Hace siete años –el 4 de febrero de 2008– Colombia vivió una jornada singular. La realización de una marcha nacional que congregó a millones de personas, en centenares de ciudades y poblados, bajo las consignas “No más secuestro”, “No más Farc” y convocada por un colectivo acéfalo y virtual bautizado para la ocasión como “Colombia soy yo”. El historiador Medófilo Medina lo llamó en su momento “un acontecimiento formidable”.
Medina hizo un ejercicio profesional para destacar hitos protagonizados por lo que llama muchedumbres políticas. 1893, 1909, 1929, 1948, 1957, 1977, son los años rutilantes. Los interesados pueden consultar el texto como capítulo del libro El rompecabezas de la paz (La carreta, 2014). Medina hizo su análisis entre el asombro y la duda, le parecía que bajo una condena tan unilateral subyacía una especie de pragmatismo amoral y se asustaba con la idea de un respaldo masivo a la aniquilación de las Farc.
No pretendo discutir, a la distancia de siete años, con una posición que pertenece a su tiempo. Yo, un año después (“El espíritu del 4 de febrero”, El Colombiano, 08.02.09), me quejé del modo como los medios olvidaron el primer aniversario de la marcha y daba cuenta de sus secuelas en la protesta ciudadana contra el secuestro y de las tímidas respuestas de las Farc a la misma, que sintieron –como era lo correcto– que ellas eran las destinatarias de ese mensaje. Las especulaciones sobre ardides del gobierno y la existencia de grandes manipuladores ya se habían desvanecido para ese entonces.
Muchos analistas y estudiosos de la guerra colombiana han pasado por alto el impacto del secuestro en la vida de las gentes del común, no solo de los ricos como pretendían las guerrillas. Coincidencia o no, ese mismo año Fidel Castro Ruz –el mismo– publicó un libro en La Habana como constancia histórica de su rechazo de siempre a la práctica del secuestro y, con mucha sutileza, de su distanciamiento de las Farc.
El 4 de febrero de 2008 fue una manifestación de que los colombianos teníamos reservas morales como para pararnos en la raya y lanzar un “no más” que se oyó en todo el mundo. Sigo pensando que fue una expresión constituyente al oído de una insurgencia que descreía de los votos, las encuestas y de las voces de unos pocos intelectuales críticos, y que ya no podía taparse los ojos ante la voluntad de la multitud.
Muchos de quienes alentamos esas marchas y estuvimos allí estamos apoyando la salida diplomática que avanza en La Habana. Pienso ahora en una narrativa idealista y edificante: que para decidirse a negociar en serio, haya pesado más en las Farc la marcha del 4 de febrero que las muertes –que ocurrieron en los 45 días posteriores– de Raúl Reyes, Iván Ríos y Manuel Marulanda.
El Colombiano, 8 de febrero
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