No estoy preparado para intentar una teoría del concierto en tanto comunión entre artista público y tampoco para relatar uno. Julio Cortázar me desahució después de leerle su descripción de una presentación de Louis Armstrong en París el 9 de noviembre de 1952, bajo el título de “Louis, enormísimo cronopio”. Del mismo modo que hizo con su prólogo a la antología de Pedro Salinas, Cortázar dejó el género definido y agotado.
Hace poco la revista Rolling Stone les pidió a sus lectores elegir el mejor concierto de su vida. Obviamente, la consolidación de las respuestas hacían que la pregunta se modificara: ¿cuál es el mejor artista que ha visto en concierto? Las respuestas carecieron de sorpresas y los primeros seis fueron en su orden: Bruce Springsteen, Green Day, Pearl Jam, U2, Radiohead y The Rolling Stones. Son las respuestas de unas generaciones coincidentes. A fines de los años 1960 las respuestas habrían señalado tal vez a Elvis, Chuck Berry, James Brown, Janis con seguridad y el propio Armstrong.
Que sea un pretexto para enumerar mis tres mejores conciertos:
1. Bruce Springsteen & the E Street Band. Miami, American Airlines Arena, 23 de noviembre 2002. Cuando coincide que el artista más poderoso sobre un escenario es también tu héroe preferido.
2. Diamanda Galas. Medellín, Teatro Metropolitano, 14 de junio 2002. La alucinación personal más larga de la vida, gracias a Juan Antonio Agudelo.
3. Wynton Marsalis. Bogotá, Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, 23 de agosto de 1994. Virtuosismo, humor, espiritualidad. Un lujo impensado en la todavía muy provinciana Colombia de fines del siglo XX.
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