Un problema creciente de la sociedad contemporánea es la fragmentación, la cada vez más aguda tendencia a construir identidades narcisistas inflando las peculiaridades y discriminando a los diferentes. Las respuestas modernas al problema de la integración están en declive: la primera fue la identidad nacional, cuya careta ha caído mostrando los viejos rostros del racismo y los particularismos; la segunda, la identidad bajo la constitución y la ley requiere cada vez de la coerción para sostenerse.
Se intentan respuestas desde varios lados. Una es la de la interculturalidad religiosa que se basa en la idea cierta de que las grandes religiones del mundo comparten unos preceptos básicos que, de cumplirse, contribuirían a cimentar un orden moral ecuménico. En la práctica, la secularización ha desgastado la capacidad de convocatoria de las religiones que hoy se mueven entre el fundamentalismo y la frivolidad. ¡Qué país tendríamos donde los católicos cumplieran el quinto y el séptimo mandamientos!
Hace un lustro, el intelectual canadiense Michael Ignatieff emprendió un proyecto para tratar de responder esa pregunta y se sumergió en seis comunidades de cinco continentes. Fueron dos sus conclusiones más notables. La primera es que los códigos posmodernos de la moral siguen siendo poco operativos. Según Ignatieff, esos códigos son los derechos humanos, el derecho humanitario y el ecologismo. Se han logrado avances, pero también son fuente de tensiones y de discrepancias. Las reacciones gubernamentales y ciudadanas ante la pandemia mostraron la precariedad de la fuerza de los derechos humanos, por ejemplo. La segunda conclusión es que lo que permitía la convivencia en esas comunidades eran los que llamó “virtudes cotidianas”. Encontró que las principales son la confianza, la tolerancia, el perdón, la reconciliación y la resistencia adaptativa, que llaman ahora con la fea y engañosa palabra “resiliencia” (Michael Ignatieff, Las virtudes cotidianas, 2018).
Poco después, un grupo de antropólogos de la Universidad de Oxford adelantó una investigación que cubrió sesenta comunidades en todo el mundo, incluyendo tres colombianas (koguis, cunas y tucanos). El estudio identificó siete formas de comportamiento que fomentan las relaciones cordiales y cooperativas en las comunidades. Ellas son: ayudar a los familiares, apoyar al grupo social propio, mantener la reciprocidad en las relaciones, ser valiente y emprendedor, ser respetuoso con las diversas jerarquías, repartir los recursos escasos o conflictivos y respetar la propiedad. “Llegamos a la conclusión de que estos siete comportamientos cooperativos son candidatos plausibles para las reglas morales universales” (Curry et al, “Is It Good to Cooperate?”, 2019).
Estas son virtudes concretas que dependen del refuerzo de las instituciones públicas, especialmente, aquellas que interactúan cotidianamente con la gente, tales como la policía, la escuela y los empresarios. Serían un punto de partida para recomponer el orden social, bien sea el elemental “vivir unos junto a otros” o la meta más exigente de una sociedad cooperativa.
El Colombiano, 28 de marzo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario