Entre las varias efemérides centenarias importantes de la región –que anda rescatando el periodista Reinaldo Spitaletta en su programa de Radio Bolivariana– está la presentación en sociedad de “Horizontes”, el famoso cuadro de Francisco Antonio Cano. Con esta obra, como con otras, pasa que son tan familiares e interpretan tan bien un imaginario regional, que siempre nos parecen obvias.
No sé si estuvo en la intención de los organizadores de la exposición “En el horizonte de Cano: una mirada desde el arte actual”, que está a punto de cerrarse ya en la Universidad Eafit, cuestionar esa obviedad cuando convocaron a varios artistas a trabajar sobre la obra en una perspectiva que no podía sino ser contemporánea. Y no interesa, pues el hecho es que se cumple.
Me llama la atención la instalación “Natura” de Freddy Alzate, que podría llamarse apocalíptica sino fuera ya una realidad en las zonas de Antioquia depredadas por la minería informal del oro, los cultivos ilícitos y la feroz y poco denunciada explotación de la madera. Y que cada vez es más probable en nuestros centros urbanos por la falta de compromiso ambiental y de responsabilidad cívica de los constructores.
Dora Mejía, en “Multitud”, muestra el principal agente de todos los riesgos: la sobrepoblación que ya no deja ver montañas, ni verdes, a veces ni cielos. La misma que dejara sin habla hace algunos años a un colega neozelandés con una cerveza en mano en Santo Domingo Savio, porque en los ojos le cabía toda la población de Nueva Zelanda con solo girar la cabeza 180 grados. Y que por virtud de planeadores y curadores está sembrando las montañas de casas de varios miles de millones de pesos.
En “Una serie de horizontes”, César del Valle hace de la desesperación un poema. Los pocos segundos en que Ramiro Meneses –en una escena de “Rodrigo D”– mira con tristeza a través de una ventana y se golpea repetidamente la frente contra el cristal se convierten, mediante la reiteración, en una imagen angustiante que describe con elocuencia los momentos cumbre del no futuro en Antioquia.
En unos pocos centímetros cuadrados de papel, Catalina Salazar recuerda que, al fin y al cabo, este mundo, sus ideas y sus paisajes son una creación; no son una simple cosa recibida. Ella invierte la mano izquierda campesina de Cano y la muta a la derecha divina de Miguel Ángel. Hace parte del trabajo “Copia horizontal” del Taller La Estampa. Y desafía –me parece– las anteriores inquietudes. Si el mundo es una creación, humana como yo la veo, todo lo que sucede a nuestro alrededor será porque quisimos que así fuera, porque nos desentendimos y otros lo hicieron a su modo o porque, enterándonos de lo que pasaba, nos dejamos vencer por la pasividad y el conformismo.
El Colombiano, 28 de julio
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