miércoles, 27 de abril de 2022

27 de abril, 2018

 Una larga conversación

Cada noche converso con mi padre

Después de su muerte

nos hemos hecho amigos.

José Manuel Arango



lunes, 25 de abril de 2022

Enemigos furtivos de la democracia

Según el informe Freedom in the World 2002 Colombia es un país parcialmente libre y según el Índice de Democracia Global es una democracia defectuosa. Nuestras calificaciones cayeron en los últimos años. No se puede achacar ese deterioro a ningún enemigo interno ni externo. Se debe a múltiples factores institucionales y a responsabilidades de segmentos muy precisos de la sociedad, en diferentes grados, a quienes podemos llamar enemigos furtivos de la democracia.

Un factor institucional es el contubernio del sistema judicial con la clase política que condujo a la elección del registrador nacional y al escandaloso escrutinio en las elecciones del 13 de marzo. Previamente, Germán Vargas había impugnado a los educadores dizque por ser seguidores de un candidato que no le gusta. Los antecedentes y el expediente del registrador Vega fueron bien descritos en editorial de este diario (“¿Quién es el registrador?, 04.11.21). Amén de quejas y advertencias, Humberto de la Calle hizo una propuesta para asegurar la confianza electoral en mayo y junio que no ha tenido respuestas importantes.

La principal responsabilidad política personal del daño a la democracia recae en Iván Duque. No porque la casa se haya desordenado durante su mandato, sino porque ha sido protagonista activo de la lucha contra los principios democráticos. La lista es larga: promoción de numerosas violaciones a los derechos humanos y al derecho humanitario, documentadas por organismos internacionales; ruptura de las reglas de juego institucionales (Héctor Riveros, “Duque, el abusador”, La silla vacía, 04.04.22); participación ilegal en la campaña política (José Gregorio Hernández, “Necesaria imparcialidad presidencial”, El Colombiano, 20.04.22); ataque recurrente a medios y periodistas, denunciados por la Fundación para la Libertad de Prensa. Las columnas del exmagistrado Hernández para Colprensa estas páginas servirán para hacer memoria del desbarajuste ocasionado en este periodo. 

Pero no todo se debe a las instituciones y sus titulares. Hay una enorme responsabilidad de la sociedad civil y, en particular, los medios y los periodistas. Es preocupante el papel de los columnistas como modelos de lo que debe ser la argumentación y la deliberación razonadas, la formación de una esfera pública democrática y la calidad del ejercicio ciudadano.

Lo digo porque es evidente que muchos columnistas —la desgracia es que son muchos— escriben como propagandistas. Ya es un mal que la política electoral sea propaganda, de modo predominante, más que debate de ideas, competencia programática o contienda de perfiles individuales. Pero que los formadores de opinión se conviertan en agentes solapados de las campañas políticas vulnera las reglas básicas de la comunicación y la tradición cívica de las páginas editoriales. Existen dos casos del momento que merecen mayor detenimiento. La idea que se está promoviendo de que la primera vuelta presidencial es entre dos candidatos: falsa, son ocho; perniciosa, promueve la polarización política y la radicalización de la ciudadanía; insidiosa, se ayuda a una estrategia electoral bajo la máscara del análisis. El segundo, la campaña vulgar, prácticamente orquestada, contra Francia Márquez.

El Colombiano, 24 de abril

lunes, 18 de abril de 2022

De búhos, gallos y abejas

Hace doscientos años Hegel (1770-1831) expresó su preocupación por el abandono en el que se encontraban “las reglas del pensar” y la sustitución que se hacía de ellas para dedicarse a “pensar arbitrariamente desde el corazón, la fantasía o una intuición accidental” (Principios de la filosofía del derecho). Reitero, hace doscientos años, ¡en plena ilustración! A ningún lector deberá escapársele la similitud con la condición actual en plena fiesta de la ciencia y de la técnica; ante todo de esta última. El filósofo creía que era una injusticia todo intento de hacer prevalecer la opinión particular por sobre la verdad pública tal y como se expresa en la ética y la ley.

Con Hegel en mente se entiende mejor que las voces previsoras no se hayan escuchado en el siglo XXI. Las que anunciaron la pandemia del 2020 y la crisis del 2008, las que advirtieron la guerra en Ucrania, incluso —en nuestro suelo— las que indicaron el deterioro de Medellín después de la mediocre gestión de Federico Gutiérrez y el callejón al que conduciría a Colombia el autoritarismo corrupto de Iván Duque. A ninguna se prestó atención porque el pensar razonable se ha tornado difícil y los particularismos han llegado a ser recios.

No se escuchan razones; muchas veces ni siquiera se atienden los golpes de la realidad. Un escritor ucraniano atestiguó una situación calamitosa que fue recibida con apatía por la gente. “Vi cómo la guerra se convertía en la norma, intentando ignorarla, aprendiendo a convivir con ella como si fuera el borracho pesado del barrio”, dijo (“Andrei Kurkov: Rusia utiliza la cultura como instrumento de poder”, El País, 18.03.22). A ese estado de impotencia y abandono de las exigencias del momento y encierro privado le asigna Kurkov la imagen de las abejas grises. 

El filósofo alemán indicaba que esta tendencia al pensamiento arbitrario conducía a un estado de “fría desesperación”; quizás, mejor llamarlo decepción o simple resignación puesto que —añadió él— en ese punto la gente asume que “todo anda mal o, a lo sumo, mediocremente, pero que no se puede tener nada mejor”. Un alumno suyo insistió después en que el conformismo no era la única respuesta y que podrían ocurrir sublevaciones. Así fue.

Hegel creía que una plena comprensión del presente solo es posible después. Usó esta imagen de la que se enamoraron los estudiantes de filosofía: “el búho de Minerva solo alza su vuelo en el ocaso”. Pero a los gallos de amanecida no se les oye solo por las deficiencias de la racionalidad o por falta de deliberación. Sobre todo por nuestro débil sentido colectivo. Los citadinos acomodados nos informamos sobre los bombardeos contra niños y civiles en Putumayo, el saqueo del estado desde Bogotá, el hambre creciente en el país, pero solo nos preocupa que en los próximos cuatro años no se nos perturbe en nuestra comodidad y complacencia. Miseria, violencia, desastres, pasan muy lejos e importan muy poco.

El Colombiano, 17 de abril

miércoles, 13 de abril de 2022

A la sombra de las malvas

A la sombra de las malvas

Lime tree arbour

Nick Cave

El barquero llama desde el lago

Un pato se sumerge en el agua

Poso mi mano en la suya

A la sombra de las malvas


El viento susurra entre los árboles

Susurra lento que la quiero

Ella posa su mano en la mía

A la sombra de las malvas


En cada suspiro mío

Y en todo lugar que visito

Hay una mano que me protege

A mí, que la quiero tanto


Siempre habrá sufrimiento

Como agua fluyendo por la vida

Pongo mi mano en la suya

A la sombra de las malvas


Ya se fue el barquero

También los patos buscando guarida

Ella posa su mano

A la sombra de las malvas


En cada palabra que digo

Y cada cosa que sé

Hay una mano que me protege

A mí que la quiero tanto


Versión libre

lunes, 11 de abril de 2022

Superioridad moral

Algunos intelectuales han venido criticando la superioridad moral para tratar de neutralizar algunas posturas políticas que se ventilan en el país como las campañas contra la corrupción o la gran minería (una muestra: Carlos Enrique Moreno, “Falsas narrativas de superioridad moral”, El Espectador, 26.12.21). Nadie explica bien de qué trata la superioridad moral, así que expurgaré un poco el tema a partir de enfoques hipotéticos.

El enfoque cínico desestima la moral, no cree en normas que limiten la acción individual. Este fenómeno conocido como anomia en la sociología le ha sido diagnosticado a las sociedades latinoamericanas. Segmentos anómicos, lumpescos, son abundantes entre los más pobres y los más ricos. Como dijo hace poco Gary Kasparov, esta gente no pregunta por qué, sino por qué no.

El enfoque neoconservador sugiere que no se deben efectuar juicios morales sobre asuntos que trasciendan el ámbito privado. Ejemplo, la postura de quienes están contra el aborto y que aplauden la justicia por propia mano. Son malos realistas que pregonan una separación entre la ética y actividades humanas como la política, la guerra o la economía, pero ignoran que el realismo —del cual pretendo ser parte— postula que la política, la guerra y la economía tienen sus propias normas morales. Más aún, ignoran que muchas de esas normas han sido codificadas en códigos internacionales y nacionales que atestiguan el avance civilizatorio del que los occidentales presumimos. Política sin derechos humanos, guerra sin derecho humanitario, economía sin bienestar social, son inaceptables en el mundo democrático actual.

El enfoque relativista o posmoderno no admite juicio moral por encima de la soberanía individual y pretende igualar los deseos del sujeto con las necesidades de los demás. Los relativistas desconocen que la tradición principal de la ética occidental es jerárquica, es decir, que hay libertades y derechos que son fundamentales y otros que no lo son. Además, olvidan que una parte importante de la dignidad es “hacerse digno”, comportarse de forma respetuosa para hacerse respetable; no basta con nacer y respirar.

Sin embargo, se me hace que el rechazo a la superioridad moral es solo expresión del dominio neoliberal. Vivimos en una sociedad en la que mucha gente exhibe cotidianamente su superioridad: tienen mejor figura (natural o comprada), tienen más dinero (legal o no), tienen más poder (legítimo o no), pero les resulta inaceptable que alguien exponga sus rasgos espirituales: virtuoso o respetuoso de la ley. 

Se trata de una falacia: en toda sociedad hay individuos que son mejores personas y mejores ciudadanos que otros. Sí, el ser humano está hecho de madera torcida y nadie es perfecto, todos somos susceptibles de caer. Pero hay gente que es moralmente mejor y alguna que es moralmente peor que otra.

La reflexión aplica a la política: hay políticos decentes y políticos que no lo son. Enfermedad mortal de una sociedad sería que la virtud y la bondad tuvieran que ocultarse; que resultara impopular ser buenos.

El Colombiano, 10 de abril

lunes, 4 de abril de 2022

Hora de escuchar

Como un parto, nueve meses después de haberse lanzado, acaba de publicarse el primer informe de la iniciativa Tenemos que hablar Colombia. Un poco de memoria: después de las duras y multitudinarias protestas del año pasado, seis universidades del país (3 públicas y 3 privadas) promovieron un ejercicio de diálogo nacional y cívico apoyadas por Sura y la Fundación Ideas para la Paz. Los relatores del informe reportan 1.453 conversaciones con más de 5.500 personas alrededor de las preguntas qué cambiar, qué mejorar y qué mantener en el país.

La convicción de que hay que transformar el país es tan abrumadora que la inmensa mayoría de las personas piden un cambio y una minoría significativa —más modesta— pide mejorar. Las posiciones que optan por “mantener” no alcanzan el 2%. Las áreas identificadas para el cambio son educación, corrupción, cultura ciudadana, diversidad cultural y natural, confianza en lo público y protección de la paz y la constitución. Las constantes detrás de estos temas son el marco constitucional de 1991, la defensa de la legalidad, el acuerdo con las Farc y la inclusión social.

¿Quiénes se espera que sean los promotores del cambio? Resulta que los factores del poder público son vistos con enorme desconfianza, lo que coincide con todas las mediciones; mientras que los factores del poder privado (organizaciones sociales, no gubernamentales y empresas) gozan de cierta confianza pero no se espera que ellos vayan a incidir en ese proyecto. La confianza y la esperanza está en la ciudadanía y la sociedad; un mensaje abierto, una carta sin destinatario, con más carácter de demanda que de propuesta.

Este tipo de conclusiones tienen una solidez mayor y debieran tener primacía sobre las visiones tecnocráticas que, en las mejores democracias, pueden tener mayor peso en la elección de los medios; y esto debido a que el principio democrático descansa en la formación de la opinión pública. Y ambos procesos, el deliberativo y el técnico, deben ocupar el centro de la atención pública, por encima de las ocurrencias personales, las consignas y los usos demagógicos.

No obstante, y de modo complementario, deben escucharse las angustias que expresan los ciudadanos a través de otros medios. Según la encuesta Invamer Poll (03.22), los niveles de pobreza, el estado de la economía y el costo de vida, así como la asistencia a la niñez y la vejez, están en los puntajes más altos de insatisfacción desde 2008. Las estadísticas oficiales confirman esta angustiosa situación (Armando Estrada, “Las pobrezas en Colombia”, El Colombiano, 29.03.22). Durante este cuatrienio, el Misery Index aumentó siete puntos y solo en la primera mitad el país había caído cuatro puestos en el indicador mundial de desarrollo humano.

Esto sin ahondar en los problemas de inseguridad y narcotráfico en los que hemos retrocedido quince años, según la percepción ciudadana. Los indicadores objetivos pueden ser más drásticos aún en algunas variables relacionadas con ellos.

¿Habrá alguien que escuche, comprenda y atienda?

El Colombiano, 3 de abril.