El Papa vino a América Latina. La región del mundo donde vive el 40% de los católicos y donde más del 90% de la gente dice ser católica, incluyendo gobernantes, empresarios y líderes en diversos campos. La cobertura de medios resultó desconcertante. Le va mejor a Messi cuando viene corretear por alguna cancha o a Paris Hilton. Muy raro. A lo mejor tiene que ver con la incorrección de las cosas que dice Francisco; que ponen a pensar y que sacuden.
En sus declaraciones en Brasil, Francisco se refirió varias veces a la política. Lo hizo sobre tres aspectos que son dignos de comentario en nuestro medio.
Primero reafirmó la idea laica del Estado. Digo reafirmó porque ya su antecesor había sido enfático al respecto. El catolicismo no es medieval, es moderno. Entiende los tiempos del Estado laico y los beneficios sociales de esa postura. Pide como es natural –cosa que no entienden los anticlericales ramplones– que se valore y se respete el espíritu religioso. Francisco insiste en una iglesia social contra la intención sectaria que siempre se mantiene al acecho.
El Papa también se expresó sobre la importancia de la política. “La política es una de las formas más altas de la caridad”, dijo. No sobra indicar que en el lenguaje cristiano la caridad es el amor al prójimo. Lo recuerdo porque en el sentido común se le confunde con la limosna. Como caridad, la política se rescata en tanto actividad de servicio a la comunidad y en beneficio de la gente. La advertencia de Francisco de que la despolitización es uno de los males más terribles del mundo contemporáneo es muy importante.
Finalmente, insistió en la política del diálogo. Al respecto, sus palabras fueron más escuetas. Enarboló la bandera del diálogo como una alternativa entre la indiferencia y la violencia. Entiende Francisco que esos dos extremos son los principales males de la sociedad occidental. El peso masivo y mayoritario de los apáticos que se refugian en la intimidad y la banalidad; el terrible daño que causan los grupos pequeños pero sistemáticos de violentos.
Hubiera podido precisar sobre perversiones de la política: la política como un nuevo mercado de compras y ventas, como medio de enriquecimiento; y la política como dispositivo para adulterar la voluntad de la gente, para callarla y amedrentarla. Y también podría profundizar en el sentido del diálogo como deliberación razonada, no siempre conducente a acuerdos, pero siempre abierto a diferentes opciones, incluyente de nuevas y diversas posiciones.
No sabemos si habrá una encíclica sobre la política. (No recuerdo una sola.) Y tampoco podemos adivinar si este pontificado durará lo suficiente como para afectar significativamente la cultura católica o al menos cambiar la institución eclesial. Es un mensaje ecuménico, claro está, pero también a la medida de Colombia.
El Colombiano, 4 de agosto.
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