Más que la economía o la geopolítica, detrás de la invasión rusa a Ucrania están las malas ideas, como las de raza o imperio, y una narración mitológica contrapuesta a la complejidad de la historia. Esta es la tesis que Timothy Snyder expuso hace poco (The Emory Wheel, 06.03.22). Snyder es profesor de Yale y, quizás, el más destacado historiador occidental de Europa del Este.
En su libro Tierras de sangre (2011), Snyder muestra lo que sucedió en la región que enmarcan los países bálticos, Polonia y Ucrania antes y durante la Segunda Guerra Mundial, esa geografía a la que no llegaron las fuerzas occidentales. Catorce millones de personas asesinadas allí por los regímenes de Hitler y Stalin, de los cuales “ni uno solo era soldado en servicio activo”. Lo que se vio y se cuenta ritualmente desde entonces, el Holocausto, “no es toda la historia; por desgracia, ni siquiera es una introducción”. La convergencia de nazismo y estalinismo hizo que durante ese periodo “en Ucrania fuera asesinada más gente que en ninguna otra parte”.
La apreciación de Snyder sobre la situación actual es contundente: se trata de una invasión ilegal y no provocada, las atrocidades que estamos presenciado se derivan de la negación de la existencia del estado ucraniano, en esta guerra se concentran los efectos calamitosos de la propaganda y el autoritarismo personalista. Estas afirmaciones coinciden con las lecciones aprendidas del siglo XX y los avances del derecho internacional pero, sorprendentemente, ciertas corrientes “progresistas” han adoptado una postura cómplice con el régimen de Putin. En esa línea se pronunció el llamado Grupo de Puebla en un comunicado que firmaron, entre otros, Rafael Correa y Ernesto Samper.
Pero ni el Kremlin ni nuestros expresidentes “anti-imperialistas” tienen el monopolio de las malas ideas. Que Putin se haya sentido con la confianza para llevar a cabo una invasión en la tercera década del siglo XX se debe también a varias malas ideas occidentales.
Las malas ideas europeas se basaban en la certeza de que el sueño de Kant sobre la federación y la paz se estaba realizando. La inteligencia idealista de Europa se obstinó en negar el lado oscuro de la política y el poder, a pesar de la guerra en Los Balcanes (1991-2001) y las invasiones rusas a Georgia (2008) y Crimea (2014). En pocos días todo cambió: Alemania pasó del séptimo al tercer lugar en gasto militar mundial como efecto del cambio más drástico en su política exterior en los últimos 50 años; el presidente de BlackRock, la inversora más grande del mundo, anunció el fin de la globalización (El País, 24.03.22).
Las malas ideas estadounidenses también están a prueba. El discurso ruso es una copia de los que usó George W. Bush en Irak y la dirigencia norteamericana está empecinada en ignorar que el mundo actual es multipolar y que toda tentación de sostener el dominio de una sola potencia conducirá a otra catástrofe.
El Colombiano, 27 de marzo.
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