miércoles, 28 de agosto de 2013

Maquiavelo

En una posada del pequeño poblado de Novilara –sito camino al mar Adriático, entre Pesaro y Fano– la dinámica de los poderes italianos habría hecho posible que se encontraran los dos hombres del Renacimiento más influyentes, tal vez, en el medio milenio subsiguiente.

El hacinamiento de la gente que huye del frío y busca unirse al séquito de César Borgia obliga a reacomodar a los huéspedes y un amable Leonardo da Vinci alberga en su recinto al atrayente Nicolás Maquiavelo, a quien ha visto la noche anterior. Una noche en la que el artista intentaba demostrar a un grupo de personas el funcionamiento de un asador que cambiaba de velocidad con las variaciones de la temperatura, mientras el secretario de Florencia aseguraba a otro grupo haber descubierto un método matemático para ganar los juegos de dados.

Entre septiembre y diciembre de 1502 estos dos hombres habrían tenido la oportunidad de encontrarse varias veces, en distintos lugares y discutir sobre varios asuntos; en realidad sobre política. Esta es la plausible ficción que desarrolla Dimitri Merezhosvki en el capítulo 12 de El romance de Leonardo. Es difícil imaginar un encuentro más grandioso. El observador Leonardo da Vinci identificó en Nicolás Maquiavelo a alguien poseído por “el afán de no pensar como el mundo, el odio a los lugares comunes”, y se dio cuenta de que esas pasiones también le eran comunes.

“Me quedaría sin comer por poder hablar de política con un hombre inteligente. Pero esa es mi desgracia. ¿Dónde encontrar las gentes inteligentes?”. Maquiavelo, le dice a Leonardo, hablando de la política como ciencia, de la que se le reconoce como el fundador en los tiempos modernos. No de la política como acción social, de la que cree, al contrario, que en el pueblo es donde reside la sabiduría. “Hay que estar entre el pueblo para conocer al soberano”, le hace decir el escritor ruso a Nicolás.

De esta manera se configura el triángulo fundamental de la política: el estudioso, el pueblo y el soberano. El mismo que desveló a Max Weber en los últimos años de su vida: el científico, el ciudadano y el político profesional. Un triángulo cuyos vértices operan con lógicas diferentes, lenguajes diferentes y cuyas comprensiones mutuas no se pueden dar por sentadas, por más que operen sobre los mismos asuntos.

Once años después de este encuentro novelesco entre Leonardo y Maquiavelo, hace exactamente 500 años, escribió El príncipe, una obra que se publicó varios años después de su muerte. El príncipe, con su brevedad y severa concisión, sacudió al mundo e hizo de Maquiavelo un clásico y del maquiavelismo una palabra corriente y aceptada en los diccionarios, a veces, un insulto. Después tendría la suerte de los clásicos: popularidad, prohibiciones, mala fama, después buena (entre los estudiosos), lecturas audaces, otras anacrónicas.

El Colombiano, 25 de agosto

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