Uno se resiste a hablar sobre Venezuela porque le parece que es como hablar de lo obvio. Del clima con los taxistas, de los carnavales si estamos en carnaval, de películas si estamos en temporada de óscares o de fútbol todo el año. Venezuela –la situación venezolana– es un asunto claro, como el tsunami en Indonesia o la estafa de Interbolsa. Pero parece que no lo es.
En las últimas tres semanas escuché a un respetable dirigente magisterial diciendo que el problema de Venezuela es una fabricación de los medios de comunicación, vi declaraciones del presidente de Ecuador diciendo que había una conspiración internacional contra los gobiernos “progresistas” de América Latina, leí a un columnista colombiano comparando a Nicolás Maduro con Salvador Allende.
La conclusión es que hay que hablar de Venezuela. Y como hay tanta ideología de por medio, es mejor hablar con datos.
Haciendo malabares con lo que Fernando González llamaba “repartir la razón”, algunos analistas occidentales se acostumbraron a criticar al régimen venezolano diciendo al final: claro que hay que reconocer que ha disminuido la pobreza. Ya no es más así. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en Venezuela la tasa de pobreza aumentó 6,7% entre 2012 y 2013 (del 25,4% al 32,1%) y la tasa de indigencia 2,7% (del 7,1% al 9,8%). La inflación, que es el impuesto para los pobres, llegó el mismo año a 56,2%, mientras el segundo lugar lo ocupaba Uruguay 8,5% y el promedio del continente llegó al 6,8%. Venezuela fue el único país de Latinoamérica donde los ingresos totales de los hogares pobres tuvieron crecimiento negativo entre 2008 y 2013 (Cepal, “Panorama Social de América Latina”, 2014, Santiago de Chile, 2014).
Tanto o más importante que la pobreza, para mí, es la libertad. Según el principal indicador mundial de libertad, Venezuela aparece en el grupo de países “parcialmente libres”, en el último lugar junto con Guinea y a un paso de Libia o Kazajistán. Las libertades civiles en Venezuela están calificadas al mismo nivel de Egipto y los derechos políticos están en una peor situación que en Pakistán (Freedom in the World 2015). De seguir las cosas como van, Venezuela entrará al triste grupo de los países “no libres” de Occidente, al lado de Cuba y Bielorrusia.
El expresidente Hugo Chávez quería seguir el modelo y la obra de Fidel Castro pero sus logros son muy malos ya que Venezuela todavía no es tan dictatorial como Cuba y tampoco tiene las coberturas básicas ni la seguridad de la isla. La gran contribución del chavismo es haber convertido a su país, en menos de una década, en el país más violento del mundo después de Honduras.
Que los defensores de la libertad, la democracia y los derechos humanos cumplan con su deber.
El Colombiano, 1 de marzo
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