Adiós a la verdad. Así tituló el filósofo italiano Gianni Vattimo uno de sus libros publicados en este siglo (Gedisa, 2009). El título es provocador, como estila Vattimo, pero no traiciona, ni distorsiona sus tesis. No es un recurso comercial para atrapar incautos. Para los neófitos es bueno hacer explícitas algunas posiciones de Vattimo: es católico, fue admirador de Chávez y cree que “el único ideal posible es el comunismo” (filosofiahoy.es). Las tesis de su libro son dos: no hay verdad absoluta, solo interpretaciones; “la verdad es enemiga de la sociedad abierta y de toda política democrática” (p. 22). Ambas son duras, pero la segunda es más dura porque es concreta. Vattimo dice estar de acuerdo con el planteo original del gran pensador liberal Karl Popper y yo me declaro de acuerdo con ambos.
Esta reflexión filosófica ha tenido alguna resonancia en el campo de las doctrinas y los mecanismos habituales en las transiciones a la paz, sobre todo en África y América Latina. Por ejemplo, Iván Orozco Abad estableció las diferencias entre verdad histórica, memoria y verdad judicial y exploró sus relaciones (“Justicia transicional en tiempos del deber de memoria”, Temis, 2009). Daniel Pécaut planteó que los trabajos de memoria exigen un “relato histórico ampliamente reconocido” (“La experiencia de la violencia”, p. 186). Arlene Tickner dice que “la verdad (entre comillas) es social, histórica y políticamente contingente” (El Espectador, 09.06.15).
Dicho esto nos quedan un problema y una aclaración. El problema es que todo lo dicho antes pertenece al ámbito de los expertos y eso que no de todos; muchos disentirán con los enunciados expuestos. Pero el ciudadano del común piensa y actúa conforme a un marco mental más antiguo y fuerte, el de que la verdad sí existe y de que “la verdad nos hará libres”, marco creado por el cristianismo y que se repite semanalmente en los púlpitos de todo el país adonde no llegan los libros de estos eruditos ni esta columna.
La aclaración, que también es un problema, es que la verdad es y ha sido siempre un terreno de disputa. En la modernidad clásica la solución fue decisionista: la verdad la establece la autoridad, así como la justicia la dicta el juez. Esto ya no es así. En estos tiempos la lucha política también es lucha por los conceptos, las interpretaciones y las verdades. Que nadie se llame a engaño, la Comisión de la Verdad acordada en La Habana será una arena de confrontación. Los optimistas pueden ver en ella una oportunidad para la reconciliación, los pesimistas otro motivo de discordia.
La periodista Marta Ruiz advirtió hace unos meses contra la idea de “una iluminación colectiva” y llamó a que nos preparáramos para “un conjunto de piezas rotas que no encajan. Versiones ambiguas, contradictorias, inaprensibles” (Arcadia, 23.09.14). Ruego porque seamos capaces.
El Colombiano, 14 de junio.
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