Hace más de 15 años Juan Manuel Santos, queriendo incursionar en la política, se puso a buscar un ideario. Sea porque careciera de una tradición ideológica o por incapacidad para armar un discurso propio a partir del sinnúmero de propuestas en circulación, Santos se pegó de la llamada “tercera vía”. En esos tiempos Tony Blair gozaba de buena imagen, todavía no había pasado por aquellas de ser escudero de George W. Bush y corresponsable de la catástrofe de Irak, la peor desde los tiempos de Vietnam.
La tercera vía fue un invento del sociólogo Anthony Giddens para buscar un camino entre una socialdemocracia agotada y un neoliberalismo injusto. En la práctica resultó un paliativo para el thatcherismo. Santos nunca se dio cuenta que la fórmula podía ser útil para Europa, pero no para Colombia. Nunca hemos tenido suficiente liberalismo –a menos que uno confunda la libertad con el desorden– y menos aún socialdemocracia. Pero Santos se entusiasmó y logró incluso que Blair, un personaje que cobra caro, le firmara un libro conjuntamente.
La tercera vía de Santos, después de tres años de gobierno, quedó reducida a la famosa mermelada, es decir al mismo clientelismo de siempre llevado a la máxima potencia y encubierto con un término dulzón. Y no tiene a ningún sociólogo insigne detrás sino a J. J. Rendón, aquel de “la ética es para filósofos”, cuya influencia se nota en el populismo barato (ahora va a regalar cien mil becas) y el escalamiento de la corrupción.
Puede que la tercera vía sea otra cosa distinta. El pensador argentino Alberto Buela planteó hace poco que los gobiernos suramericanos se dividen entre los que tienen discurso pero no realizaciones, como el de Kirchner, y los que no tienen discursos pero muestran obras, como el de Humala. La tercera vía criolla de Santos puede consistir, siguiendo ese razonamiento, en que se trata de un gobierno que no tiene ni discurso ni ejecutorias. Vaya mire el lector el informe del portal La silla vacía sobre la ejecución presupuestal. Vistos los números, la conclusión es que “la verdadera locomotora es el pago de la deuda”. El gobierno es bueno pagando deudas, sacándole dinero a la economía y a la clase media y haciendo promesas. En resumen, la tercera vía de Santos es chibchombiana: ni chicha, ni limonada.
Eso no significa que Colombia no necesite una alternativa. Sería terrible que llegáramos a las elecciones presidenciales con una competencia entre primos que, fracasados en los medios de comunicación, hagan del Estado el objeto de su ineptitud. O que resultáramos atrapados entre los de siempre y las Farc. Nos merecemos algo mejor.
Oro: Que no se le ocurra a Caterine Ibargüen cantar el himno antioqueño ya que, según algunos, es una exclusividad de gentes blancas y de “buena” dicción.
El Colombiano, 18 de agosto.
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