Las protagonistas de la jornada electoral del 13 de marzo son las dos instituciones más desprestigiadas del país: el Congreso, con una favorabilidad del 10%, y los partidos políticos, con el 5% (Invamer Poll, 02.22). En los últimos cuatro el congreso no cumplió bien ninguna de sus funciones principales, ni la legislativa ni la de control político. Aprobó una reforma tributaria que no apoyó la mayoría de los partidos ni de los jefes ni la población. Ante la mala gestión de algunos ministros, se hizo cómplice y tres de ellos se cayeron por presión de la opinión y la protuberancia de sus equivocaciones o dolos. Tres años de protestas masivas y el descontento general de la población son, en parte, responsabilidad de los congresistas.
Las democracias electorales competitivas, como la nuestra, siempre tienen una oportunidad periódica. 2022 representa una urgencia, pues el pesimismo y la angustia ciudadanas están exigiendo un cambio. El problema es que las condiciones para aprovechar el momento no son favorables. Partidos desordenados sin programas claros o creíbles, pocas figuras destacadas en las listas, dejan al elector confuso. Además, las campañas a senado y cámara están dominadas por vacías técnicas de mercadeo (marque así) o por “ideas” demagógicas e irresponsables como la del candidato que promete Sisben para las mascotas. No hablemos de las clientelas y otros demonios.
Esto significa que no basta contar con personajes relativamente profesionales y exentos de antecedentes penales lo que, para nuestro parámetros, no es poca cosa. Una lista de nombres en ese sentido fue proporcionada por mi colega Alejo Vargas Velásquez (“Sí hay por quién votar para el Congreso”, El Colombiano, 27.02.22). En mi opinión, la gran decisión del electorado el próximo domingo tiene que ser sobre el cambio.
Como veo las cosas, la ciudadanía tiene cuatro opciones. Las listas de candidatos que están contra la constitución de 1991 y contra su guardiana, que es la Corte Constitucional, enemigos de la libertad y del estado laico, cuya oferta implica un conflicto improductivo para el país: ahí están los llamados cristianos y gran parte del partido conservador, Cambio Radical y del Centro Democrático. Algunas excepciones en estos partidos aspiran a enderezar las cosas en materia de seguridad y de asistencia social, pero eso no basta. En todos los partidos hay listas de potenciales congresistas que harán lo que les diga cualquier presidente, los mismos que hicieron lo que les dijeron Uribe, Santos y Duque. Votar por ellos es dejar todo sujeto a las presidenciales; da lo mismo votar en blanco o anular el voto. Después están las listas del cambio moderado en la que aparecen, con lunares evidentes, algunos candidatos liberales y de los partidos étnicos y feministas, el Nuevo Liberalismo, la Alianza Verde. Por último, las listas del Pacto Histórico o del cambio disruptivo e infecundo.
El ciudadano promedio debería tomarse con mayor seriedad esta elección y no votar por descarte.
El Colombiano, 6 de marzo
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