Aunque en la mayoría de los casos la columna de opinión es fugaz y de corto plazo, a veces hay columnas que tratamos de conservar por su profundidad, su belleza o porque nos recuerdan lo fundamental. Una reciente de Rudolf Hommes (El Tiempo, 03.05.12), titulada “¿En qué país vivimos?”, pertenece a este último tipo.
El argumento de Hommes es como sigue. Los ministros y técnicos del gobierno exudan optimismo respecto a lo que están haciendo y al impacto de sus propuestas sobre un inminente futuro luminoso del país. El centro de sus preocupaciones no son tantos los propósitos, sobre los que se da por descontado algún acuerdo, si no los medios técnicos de lograrlos. Pero se olvidan de lo fundamental que no es otra cosa el control de todo el territorio por parte del Estado, pues en Colombia “hay regiones en donde ese papel lo asumen otros agentes, frecuentemente criminales”.
El columnista se distrae un poco criticando el ánimo de los funcionarios y tiene el valor de reconocer que el mismo –cuando era ministro del gobierno que nos saludó con aquel “bienvenidos al futuro”– también estaba embriagado de ilusiones. Por mi parte creo que el optimismo de la voluntad es un deber del gobernante. Un gobierno con metas pequeñas solo hará una gestión pequeña, sí le va bien.
Al final cae en lo importante. La idea de que sin un Estado fuerte, entendido como aquel que tiene los monopolios de la seguridad, la justicia y la tributación, todo lo demás que se haga estará levantado sobre arena. No es novedad, pero las cosas más obvias son también las más importantes. Es un llamado de atención sobre la importancia de la construcción del Estado en el sentido más cercano y material posible: el Estado en los niveles regional y local.
¿A qué se debe la secular irresolución de este problema en Colombia? Aquí Hommes aventura una respuesta durísima. “Posiblemente no es un resultado accidental” –afirma– “sino que los políticos y los criminales encuentran la manera de preservarlo en detrimento del futuro de nuestro país y en su propio beneficio”. Debo parafrasear su hipótesis. La debilidad del Estado colombiano es la consecuencia deliberada del acuerdo entre políticos y criminales. No solo con criminales y a lo largo de dos siglos, habría que añadirle.
Adoptar la perspectiva del fortalecimiento del Estado arroja una luz distinta y nos llevaría a conclusiones diferentes sobre las decisiones políticas y administrativas que se toman tanto en el gobierno central como en las regiones. ¿Qué sirve más a este propósito la regulación estatal o la regulación entre particulares? ¿la intervención pública o la libertad económica irrestricta? También se puede analizar la propuesta de reforma tributaria, cómo gana más el Estado ¿cargándole el IVA a la leche o quitándoles la extorsión a los criminales? O puede ayudar a resolver problemas de comportamiento individual, ¿por qué nos duele pagar el 4 por mil y se nos da nada que el taxista se quede siempre con los cien pesos que representan el 25 por mil?
El Colombiano, 13 de mayo
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