Ha muerto Oscar Golden. La dedicación que los medios de comunicación merecidamente le otorgaron es una muestra de cuál es la cultura y la edad de nuestros periodistas. Ni los más viejos ni los más jóvenes le hubieran prestado atención al suceso. Para los viejos se trataba de una cantante banal, representante de la comercialización y la impostación. Para los jóvenes, un dinosaurio inocuo y desagradable.
Oscar Golden fue una de las figuras, entre otras, como Esperanza Acevedo, Humberto Monroy o Juan Nicolás Estela, que contribuyeron a sacudir los pueblos grandes que eran nuestras ciudades y a mostrarles de qué se trataba ser una ciudad. Representan la primera oleada del rock colombiano, a años luz de la furia de la segunda ola (Kraken, Masacre, Frankie Ha Muerto) y a galaxias de la globalización de la tercera (Shakira, Juanes). A años luz, cierto, pero innegablemente en las raíces de ese frondoso, variado y exitoso árbol que es hoy el rock hecho en Colombia.
Golden emergió como muchos otros artistas en el mundo imitando a Elvis Presley. Con el mismo año de nacimiento (1945), el mismo vestuario, la misma copiada gestualidad del Rey, que tienen otros grandes y más famosos imitadores: Bobby Solo (Roberto Ratti) ídolo juvenil de la Europa continental en la década de 1960 y aún vigente como intérprete; Sandro (Roberto Sánchez) ícono de América Latina en los 1970 y agonizante ahora en Buenos Aires. Su éxito fue más modesto y apenas provinciano, como fueron muchas cosas colombianas a mediados del siglo XX, pero fue nuestro Elvis.
miércoles, 30 de julio de 2008
miércoles, 23 de julio de 2008
Hipocresía y política
David Runciman ha abordado recientemente (“Wallowing in democracy”, The Guardian Weekly, 20.06.08) la discusión sobre la hipocresía y la política a propósito del imaginario creado en las sociedades anglosajonas por las reflexiones de George Orwell. El modo como Orwell ha sido interpretado supone que queramos que los políticos “sean sinceros y estar seguros de que no nos esconden nada”. Esta mirada hace que “la política democrática moderna tienda a veces a reducirse al juego de cazar a los hipócritas”.
La interpretación orwelliana de Runciman es diferente. Si el mundo político abandona la hipocresía nos abocamos a llamar las cosas por su propio nombre y a mantener la espada desenvainada y nunca habría necesidad de llegar a acuerdos. Es un camino posible, pero los regímenes que renuncian a la hipocresía son generalmente los que llamamos imperialistas y totalitarios. “Los totalitarios pueden ofrecer sinceridad sobre el poder”, sinceridad que se retrata bien en la imagen de Orwell de la bota que patea un rostro.
La paradoja de Orwell consiste en que puede haber algo peor que la hipocresía: la anti-hipocresía. Entonces la obsesión por las máscaras del poder tiene un contrapunto que es el poder sin máscaras y lo que hay detrás de la máscara del poder es el terror. Runciman remata: “Esto no se trata de verdad versus mentiras; se trata de pocas mentiras versus muchas mentiras, hipocresía democrática versus la mentira total… [Orwell] muestra que la política no se trata de, ni debería reducirse a, un dilema entre sinceridad y fingimiento”.
La interpretación orwelliana de Runciman es diferente. Si el mundo político abandona la hipocresía nos abocamos a llamar las cosas por su propio nombre y a mantener la espada desenvainada y nunca habría necesidad de llegar a acuerdos. Es un camino posible, pero los regímenes que renuncian a la hipocresía son generalmente los que llamamos imperialistas y totalitarios. “Los totalitarios pueden ofrecer sinceridad sobre el poder”, sinceridad que se retrata bien en la imagen de Orwell de la bota que patea un rostro.
La paradoja de Orwell consiste en que puede haber algo peor que la hipocresía: la anti-hipocresía. Entonces la obsesión por las máscaras del poder tiene un contrapunto que es el poder sin máscaras y lo que hay detrás de la máscara del poder es el terror. Runciman remata: “Esto no se trata de verdad versus mentiras; se trata de pocas mentiras versus muchas mentiras, hipocresía democrática versus la mentira total… [Orwell] muestra que la política no se trata de, ni debería reducirse a, un dilema entre sinceridad y fingimiento”.
domingo, 20 de julio de 2008
Perversidad emblemática
El abogado Mario Madrid-Malo ha escrito un artículo titulado “¿Astucia o perfidia?” acerca de la Operación Jaque o, más precisamente, del uso de un peto con el emblema de la Cruz Roja Internacional. El abogado discute, como el título deja ver, el asunto de la perfidia en la guerra y aclara siguiendo a Verri que son pérfidos “los actos que apelan a la buena fe del adversario, con la intención de engañarlo, haciéndole creer que tiene derecho a recibir u obligación de conceder la protección que estipulan las normas del derecho internacional”.
Madrid-Malo recurre a la liturgia jurídica y revisa las normas internacionales y nacionales sobre el asunto. No puede ocultar, por tanto, que el Estatuto de Roma (Art. 8, B) condena el uso de emblemas como crimen de guerra sólo “si con ello se causa la muerte o lesiones graves”. A pesar de que no hubo muertos ni lesionados graves en la Operación Jaque su conclusión, sin embargo, lleva a condenar al Gobierno nacional y a los responsables del operativo. Hasta aquí tendríamos simplemente uno de los cotidianos casos de leguleyismo antiestatal propio de quienes viven a costas del erario público y después piden los aplausos de la ciudadanía que resulta esquilmada.
Pero, Madrid-Malo no para allí. No cree que se trate de simple perfidia sino que allí hubo un acto atroz, ese acto fue ¡haberle causado daño a las Farc!, debido, según sus palabras a que al enemigo “puede causársele perjuicio o detrimento no sólo eliminando físicamente a los miembros de sus cuerpos armados, sino también privándolos de la libertad mediante aprehensión o captura”. Puestos en la balanza pesan más las detenciones de los secuestradores que los lustros y décadas de martirio de los secuestrados. Ahora no se trata de la simple adulteración de la interpretación legal para quitarle unos cuantos miles de millones de pesos al Estado, se desvela la intención simple y por décadas oculta de usar el derecho como arma de guerra contra la sociedad y contra las autoridades que ella se ha dado.
Es el típico derecho sin materia, la norma desnuda de contexto, la ética sin personas. Malo Madrid-Malo, más bien perverso Madrid-Malo.
Madrid-Malo recurre a la liturgia jurídica y revisa las normas internacionales y nacionales sobre el asunto. No puede ocultar, por tanto, que el Estatuto de Roma (Art. 8, B) condena el uso de emblemas como crimen de guerra sólo “si con ello se causa la muerte o lesiones graves”. A pesar de que no hubo muertos ni lesionados graves en la Operación Jaque su conclusión, sin embargo, lleva a condenar al Gobierno nacional y a los responsables del operativo. Hasta aquí tendríamos simplemente uno de los cotidianos casos de leguleyismo antiestatal propio de quienes viven a costas del erario público y después piden los aplausos de la ciudadanía que resulta esquilmada.
Pero, Madrid-Malo no para allí. No cree que se trate de simple perfidia sino que allí hubo un acto atroz, ese acto fue ¡haberle causado daño a las Farc!, debido, según sus palabras a que al enemigo “puede causársele perjuicio o detrimento no sólo eliminando físicamente a los miembros de sus cuerpos armados, sino también privándolos de la libertad mediante aprehensión o captura”. Puestos en la balanza pesan más las detenciones de los secuestradores que los lustros y décadas de martirio de los secuestrados. Ahora no se trata de la simple adulteración de la interpretación legal para quitarle unos cuantos miles de millones de pesos al Estado, se desvela la intención simple y por décadas oculta de usar el derecho como arma de guerra contra la sociedad y contra las autoridades que ella se ha dado.
Es el típico derecho sin materia, la norma desnuda de contexto, la ética sin personas. Malo Madrid-Malo, más bien perverso Madrid-Malo.
miércoles, 9 de julio de 2008
Silba Sofía: 20 años de la Superbanda
En la época de lo super-hiper-mega tenían que existir superbandas. No se preocupen los amigos clásicos: super-hiper-mega es lo mismo que “non plus ultra”. Sin embargo, las superbandas tienen la peculiaridad de que no pretenden ser lo máximo, sólo la unión de lo máximo que no es lo mismo pero que no es poca cosa.
Hay superbandas de mentiras como la Fania All Stars o cualquier All Stars ocasional montada para hacer dinero –como la Fania– o para hacer caridad –como los United Support of Artists for Africa y su famosísimo álbum de 1985 “We are the World”. Hay superbandas por autodenominación como Cream. Ginger Baker, Jack Bruce y Eric Clapton posaron de ser el mejor baterista, el mejor cantante y el mejor guitarrista del mundo, respectivamente, unidos en un solo grupo que no por nada se bautizaba como “la Crema”. Muy buenos eran, aún hoy se oyen muy bien, pero “la crema” rengueaba al lado de otros grupos menos virtuosos pero más artistas.
En 1967 el más grande de los grandes en el blues, Willie Dixon, montó con plena conciencia de su orgullo negro la Super Super Blues Band nada menos que con Muddy Waters, Howlin’ Wolf, Little Walter y el recién fallecido Bo Diddley. No obstante, hicieron dos álbumes que no dejaron huella.
Quizás sea un asunto generacional, pero cuando en 1988 emergió The Travelling Wilburys parecía como si una superbanda de verdad hubiera emergido por fin. Los Travelling se conformaron a golpe de casualidades y con cierto liderazgo de George Harrison. Aquí “cierto” significa incierto. Apenas quería grabar una canción en colaboración y se animaron. Combinar las guitarras de Harrison y Tom Petty, las voces de Roy Orbison y Bob Dylan, el tonificante de Jeff Lyne, arrojó un resultado precioso.
No son mejores que los Rolling, Clash o U2, no hicieron mejores canciones que Beatles o Creedence, pero aún son la mejor superbanda.
Hay superbandas de mentiras como la Fania All Stars o cualquier All Stars ocasional montada para hacer dinero –como la Fania– o para hacer caridad –como los United Support of Artists for Africa y su famosísimo álbum de 1985 “We are the World”. Hay superbandas por autodenominación como Cream. Ginger Baker, Jack Bruce y Eric Clapton posaron de ser el mejor baterista, el mejor cantante y el mejor guitarrista del mundo, respectivamente, unidos en un solo grupo que no por nada se bautizaba como “la Crema”. Muy buenos eran, aún hoy se oyen muy bien, pero “la crema” rengueaba al lado de otros grupos menos virtuosos pero más artistas.
En 1967 el más grande de los grandes en el blues, Willie Dixon, montó con plena conciencia de su orgullo negro la Super Super Blues Band nada menos que con Muddy Waters, Howlin’ Wolf, Little Walter y el recién fallecido Bo Diddley. No obstante, hicieron dos álbumes que no dejaron huella.
Quizás sea un asunto generacional, pero cuando en 1988 emergió The Travelling Wilburys parecía como si una superbanda de verdad hubiera emergido por fin. Los Travelling se conformaron a golpe de casualidades y con cierto liderazgo de George Harrison. Aquí “cierto” significa incierto. Apenas quería grabar una canción en colaboración y se animaron. Combinar las guitarras de Harrison y Tom Petty, las voces de Roy Orbison y Bob Dylan, el tonificante de Jeff Lyne, arrojó un resultado precioso.
No son mejores que los Rolling, Clash o U2, no hicieron mejores canciones que Beatles o Creedence, pero aún son la mejor superbanda.
martes, 8 de julio de 2008
Futboleras: Bien ido
No sabemos de ningún general que le haya atribuido la derrota a sus soldados, tampoco de ningún director de orquesta que achaque una mala presentación a los músicos, no conozco empresario que haya dicho que su quiebra se debía a los malos trabajadores. El tesoro de los técnicos de fútbol ha sido la responsabilidad: cuando pueden decir, casi como en una fórmula ritual, “no fui capaz” o “yo respondo”.
Juan José Peláez ha roto esta regla sagrada de las personas que dirigen equipos de trabajo. Ha renunciado a la Camiseta Sagrada echándoles la culpa a los jugadores. Denigrando de su personalidad, formación y profesionalismo. Se trata de una auténtica vergüenza, pues Peláez contaba con una nómina que con muy pocas excepciones estaba integrada por jugadores seleccionados nacionales en diversas categorías, campeones o finalistas en diversos torneos. Es decir, jugadores que han triunfado con otros técnicos.
Lo peor es que cuando asumió la dirección técnica del Poderoso, recibió un regalo que no le dan a ningún técnico en el mundo: lo dejaron cambiar casi totalmente la nómina del equipo. Cuando Peláez recibió, en junio del 2007, el Medellín jugaba con López; Ricardo Calle y Choto, López y Velandia; Torres y Jaramillo; Morantes y Castrillón; Serna y Valoyes. Terminó jugando con Bobadilla, Elkin Calle y Madera, Aguilar y Sanabria; Ortiz y Quintero, Pérez y Corredor; Diego y Jackson. Él escogió los jugadores que después, dizque no lo entendían, tuvo dos torneos y en los dos dio lástima. En el uno eliminado y en el otro disputando una semifinal vergonzosa, con estadios medio vacíos.
Bien ido. Ojalá no vuelva.
Juan José Peláez ha roto esta regla sagrada de las personas que dirigen equipos de trabajo. Ha renunciado a la Camiseta Sagrada echándoles la culpa a los jugadores. Denigrando de su personalidad, formación y profesionalismo. Se trata de una auténtica vergüenza, pues Peláez contaba con una nómina que con muy pocas excepciones estaba integrada por jugadores seleccionados nacionales en diversas categorías, campeones o finalistas en diversos torneos. Es decir, jugadores que han triunfado con otros técnicos.
Lo peor es que cuando asumió la dirección técnica del Poderoso, recibió un regalo que no le dan a ningún técnico en el mundo: lo dejaron cambiar casi totalmente la nómina del equipo. Cuando Peláez recibió, en junio del 2007, el Medellín jugaba con López; Ricardo Calle y Choto, López y Velandia; Torres y Jaramillo; Morantes y Castrillón; Serna y Valoyes. Terminó jugando con Bobadilla, Elkin Calle y Madera, Aguilar y Sanabria; Ortiz y Quintero, Pérez y Corredor; Diego y Jackson. Él escogió los jugadores que después, dizque no lo entendían, tuvo dos torneos y en los dos dio lástima. En el uno eliminado y en el otro disputando una semifinal vergonzosa, con estadios medio vacíos.
Bien ido. Ojalá no vuelva.
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