El 3 de junio del 2009 fue un día especial. El gobierno de los Estados Unidos promovió y apoyó la derogatoria de la Resolución VI (31 de enero de 1962) de la OEA, mediante la cual se excluyó al Gobierno de Cuba de su participación en el sistema interamericano. Al mismo tiempo, el presidente Barack Obama lanzó un mensaje de amistad a los pueblos musulmanes. Lo primero en San Pedro Sula (Honduras), lo segundo en el recito de la Universidad de El Cairo.
De esta manera el gobierno estadounidense empieza a desactivar las dos guerras religiosas más importantes en las que se embarcó en los últimos cincuenta años: la guerra contra el comunismo y la guerra contra el islamismo radical. Guerras en las que estuvo a la altura de sus enemigos, pero no en desfase con lo correspondía a su poder y a sus responsabilidades. Y desactivando estas líneas de enemistad no parece pretender subestimar el conflicto político sino relativizarlo, modificando el enfoque de los enemigos absolutos y la consiguiente guerra de aniquilación que eso implica.
No sabemos si el 3 de junio pasará a la historia. Finalmente quienes la escriben no están exentos de la enfermedad sensacionalista, pero sí marca un hito desde la perspectiva de la filosofía política y para los criterios que empiezan a construirse para orientar a los conductores de la diplomacia de Estados Unidos. Podemos tener más certeza de que sus rivales morderán la mano tendida y pondrán a prueba la prudencia de Obama.
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