miércoles, 31 de marzo de 2021

González sobre la impaciencia

Una observación de Fernando González sobre la impaciencia ya que el tema luce abstruso. Puede ser una aclaración del apotegma de Kafka.

El hombre de acción, a pesar de que se contiene por sistema, es un ansioso; a pesar de que va paso a paso, por sistema es un desesperado; a pesar de que sostiene el valor de la intranquilidad, es un intranquilo.

La paciencia, la contención, todas las antiguas virtudes de nuestros gordos antepasados, se predican a la juventud, pero ya no como virtudes, sino como métodos. La moral es pragmatista. Se aceptan las virtudes de los viejos tratadistas, pero porque son útiles.

Fernando González (2010), Viaje a pie. Medellín: Editorial EAFIT, p. 67.

viernes, 26 de marzo de 2021

Virtudes comunes

Un problema creciente de la sociedad contemporánea es la fragmentación, la cada vez más aguda tendencia a construir identidades narcisistas inflando las peculiaridades y discriminando a los diferentes. Las respuestas modernas al problema de la integración están en declive: la primera fue la identidad nacional, cuya careta ha caído mostrando los viejos rostros del racismo y los particularismos; la segunda, la identidad bajo la constitución y la ley requiere cada vez de la coerción para sostenerse.

Se intentan respuestas desde varios lados. Una es la de la interculturalidad religiosa que se basa en la idea cierta de que las grandes religiones del mundo comparten unos preceptos básicos que, de cumplirse, contribuirían a cimentar un orden moral ecuménico. En la práctica, la secularización ha desgastado la capacidad de convocatoria de las religiones que hoy se mueven entre el fundamentalismo y la frivolidad. ¡Qué país tendríamos donde los católicos cumplieran el quinto y el séptimo mandamientos!

Hace un lustro, el intelectual canadiense Michael Ignatieff emprendió un proyecto para tratar de responder esa pregunta y se sumergió en seis comunidades de cinco continentes. Fueron dos sus conclusiones más notables. La primera es que los códigos posmodernos de la moral siguen siendo poco operativos. Según Ignatieff, esos códigos son los derechos humanos, el derecho humanitario y el ecologismo. Se han logrado avances, pero también son fuente de tensiones y de discrepancias. Las reacciones gubernamentales y ciudadanas ante la pandemia mostraron la precariedad de la fuerza de los derechos humanos, por ejemplo. La segunda conclusión es que lo que permitía la convivencia en esas comunidades eran los que llamó “virtudes cotidianas”. Encontró que las principales son la confianza, la tolerancia, el perdón, la reconciliación y la resistencia adaptativa, que llaman ahora con la fea y engañosa palabra “resiliencia” (Michael Ignatieff, Las virtudes cotidianas, 2018).

Poco después, un grupo de antropólogos de la Universidad de Oxford adelantó una investigación que cubrió sesenta comunidades en todo el mundo, incluyendo tres colombianas (koguis, cunas y tucanos). El estudio identificó siete formas de comportamiento que fomentan las relaciones cordiales y cooperativas en las comunidades. Ellas son: ayudar a los familiares, apoyar al grupo social propio, mantener la reciprocidad en las relaciones, ser valiente y emprendedor, ser respetuoso con las diversas jerarquías, repartir los recursos escasos o conflictivos y respetar la propiedad. “Llegamos a la conclusión de que estos siete comportamientos cooperativos son candidatos plausibles para las reglas morales universales” (Curry et al, “Is It Good to Cooperate?”, 2019).

Estas son virtudes concretas que dependen del refuerzo de las instituciones públicas, especialmente, aquellas que interactúan cotidianamente con la gente, tales como la policía, la escuela y los empresarios. Serían un punto de partida para recomponer el orden social, bien sea el elemental “vivir unos junto a otros” o la meta más exigente de una sociedad cooperativa.

El Colombiano, 28 de marzo.


lunes, 22 de marzo de 2021

Impaciencia

Branko Milanovic es uno de los más visibles economistas dedicado al estudio global y general del capitalismo contemporáneo. Hace poco, escribió una columna de prensa lanzando —como audaz novedad— la hipótesis de que la crisis occidental puede hallar una explicación en la impaciencia. La impaciencia, dice, es la expresión de una ideología basada en el éxito económico, la financiarización, el endeudamiento y el consumo, en suma, lo que en su campo se llama “preferencia de tiempo puro” (“Impaciencia: la causa del fracaso occidental contra la pandemia”, Letras libres, 17.12.20).

La preocupación de Milanovic es válida, mucho menos su sorpresa. La filosofía lleva décadas, quizás siglo y medio, hablando de fluidez, aceleración, velocidad. Desde que Marx acuñara el célebre “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Incluso un pensador francés intentó crear un campo de estudios sobre el tema, hace 35 años, que llamó dromología. Las inseguridades científicas del economista serbio encuentran un alivio en una frase que Franz Kafka había apuntado en sus diarios y que cito completa: “Hay dos pecados humanos capitales, de los que se derivan todos los otros: la impaciencia y la pereza. Por la impaciencia fueron expulsados los hombres del Paraíso, por la pereza no vuelven a él. Pero tal vez haya sólo un pecado capital: la impaciencia. Fueron expulsados a causa de su impaciencia, no vuelven a causa de su impaciencia”.

La frase de Kafka es dura de roer, especialmente en su segunda parte. Todos entendemos los afanes que hicieron que Adán y Eva perdieron el paraíso para ellos y sus descendientes. Pero cuando Kafka dice que “por la pereza no vuelven a él”, “no vuelven a causa de su impaciencia”, el argumento no es evidente. La pereza no parece ser impaciente sino lo contrario.

¿Por qué la pereza es impaciente? Confieso que es un tema nuevo para mí, pero ensayo una respuesta. La pereza es impaciente porque el camino de la redención es largo y difícil. Puesto en pagano: todo proyecto auténtico de transformación social —organizativa o política— requiere coraje, esfuerzo y “tiempo impuro”, es decir, necesita paciencia, serenidad y resistencia, pero el marco mental en el que estamos instalados los occidentales es el del cortísimo plazo. Los gobernantes se apuran a mostrar resultados diarios, los empresarios hacen balances trimestrales.

Eso no significa que la impaciente pereza no haga nada. La impaciencia de la pereza consiste en que solo hace lo que se puede ver y tocar, lo que se puede mostrar al final del día o del trimestre. De hecho, la impaciente pereza hace muchas cosas; lo que pasa es que no hace las pocas cosas que hay que hacer para producir una transformación cualitativa y no, simplemente, para hacer más de lo mismo. La impaciente pereza trabaja mucho y produce poco, es multitarea pero evade lo fundamental.

El Colombiano, 21 de marzo

lunes, 15 de marzo de 2021

Contrato social

 Los llamados a una reforma de los esquemas de protección social se incrementaron en el mundo en 2020 y dejaron de ser un asunto de los académicos y los pocos tecnócratas sensibles que hay. El más reciente de ellos lo hizo The Economist partiendo de la base de que el gasto social se canaliza “a una red de seguridad obsoleta” y que “debería reconstruirse” alrededor de los cambios en las condiciones laborales, los desplazados tecnológicos, los trabajadores del cuidado, todo lo cual exige hacer eficientes las instituciones públicas para balancear “la generosidad y el dinamismo” (“Welfare in the 21st century”, The Economist, 06.03.21). 

Recientemente Fedesarrollo, el centro pensamiento promovido por empresarios en 1970, presentó al país el resumen de su propuesta denominada “Hacia un nuevo contrato social” (03.03.21). La sintetizo en los párrafos siguientes.

Unificar en el Sisbén 4.0 la focalización de los subsidios, lo que conlleva la eliminación del odioso y antitécnico estrato socioeconómico. Llevar el programa Colombia Mayor a todos los adultos mayores de 65 años no pensionados con un monto mensual que hoy sería de $412.000. Crear una renta mínima para los hogares por debajo de la línea de pobreza, condicionada a escolaridad y chequeos de salud, que estiman hoy en un promedio de $138.000 mensuales por hogar. 

En materia pensional se propone introducir un “pilar contributivo y flexible”. En salud y compensación familiar se introducirían aportes progresivos partiendo de 0% y buscando mayor equidad entre asalariados e independientes. Crear un seguro de desempleo no contributivo ($412.000 de hoy) hasta por seis meses a trabajadores que devenguen menos de 1,5 salarios mínimos, y un auxilio de solidaridad del 4% de un salario mínimo para quienes devengan menos de dos salarios mínimos.

La propuesta, como es entendible, incluye también asuntos fiscales como la eliminación de las exenciones sectoriales, zonas francas, los impuestos de comercio y avisos, reducir la renta corporativa, generalizar el IVA y aumentar las compensaciones por este gravamen.

En mi opinión la propuesta de Fedesarrollo es modesta (mucho) y viable (sus números deben ser irreprochables). Preferiría una más simple y ambiciosa pero, como “esta es Colombia, Pablo”, para nuestro reformismo de baja intensidad, las ideas gruesas de la misma apuntan en la dirección adecuada: simplificación de los mecanismos, flexibilidad, más equidad.

El gran lunar, como siempre, es la falta de atención a la clase media. Los hogares con ingresos entre dos y cuatro salarios mínimos quedan igualados (excepto para la compensación familiar) con los hogares de mayores ingresos. Fedesarrollo utiliza el concepto de “contrato social”. El premio nobel Thomas Schelling dice que para que se pueda hablar de contrato social hay que compensar a todos aquellos cuyos costos serían mayores que la ventaja resultante (Micromotives and Macrobehaviour, 2006). La clase media vulnerable quedaría en la condición de pagar más que el beneficio obtenido.

El Colombiano, 14 de marzo


lunes, 8 de marzo de 2021

John Rawls

Hace cien años nació John Rawls (21 de febrero), en Baltimore, Estados Unidos, y buena parte de los estudiantes de filosofía del mundo lo estamos recordando, en compañía de algunos economistas y juristas. Rawls nunca salió del mundo académico pero su influencia en las discusiones sobre la cuestión social y el constitucionalismo es notable. La respuesta de los gobiernos occidentales a los desafíos planteados por la pandemia ha realzado la importancia de las ideas de Rawls, así que no se trata de una celebración rutinaria.

Las previsiones de los economistas sobre el curso de la recuperación económica han sido variadas, aunque la más plausible es la llamada recuperación en forma de K. La tal K nítidamente sería un signo “menor que”, es decir <. ¿Qué significa eso? Que un sector de la sociedad disfrutará los beneficios del nuevo crecimiento económico y otro padecerá por largo tiempo las consecuencias de la crisis (cerca del 80% de la población). Estos últimos son los “que están desempleados o parcialmente empleados en trabajos de poca calificación y servicios de bajo valor agregado —el nuevo ‘precariado’— endeudados, con poca capacidad financiera y con menguantes perspectivas económicas” (Nouriel Roubini, “The Covid Bubble”, Project Syndicate, 02.03.21).

En Colombia, eso significaría que los avances del siglo XXI en lo tocante a la superación de la pobreza y la subsecuente expansión de la clase media, que se perdieron el año pasado, durarán por un largo tiempo, agravando las condiciones de penuria y desigualdad. Este gobierno no solo se ha esforzado poco, sino que, además, contrató una misión que está proponiendo medidas laborales, pensionales y sociales que empeorarían la situación de los más vulnerables.

Aquí entra en juego el principio de la diferencia de Rawls, que rechazan los librecambistas. Rawls cree que las desigualdades sociales y económicas pueden ser justificadas solo si son el resultado de acceder a cargos que se provean en condiciones abiertas y con igualdad de oportunidades; esto es, mercados laborales abiertos, sin discriminación alguna y basados en el mérito (este requisito está siendo cuestionado hoy), que permitan la movilidad social. Además, los gobiernos estarían justificados para ejecutar políticas que no son imparciales solo si ellas van en “beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad”.

Rawls —algo que olvidan los igualitarios (y todos los populistas) y que siguen ignorando durante el encierro autoritario— planteó su principio de libertad como el derecho de cada persona “a un esquema plenamente adecuado de libertades básicas iguales que sea compatible con un esquema similar de libertades para todos”. El principio de libertad tiene primacía sobre el principio de diferencia.

Una democracia liberal que siga ignorando la cuestión social, afanada con la creación de riqueza y perezosa ante el sufrimiento de la mayoría de los ciudadanos, más temprano que tarde dejará de ser una sociedad libre.

El Colombiano, 7 de marzo

lunes, 1 de marzo de 2021

Más sobre presidencia y alcaldía

Como veníamos diciendo, el presidente de la república sí tiene velas en el entierro de EPM —espero que el viejo dicho no se torne literal. Ya intervino negociando, no sabemos en qué términos, la entrada de EPM al Caribe a través de Afinia; y puede intervenir, sugerí, por las funciones de inspección, vigilancia y control. 

Los constitucionalistas y administradores públicos usan otro argumento: que la constitución establece que tiene que haber coordinación, concurrencia y subsidiariedad entre los distintos niveles territoriales, es decir, presidente, gobernador y alcalde (art. 288). Por la coordinación, el alcalde y el presidente tendrían que estar identificados en el fin que se busca con las acciones en EPM; por la concurrencia, tendría que haber participación del nivel nacional cuando las decisiones tienen un alcance mayúsculo, máxime teniendo en cuenta la importancia estratégica de EPM en la provisión de energía eléctrica en el país; por la subsidiariedad, el poder central tiene que intervenir cuando en el nivel municipal hay problemas para resolver asuntos de interés fundamental. En el caso de los servicios públicos, la jurisprudencia constitucional ha sido enfática en señalar que la responsabilidad es del estado, no de “un órgano específico” y que el presidente de la República tiene a su cargo, entre otras, la función de “señalar… ley, las políticas generales de administración y control de eficiencia de los servicios públicos domiciliarios” (art. 370).

Creería que no existe ninguna razón distinta a la falta de voluntad política para que el presidente Duque se desentienda de lo que está pasando en EPM.

Puede que tenga que ver o no, el gobierno nacional también tiene sus pecados en materia de gobierno corporativo. ¿Por qué digo esto? El exministro Carlos Caballero Argáez acaba de plantear un problema serio generado a partir de la propuesta de que Ecopetrol compre a ISA. Dice Caballero que, en este caso, “mediante un cuestionable ‘convenio administrativo’ entre Ecopetrol y el Ministerio de Hacienda se omite el procedimiento establecido para vender empresas estatales —la Ley 226 de 1994—, que conduciría a efectuar una operación en condiciones de mercado, colocando a la Nación y a los accionistas minoritarios en igualdad de condiciones. Se le propina así un golpe al mercado de capitales cuando, en teoría, lo que el Gobierno buscaba era promover su desarrollo e inclusive había convocado una misión de expertos para tal fin” (“Interrogantes sobre la confianza pública”, El Tiempo, 12.02.21). Todo esto después de que el estado los animara y muchos colombianos compraran acciones en esas empresas directamente o a través de los fondos de pensiones.

Herbin Hoyos: 

Si las organizaciones de defensa de los derechos humanos y que actúan en representación de las víctimas del conflicto armado se pronunciaran lamentando su muerte y reconociendo su invaluable trabajo por los secuestrados, daríamos un paso adelante en la reconciliación.

El Colombiano, 28 de febrero