Cunde la sensación de que en un país de casi 50 millones de habitantes y bastante heterogéneo no existan sino dos voces: la del gobierno nacional y la de las Farc, el primero hablando desde todas partes y al mismo tiempo, las segundas con una voz oficial desde La Habana. Alguien intenta alterar ese dúo, pero no habla ni delibera, básicamente trina; me refiero al senador Álvaro Uribe Vélez.
Hace una semana, el columnista Rudolf Hommes puso al desnudo esta situación afirmando que “la discusión de la política económica se ha desvanecido” (“Discusión de la política económica”, El Colombiano, 08.03.15). La explicación es que los tradicionales protagonistas del debate económico han sido absorbidos por el gobierno, sean los gremios o Fedesarrollo –el centro de pensamiento económico más importante del país– que, según él, “parece estar en camino de volverse el vocero de la Dian”.
Este diagnóstico es aplicable prácticamente a cualquier campo de los asuntos públicos colombianos, trátese de la paz y la seguridad, la política social o cultural, o las relaciones internacionales. ¿Cuáles son las razones?
Los gremios de la producción han sido colonizados por los políticos o por tecnócratas que siempre tienen a la mano la puerta de acceso al gobierno. Han dejado de cumplir su papel básico como grupos de presión y actúan como vicarios del poder ejecutivo ante el empresariado. Los centros de pensamiento que funcionan en el país, bajo la figura de fundaciones u organismos no gubernamentales, se han convertido en entidades asesoras u operadoras de los ministerios y otras entidades oficiales.
La prensa se ha desprendido, sin vergüenza, de cualquier pose independiente y ni siquiera los humoristas se atreven con el presidente Santos. El maestro de la caricatura Héctor Osuna es el último bastión de la crítica. Los intelectuales públicos provenientes de la academia siguen aprisionados en la llave uribismo/antiuribismo y, así, han descuidado el ejercicio de la deliberación ecuánime y de contrapeso al poder. Estamos inmersos en un ambiente liviano pleno de silencios y de trivialidades.
El resultado final es una gran pérdida para la sociedad en su conjunto. Pierden el sector privado y la sociedad civil silenciados, sin oportunidad de hilvanar argumentos y elaborar posiciones propias frente a los temas que les conciernen. Pierde la prensa abandonada por las expresiones espontáneas e irreflexivas de las redes sociales. Pierde la intelectualidad que abandona el campo de la gran política y se enfrasca en los zafarranchos cotidianos o, cuando más, en asuntos técnicos. Pierde el gobierno que solo escucha aplausos e interjecciones de admiración.
La libertad de conciencia y de expresión siempre se manifiesta en coros, en polifonías, incluso en torres de babel y algarabías. Nunca en el lamentable paisaje de dos voces únicas que –como agujeros negros– se tragan las ideas, los intereses y las posiciones de los demás.
El Colombiano, 15 de marzo
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