La evolución de los medios de comunicación en Colombia –especialmente de los que tienen mayor penetración como la televisión y la radio– puede retratarse a través de ciertas trayectorias individuales, como las de un miembro de la audiencia y o un agente mediático.
No tengo más referentes para la audiencia que mis cercanos y yo mismo. Digamos que esta es una trayectoria de arrinconamiento. Por tradición yo escuchaba Caracol pero la fatiga me envió una temporada no más larga que tres días a RCN. Entonces decidí pasarme a los noticieros locales, cuya pobreza en la edición, repetitividad y falta de imaginación me espantó de nuevo. En televisión hubo alternativas antes de que Caracol y RCN monopolizaran el espectro, pero ya no existen. Esto hace que en ambos medios, uno no se mantenga; básicamente lo que uno hace es huir de una emisora a otra: los lentos huimos periódicamente, los rápidos huyen cada 30 segundos.
Si vamos a hablar de referentes periodísticos, lo que encontramos es la enorme diferencia entre el periodista y el empleado. Aquí hay dos parábolas parecidas. Una como la de Juan Gossaín: magnífico reportero de El Heraldo y El Espectador, director inocuo y a veces inicuo de un noticiero de radio, hoy otra vez lúcido y atrevido como periodista independiente. Otra como la de Yamit Amat: columnista audaz en El Espacio, vocero de palacio en Caracol, innovador en Radio Net y ahora trastocado otra vez en agente de prensa del gobierno.
Perece ser que el problema no son los periodistas, su calidad o idoneidad. Parece que el problema está en otra parte. La conversión de las grandes cadenas de televisión y radio en departamentos de comunicación de grandes grupos económicos; verdadera desgracia para las libertades de expresión y de opinión que también ha caído sobre periódicos tradicionales como El Tiempo y El Espectador. Esta es una auténtica maquinaria de producción que devora cualquier talento intelectual. Otra cosa son los vergonzosos eventos coyunturales en los que los anunciantes determinan la calidad de la noticia y las relaciones de parentesco conducen la línea editorial del medio.
Pero el problema no es solo de dinero. Tal vez el tema principal sea de cultura democrática. Es lamentable que en la segunda década del siglo XXI, más de 20 de años después de la promulgación de la Constitución de 1991, en Colombia todavía haya tan poco espacio para la deliberación, el disenso y la controversia. Medios de comunicación, periodistas, otros generadores de opinión, a veces parecemos acogotados por lo que Erich Fromm llamó “el miedo a la libertad”.
Queda algo de oxígeno en portales alternativos como La silla vacía y Razón Pública, en la prensa escrita y la televisión regionales. Otra cosa, es la dispersión y exuberancia sin pausa ni análisis que caracteriza a las redes sociales.
El Colombiano, 1 de septiembre
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