Algunos parecen no haberse dado cuenta de la verdadera ocupación de Cristiano Ronaldo en Sudáfrica y se sorprenden de su rendimiento y de la manera como se desempeñó Portugal, que de haber sido por Queiroz, Eduardo y dos más, pudo haber llegado un poco más lejos.
Cristiano se prendió de las pantallas de los estadios surafricanos. Siempre que lo vimos en la cancha andaba lelo mirándose así mismo, con su bella Nike, sus pectorales en forma y su peinado impecable. Particularmente evidente fue el cobro de un tiro libre contra Brasil, que ni yo lo cobro así, pues estaba más pendiente de su imagen multiplicada y sublimada en el panel multicolor. Pronto alguien escribirá la crónica del gol que le metió a Corea, cuando andaba despistado y la pelota le pegó en la espalda y luego le hizo el favor de caerle de frente a seis metros del difunto fusilado arquerito norcoreano.
Quiere poco a sus compañeros Ronaldo pues su fútbol es artesanía individual de velocidad y disparo, quiere poco a Portugal por quien no ha hecho nada en dos mundiales, pero se quiere mucho a sí mismo. Y lo quieren los madridistas -que es suyo- y los españoles a quienes les hizo fácil la vida en octavos.
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