miércoles, 27 de julio de 2022
martes, 26 de julio de 2022
Generar un ambiente constructivo
Por Jorge Giraldo Ramírez
Las preocupaciones sobre la libertad y la democracia,
el bienestar, la corrupción y la confianza institucional
parecen haber sido escasas en el gobierno que concluye
entre sectores del poder como
los medios de comunicación o los gremios económicos.
lunes, 25 de julio de 2022
Hechos, verdades, recomendaciones
La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición entregó su informe a la sociedad el pasado 28 de junio. La Comisión representa, al menos, el cuarto esfuerzo nacional por comprender y superar conflictos graves; los anteriores fueron en 1958, a propósito de “La Violencia”; 1987 con motivo del narcoterrorismo y el auge de la violencia urbana; y 2007-2011, después de la desmovilización paramilitar. Hubo otras comisiones oficiales, globales y sectoriales, que podrían sumarse a estos esfuerzos. No se trata de algo nuevo en nuestra historia, solo que antes los renuentes a que se contaran los horrores guardaban silencio y ahora intentan negarlos.
Del informe titulado Hay futuro si hay verdad se han publicado hasta el presente los dos volúmenes centrales, es decir, la “Declaración Final” y el de “Hallazgos y recomendaciones”, y otros tres parciales. De la lectura del segundo volumen colijo tres partes del trabajo: los hechos, las verdades y las recomendaciones.
Llamo hechos a una parte de lo que allí se denomina hallazgos: tipo y número de víctimas, formas de victimización, responsables de las mismas. Esta información procede de una larga labor de distintos organismos estatales, académicos, sociales e internacionales. Muchos se derivan de los resultados de investigaciones judiciales. Más de seis mil víctimas de falsos positivos, 30 mil menores reclutados forzosamente, 50 mil secuestrados, 100 mil desaparecidos, 400 mil homicidios, ocho millones de desplazados. Paramilitares, guerrilleros y militares reconocieron parcialmente su responsabilidad.
Llamo verdades al proceso de escucha que se realizó con víctimas, perpetradores, personas que reunían ambas condiciones, políticos, militares, civiles, todos los expresidentes de la república. Una labor que le dio voz al sufrimiento, pero también a la perplejidad, al reproche, al perdón, a las excusas, a las disculpas, incluso a la subestimación. Por su propia naturaleza, las verdades son fragmentarias, múltiples, a veces contradictorias. Ayudan al reconocimiento, la elaboración de los duelos, las culpas y las responsabilidades.
Las recomendaciones de la Comisión las resumo de la siguiente manera: buscar un consenso social para convertir la paz en una prioridad, reconocer a las víctimas, implementar el acuerdo de La Habana, priorizar “el diálogo y/o el sometimiento a la justicia” de los grupos armados persistentes, “examen crítico del pasado” a través de una política de memoria y verdad, “replantear el problema del narcotráfico”, fortalecer los mecanismos de investigación y judicialización de “los entramados políticos, financieros y armados”, “recuperar el valor de la justicia para reivindicar la legalidad”, nueva visión de la seguridad, profundizar la democracia erradicando la violencia política y promoviendo la representación y el diálogo, inclusión social de las comunidades periféricas, enfoque diferencial, ética ciudadana y pública, mantener el legado de la Comisión.
Los propósitos de la Comisión debería ser también los del país: ampliar los hallazgos, proseguir los ejercicios de memoria y verdades —ojalá con reconocimientos y perdones—, y discutir y decantar sus propuestas para evitar la repetición de tragedias similares.
El Colombiano, 24 de julio
viernes, 22 de julio de 2022
Innerarity: control razonable
A las fuerzas políticas no deberíamos pedirles que se presenten con identificaciones ideológicas enfáticas —que generalmente se traducen en alguna simple contraposición, como antifascistas o como defensores de una realidad nacional amenazada— sino qué razonable esperanza pueden alimentar. Eso de que a uno le definen sus enemigos es la retórica del minimalismo político, un viejo truco para presentarse como lo contrario de lo peor, dado que uno no es capaz de ser identificado como mejor. La supuesta maldad de los adversarios no nos convierte inevitablemente en buenos. La tarea ciudadana de controlar al poder no se ejerce hoy afianzando el eje de confrontación elemental sino preguntándose por la capacidad que los agentes políticos tienen de realizar las transformaciones sociales necesarias, la mayor parte de las cuales son imposibles desde la lógica que nos ha traído hasta aquí.
Daniel Innerarity, "El estancamiento".
miércoles, 20 de julio de 2022
Montejo: cualquier soledad
Cualquier soledad
Cualquier soledad, sea la que llegue,
pero no la del hombre sin montañas.
Que nuestras voces vuelvan por sus ecos
y los ojos avancen hasta apoyar los párpados,
que los postigos las custodien
y al abrirse las muestren soñando como siempre
aunque nunca nos hablen.
Cuando el horizonte se nos dobla
por el peso de las cosas
y la mirada cae al fondo y nada la alza,
cuando la vida insiste terriblemente llana,
cualquier exilio entre las islas, aun las más yermas
las más frías, cualquier amargura
pero no la del hombre sin montañas.
Eugenio Montejo
lunes, 18 de julio de 2022
Deterioro cívico
Al cabo de tres borradores con temas diferentes para esta columna cambié de tercio pues creí urgente tomar la palabra respecto de las inocultables manifestaciones de odio que se están volviendo comunes en la sociedad de Medellín. (Quiero insistir en esto: no se ven estas cosas en el campo ni en el pueblo en el que habito.) Claro, ya había escrito algo al respecto a fines del año pasado (“Sobra el odio”, El Colombiano, 20.12.21) tratando de apoyarme en el supuesto espíritu navideño y en un tono teórico.
Después de eso la campaña electoral entró en su curva ascendente y con la paranoia que cundió en el país —pero, sobre todo en Antioquia— el insulto, la agresión, no hablemos de la mentira, se tornaron fáciles y cotidianas sin consideración de nivel educativo o estrato social. Esto me consterna como ser humano y como colombiano y antioqueño. El 12 de julio un pequeño grupo, relativamente organizado, se plantó en Plaza Mayor a gritarle improperios al senador Roy Barreras. Un grupo con antecedentes de intolerancia social en la ciudad (“Grupo de derecha protestó por encuentro del Pacto Histórico en Medellín”, El Colombiano, 13.07.22). El 19 de junio, en el puesto de votación del Inem José Félix de Restrepo, Sergio Fajardo fue recibido en medio de improperios, lo cuales aumentaron de tono cuando mostró su voto en blanco. “Vende patria” fue uno de los insultos que registró la prensa (“Tibio y fuera: los abucheos contra Fajardo por mostrar su voto en blanco”, El Colombiano, 19.06.22). En esa ocasión, se trató de un acto espontáneo de un grupo de personas de estratos altos y, supuestamente, buen nivel educativo (lo sé porque voto en el mismo sitio).
No vi reproches públicos a estas conductas y tampoco solidaridades notables con los afectados (esperaba señales de aprecio por Fajardo). Pero el silencio, la inacción, cuando no la condescendencia, con la que los opinadores públicos han tratado este fenómeno me avergüenza.
Este deterioro del comportamiento cívico no se limita a la política. El declive de la cultura ciudadana en Medellín es notorio y está registrado por las encuestas de percepción que publica Medellín cómo vamos. Cotidianamente vemos el comportamiento de los conductores en las vías del Valle de Aburrá o los atentados contra personas diversas (otras preferencias desde sexuales hasta futbolísticas). Podría decir, con el sociólogo Robert Nisbet, que “existe un sentimiento ampliamente expresado de degradación de los valores y corrupción de la cultura” (Twilight of Authority). La literatura académica nos dice que existe una relación directa entre el mal comportamiento ciudadano y la ilegitimidad de las autoridades públicas, lo mismo que con la desorientación de las élites económicas, sociales e intelectuales.
No se debe guardar silencio ante este tipo de actitudes pues ellas representan un factor potencial de alteración de nuestro orden social, ya de por sí débil. La historia reciente muestra que pequeños grupos activos y fanáticos ayudan a incubar ciclos violentos.
El Colombiano, 17 de julio
miércoles, 13 de julio de 2022
De Azúa: Política como religión
En una de tus autobiografías dices: «La política en España es la continuación de la religión por otros medios: o eres católico y anti- semita o eres judío y tienes una superioridad moral de nacimiento. Está prohibido no ser ni lo uno ni lo otro. En España se puede ser fascista, teocrático, estalinista o nacionalista –siempre vas a tener periódicos que te jaleen–, pero está prohibido ser liberal». ¿Sigues sosteniendo cada palabra?
Absolutamente. Yo estaba muy influido, y lo sigo estando, por la política anglosajona. Para mí, España, igual que Italia y los países mediterráneos, tiene un problema, y es que no concibe el liberalismo. Para esta gente, la política es religión: o eres de los buenos o eres de los malos. Cuando me metí en Ciudadanos, la idea era hacer un partido que no fuera ni de papá ni de mamá; es decir, que fuera liberal, tolerante, reflexivo…, y un partido de cuadros, no de juventudes.
Entrevista de Sergio del Molino a Félix de Azúa, 4 de julio de 2022.
https://ethic.es/entrevistas/entrevista-felix-de-azua/
lunes, 11 de julio de 2022
Antioquia ante el cuatrienio
Antioquia quedó descolocada con la elección presidencial. No toda Antioquia exactamente: Urabá y el Bajo Cauca votaron por Petro (donde se producen el banano y el oro), así como uno de cada tres antioqueños. Esta perplejidad convirtió un asunto rutinario —quién y cómo lleva la interlocución de la región con el gobierno nacional— en un embrollo, y amenaza con nublar el punto crítico cual es sobre qué debe hablarse y buscar acuerdos.
Respecto a la primera cuestión existe un canal administrativo natural que es la gobernación y, por tradición, el alcalde de Medellín; ambos con solo año y medio de gestión por delante. En este momento la representación política es confusa: los partidos tradicionales apoyan a Daniel Quintero y entraron a la coalición presidencial; la mejor alternativa para dialogar con el gobierno la podrían conformar los concejales, diputados y congresistas que están en el centro y en la izquierda y que, son a la vez, opositores al alcalde (para los desinformados, no son pocos). En cuanto a la sociedad civil, el sector empresarial creó un organismo con esa misión específica que es Proantioquia, que debe dar el paso adelante, aunque hay otros como las cámaras de comercio; las universidades oficiales y privadas que conforman el G8 ya manifestaron su voluntad de colaboración, algunas ONG con seguridad estarán allí y, además, uno esperaría que emergiera algún directivo empresarial audaz y proactivo.
Lo otro es de qué hablar. Ya hay algunas cartas sobre la mesa. Las tres líneas gruesas que anunció el presidente electo el 19 de junio son indicativas y permiten abrir la conversación. Con la paz, sin duda y por donde se le mire, estamos en deuda; no hablemos de equidad ya que las diferencias entre la comuna 14 de Medellín y Murindó, por decir algo, son proporcionales a las de Nueva York y Haití; y, el menos polémico, el de la sostenibilidad ambiental. Estas demandas nacionales también son urgentes en Antioquia y, a diferencia de lo que ocurría hace un siglo, solo se pueden resolver con el concurso de las capacidades del estado central.
Este es el momento de retomar las conclusiones del ejercicio Tenemos que hablar Colombia, que lideraron las universidades. Recuerdo sus seis conclusiones: hacer un nuevo pacto por la educación, cambiar la política y eliminar la corrupción, transformar la sociedad a través de la cultura, cuidar la biodiversidad y la diversidad cultural, construir confianza en lo público, proteger la paz y la Constitución para garantizar la libertad, la democracia y la justicia. Con ellas, se amplía y enriquecen las propuestas.
Hay otra conversación abierta por la gobernación a través de la Agenda Antioquia 2040. Debo analizarla con más cuidado, aunque, en principio, le veo más proyectos que propósito; eso sí, tiene el valor de estar abierta al “diálogo social”. Lo más sonado tiene que ver con temas de infraestructura, indispensables, pero no estratégicos porque son más prioritarias las reformas que las obras.
El Colombiano, 10 de julio
miércoles, 6 de julio de 2022
lunes, 4 de julio de 2022
Mesura
La columna de la semana pasada se tituló "Prudencia” y fue una reflexión sobre la importancia de los medios en la coyuntura concreta que vive el país; decía allí que la prudencia en este contexto es: “actuar mediante los medios éticos más eficaces para cumplir con los preceptos de la constitución, sopesando las consecuencias de cada decisión”. Esta es un comentario sobre los fines de la actividad política teniendo presente la misma situación. Ambas intentan controvertir con saboteadores y maximalistas. Como dijo esta semana Alberto Velásquez Martínez, “el país nacional tendrá que mostrar un poder moral, para convencer a ilusionistas y aventureros” (“¿Hay esperanzas?”, El Colombiano, 29.06.22).
La semana pasada Álvaro Uribe y el presidente electo delimitaron el terreno para contener a los fanáticos. Esperemos que el “canal abierto” y directo que parecen haber acordado funcione bien. Queda la tarea no menos fácil de atemperar a los maximalistas o ilusionistas. Se trata de algo tan simple y duro como acotar las expectativas de los diferentes sectores de la sociedad. Acortar la distancia entre la viabilidad y los objetivos es necesario para evitar malentendidos y frustraciones.
Empiezo por la más absurda de las ilusiones; la de que no pase nada. A los comentaristas cuyo lema es “no se puede” o, peor, a quienes creen que vivimos en el paraíso (“deje así, que estamos bien”) hay que recordarles que la voluntad democrática manifestada el 31 de mayo y el 19 de junio fue por el cambio. Algunos de los defensores del statu quo estuvieron sacando pecho con el 50% de Rodolfo Hernández, pero el nuevo senador les recordó esta semana —mediante una fotografía emotiva con el presidente electo— que apoya al gobierno entrante y exige que no haya continuismo.
Las demás ilusiones son las de siempre; las de los millones de colombianos a los que les han sido postergados los derechos, las oportunidades. Hay una aprehensión comprensible de que el 75% que expresó su hartazgo con el estado de cosas en la primera vuelta se desengañe porque su vida no cambió significativamente al cabo de cuatro años. El presidente electo dijo que su “gobierno tiene que generar comienzos, porque son temas a largo plazo. Yo lo llamo el gobierno de las transiciones” (“Gustavo Petro: Si fracaso, las tinieblas arrasarán con todo”, El País, 27.06.22). No está claro que esa consciencia sea compartida por los militantes más fervorosos de su movimiento político.
Los desplazamientos recientes en el ámbito de la pequeña política son incómodos pero necesarios porque aclaran las reglas de juego; quiénes y cómo entran al acuerdo nacional, quiénes no y dónde se ubicarán, en la independencia o la oposición. De esta manera se cribará el espectro político y podremos ver, más temprano que tarde, si quedan residuos que quieran salir de la arena institucional y se lancen a la aventura. El clima político se está “cuartiando”, como dicen en el campo; ojalá se asiente.
El
Colombiano, 3 de julio.