerarquía de ancianos decrépitos, mafiosos y corruptos, que dirige las competiciones del deporte más hermosamente imperfecto que ha inventado la humanidad. De nada les valió su asociación con los más ricos del mundo –trasnacionales, mafias y petromonarquías– ni las monsergas contra el racismo y a favor del juego limpio.
Uno quisiera que la lupa de la señora Lynch llegara hasta Colombia. Aquí no hay que trabajar mucho. Los libros de Fernando Araújo Vélez, Mauricio Silva, incluso, el último de Roberto Saviano tienen los datos. Sería maravilloso ver como “gente de bien” les lavó el dinero a los capos y como algunos de los viejos ídolos de la pelota tienen pies de barro y de sangre y de clorhidrato de cocaína.
Coda: ¿Investigarán al Deportivo Cali por la pancarta “Gracias a Dios no soy paisa”, expuesta en su estadio el pasado miércoles? El semestre pasado la Dimayor hizo sacar una del Atanasio que criticaba a Postobón.
El Colombiano, 7 de junio
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