Algunos comentaristas están hastiados de los pronósticos, piden que se dejen de hacer previsiones o, peor aún, que se dejen de hacer predicciones pesimistas. Se olvidan de que una de las tantas singularidades del ser humano es su capacidad de tener noción de futuro. Podemos acordar que los proyectos que se piensan a largo plazo son una quimera y una pérdida de tiempo. La aceleración del mundo no permite que podamos, siquiera, hacer planes a cinco años, que era el plazo máximo que se sentía capaz de prever el máximo planeador que ha tenido la humanidad, José Stalin. Cierto. Pero nuestra capacidad cognitiva de imaginar el porvenir y nuestra obligación moral de ser previsivos nos obligan a explorar lo que viene.
El economista Daron Acemoglu, del MIT, acaba de esbozar unos escenarios pospadémicos que comentaré (“Acemoglu: Veremos cosas que nunca pensamos que veríamos en nuestra vida”, El Confidencial, 17.05.20).
Más de lo mismo. Que gobiernos, corporaciones y personas se abandonen a la inercia y simplemente intenten hacer las cosas como antes de marzo. En este espectro caben desde el nihilismo de Trump hasta el quietismo de Duque. Lo único que hacen es preparar la próxima crisis, que podría ser peor que esta. Lo que con mucha seguridad conducirá a un estallido social, que, según la experiencia reciente, lleva a la anarquía más que a la revolución.
China sin partido comunista. Durante la pandemia, el autoritarismo ha sido el instinto natural de gran parte de los gobernantes electos democráticamente y el éxito chino y oriental, en general (democracia con alto control social), puede reforzarlo. Acemoglu dice que solo nos traería lo peor de China (autocracia) sin ser capaces de tener la eficiencia de la potencia emergente. Sería algo así como la venezolanización de gran parte del mundo, incluyendo a Colombia.
Estados débiles con corporaciones más fuertes. La profundización de las tendencias actuales nos dejaría en la situación de contar un estado que solo se ocupa de castigar —por ejemplo, a los niños o ancianos que salen a la calle— y unas corporaciones encargadas de vender y vigilar. En el lugar del soberano estarían Apple, Google, Amazon (AGA, en persa, era el nombre que se daba a los reyes).
Me parece que estos tres escenarios negativos no son incompatibles. Bastaría cambiar a Trump por Mark Zukerberg. En Medellín tenemos en ciernes el experimento de Daniel Quintero que es autoritarismo más corrupción más tecnología. Esas tres cosas se pueden juntar.
El cuarto escenario sería el del ideal democrático pues, como lo dijera Francis Fukuyama, sigue siendo el horizonte de las sociedades occidentales. Tal y como lo esboza Acemoglu, suena poco probable. Y, sin embargo, es el que deberíamos hacer posible. Solo que requeriría otro tipo de capitalismo, el equilibrio entre libertad amplia y equidad necesaria, y recuperar el gobierno mixto.
El Colombiano, 14 de junio
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