lunes, 16 de septiembre de 2013

Diálogo II

Segunda parte del Diálogo con Carlos Vásquez Tamayo, Emisora Cultural Universidad de Antioquia, 09.10.12.

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CVT: Entre tanto, compartir con los oyentes que Jorge Giraldo ejerce como intelectual en el más responsable y bello sentido de la palabra. Además de su labor como profesor es un columnista habitual no solo en temas de política, de actualidad política, sino en temas de cultura, de ciudadanía en el periódico El Colombiano y tiene además, un muy atractivo blog que estuve consultando también, que se llama Amaranto; es decir, también se está moviendo en las redes sociales que me parece una forma de copar espacios, comprometerse con la ilustración ciudadana, con la inteligencia de los ciudadanos, abrirse a las opiniones de ellos e intercambiar conversaciones. También quiero contarles que estamos en medio del ambiente universitario, los estudiantes están en la biblioteca estudiando, conversando, trabajando y estamos acá con Luis Germán Sierra nuestro anfitrión de la tarde de hoy.
Yo quiero que engrosemos, Jorge Giraldo, algunas ideas que me llamaron poderosamente la atención en esta comprensión suya de la guerra posmoderna que son ideas que por demás cobran una vigencia tremenda y que deberían ser tenidas en cuenta en los momentos por los que estamos pasando en esta Colombia que busca nuevas comprensiones de la relación entre la guerra y la paz. Primera idea: la idea de recuperar al enemigo para traerlo al campo político y, segunda idea, tratar a los individuos guerreros en condiciones de igualdad moral. Por favor Jorge Giraldo estas dos ideas tan subjetivas quiero que las comentemos.

JGR: Carlos, digamos que una de las cosas más terribles que sucedieron a partir de 1991, y sobre todo con las guerras de los Balcanes y las posteriores, fue la expulsión de los enemigos bélicos del campo político. De buenas a primeras se borró la idea clásica en Occidente –de que los guerreros situados en el otro lado, es decir, aquellos distintos a nosotros, aquellos que nos combaten, están en un plano político y que hay que tratar de mantenerlos siempre en ese plano político para que la paz sea posible. Esta es una cosa que desapareció durante la década de los noventa y durante la década siguiente, en el mundo y rápidamente llegó a Colombia. Hoy todavía en el Norte es difícil entender que se trate a los enemigos combatientes como agentes políticos. Como lo acabas de mencionar, en Colombia estamos tratando de darnos una oportunidad ahora en pleno año 2012 y volvemos a tener alguna expectativa, cierto grado de –yo diría con mucho recato– de esperanza. Eso lo veo bien; veo bien que la ciudadanía haya recibido estas negociaciones del gobierno y las Farc con mucha calma y con cierta dosis de escepticismo, que me parece sano.
Pero digamos que la idea fundamental es tratar de entender que al otro lado hay algunas lógicas, hay algunas explicaciones que es posible comprender, y que si bien podemos tener unas diferencias políticas, incluso podemos sentir unos agravios morales muy fuertes, ese es un camino que nunca debimos haber cerrado y que cualquier oportunidad de volver abrirlo creo que tiene que ser, primero, bienvenida y, después, acompañada de tal manera que estos esfuerzos no redunden en un fracaso. Y la segunda idea, está asociada con ella, es la idea de cómo tratar estos individuos. Es comprensible que haya dolor, que haya rabia -son emociones que expresan sentimientos morales- pero es muy importante no perder de vista que al frente tenemos seres humanos y que hay que hacer todo lo posible por mantener esa relación en el plano humano. Yo creo que hay que abandonar los caminos de estigmatización y de repugnancia que a veces hemos acostumbrado en nuestra sociedad; que los hemos vivido recientemente con el proceso de reinserción a la vida civil de grupos paramilitares, de guerrilleros que se han desmovilizado individualmente. Creo que ese es otro plano también muy importante del problema.

CVT: Hay en estas afirmaciones de Jorge Giraldo pistas que alimentan la conversación, de hecho este programa radial como le comentaba antes de comenzar, surge como un espacio para cultivar la conversación, explorar la conversación, tocar sus límites, ampliar sus límites, medir sus responsabilidades y al mismo tiempo su capacidad de riesgo y creación. A mí me gusta mucho esa idea de que si queremos buscar la paz tenemos que volvernos a preguntar que se requiere para conversar, que es uno de los artes más arraigados en la condición de humanidad y al mismo tiempo de los mas difícilmente practicables. Cuán difícil es conversar auténticamente, que la conversación no sea, digamos una especie de operación que enmascara relaciones de jerarquía, o formas de mando odiosas, o espacios para darle órdenes a los otros y cosas así. La igualdad de condiciones, el derecho igualitario a la palabra, la capacidad de réplica, la oportunidad de no ponerse de acuerdo, el que el desacuerdo no se convierta necesariamente en motivo de conflicto o de aniquilación de la otra persona, son artes dificilísimos que involucran no solo la vida privada sino la política.
Como estamos ad portas de una conversación y yo soy de quienes piensan que esa conversación con todo y que debe ser prudente, tiene que estar a la vista y al oído de la opinión pública, porque no hablamos, Jorge Giraldo, de las que son para ustedes condiciones de la conversación, en particular de la conversación de los hermanos colombianos que durante años por no decir siglos, nos hemos estado aniquilando unos a otros y hemos demostrado, casi, la incapacidad dramática de habitar como hermanos, cooperantes y fraternos la tierra colombiana. Hay otras dos frases muy hermosas suyas, usted dice: “ni dioses ni bestias, solo seres humanos que viven en comunidad”, y dice también: “ni héroes ni mártires, solo personas falibles”. Qué cosa más hermosa en una época en que nuestro lenguaje se contaminó totalmente y hablamos del contendiente como infrahumano, bestia, y en ese término terrorista prácticamente incluimos todo aquello que no se no parecía, y que no podíamos controlar, de tal modo que uno piensa que una conversación tendría que empezar por decir, vamos efectivamente a conversar, es decir, habitar el lenguaje.

JGR: Sí Carlos, yo creo que nosotros tenemos una herencia o, mejor dicho, tenemos una configuración cultural que nos ha hecho muy propensos a la idea de la verdad y a la idea de que es posible que esa verdad resida en un solo hombre o resida en un solo grupo humano, llámese un grupo social o un grupo político, y me parece que al cabo esto ya es un sino. Usted que conoce muy bien la filosofía contemporánea, sabe que tenemos que empezar haciéndonos un cuestionamiento a esas pretensiones de verdad unilaterales, pensar en que no puede haber una verdad distinta a la verdad que sea construida entre toda la comunidad política, que no es posible que exista una verdad alrededor de la cual no existan acuerdos de las personas de carne y hueso y de los agentes sociales que efectivamente están operando en una sociedad concreta, como en este caso la sociedad colombiana. Yo creo que la idea de la falibilidad es una idea fundamental para poder abordar cualquier conversación que pretenda ser una conversación constructiva o que pretenda ser una conversación con pretensiones de eficacia, es decir con pretensiones de modificar la realidad en algunos de los aspectos y, por eso, cuando uno se sienta con otro, tiene que admitir que el otro tiene razones, que tiene argumentos, que tiene sus propias convicciones y que, a lo mejor, ese ángulo desde donde está hablando el otro arroja una luz nueva o distinta frente a nuestras convicciones; entonces esa idea de la falibilidad que, de alguna manera, también es la idea de adoptar una actitud, digamos una disposición a dejarse permear por los demás, es fundamental para que cualquier conversación pueda proseguir. No sé si lo leí de alguien o me lo estoy inventando en este momento, alguien decía que la vida en comunidad era una conversación, o bueno creo que esto lo decía Nietzsche a propósito del matrimonio, creo que se podría aplicar a la vida política igual, la comunidad política tiene que posibilitar una conversación que, por supuesto, debe tener contingencias como cualquier conversación pero que lo más importante en la comunidad política es garantizar que esa conversación se pueda llevar a cabo.

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