En contra de Platón, somos muchos los que no queremos salir de la caverna. Más aún, nos parece deseable perdernos en la caverna. Dejemos a un lado el juego filosófico. Ante una oportunidad única, dado lo raro que un residente sudaca se encuentre en Europa y lo escaso que es ver a Nick Cave rodando, era indispensable salir a buscarlo. Buscar a Cave, así la boletería se hubiera agotado seis meses antes de su presentación en Madrid. Teníamos que ir en busca de la caverna.
Todos los anuncios conducían al Palacio de los Congresos. Ante la información, uno coge el plano de la ciudad e inmediatamente identifica el Palacio de los Congresos, al frente del estadio Santiago Bernabéu y al lado de un pequeño parque (o algo así) Joan Miró. Un extraño desconfía en lugares poco familiares, así que se asegura y le pregunta a un taxista, al conserje del hotel, a un mesero, si hay otro Palacio de los Congresos y le dicen que sí, que al sur siguiendo por el Paseo de la Castellana, hay otro, donde se reúnen los políticos y los representantes electos del pueblo español (suponiendo que eso exista).
Entonces llegamos al Palacio de los Congresos a las 7:30 de la tarde, hora y media antes de la cita. Los alrededores están desolados; está muy temprano se dice uno. Poco a poco se asoman algunos buscadores. Extraños. Señoras que más bien parecieran buscar una presentación posterior de Julio Iglesias. Muchachos y muchachas desabridos, más propios en las inmediaciones de una actuación de Miguel Bosé. Una pareja de adultos con camisetas del personaje, tranquilizan. Un crítico había dicho que desde la muerte de Elvis el rock ya no iba en una sola dirección, así que uno se explica que esta fauna diversa pueda estar, en efecto, preludiando un concierto de Nick Cave. Hasta que alguien nos saca del marasmo y grita: ¡No es aquí!
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