lunes, 14 de octubre de 2019

Tres aniversarios intelectuales

El 19 primero y el 9 luego dieron ocasión para discretas conmemoraciones de tres textos académicos fundamentales, surgidos de la voz y la pluma de pensadores de alto vuelo que tienen en común la condición de pensar dentro del mundo, no desde alguna torre de marfil. Benjamin Constant (1767-1830), Max Weber (1964-1920) y Francis Fukuyama (1952) son sus autores, escribieron en las lenguas que han marcado cada época del pensamiento occidental: francés, alemán, inglés.

“La libertad de los antiguos comparada con los modernos” es una conferencia pronunciada en 1819 dirigida a mostrar la diferencia entre la libertad de ejercer colectiva y directamente la soberanía y la libertad individual y civil de no ser oprimido y dedicarse a ejercer todo tipo de actividad sin ninguna restricción distinta a la ley. Ambas libertades son necesarias y ambas encierran sus peligros. La libertad antigua deriva fácilmente en el despotismo; la moderna puede conducir a que personas absortas en su vida privada renuncien con “facilidad al derecho de tomar parte en el gobierno político”. La manera en que la sociedad contemporánea ha politizado los asuntos privados y ha privatizado la función pública demanda una nueva reflexión sobre las fronteras de la intimidad, la libertad personal, el poder corporativo y el poder estatal.

“¿El fin de la historia?” es un artículo publicado en 1989, que se adelantó en meses a la caída del Muro de Berlín y en años a la disolución de la Unión Soviética y al triunfo global de la democracia liberal. Además, ha sido el diagnóstico más preciso del curso del mundo contemporáneo y, de lejos, el texto más polémico y discutido (aunque no leído) de los últimos 30 años. Suscita escándalo por decir con todas las letras lo que toda la filosofía occidental estaba sosteniendo desde la década de 1970; que la discusión sobre los propósitos políticos no superaba los confines de los ensambles posibles entre libertad y democracia. Más profunda y sugestiva para nuestros días es la discusión propuesta sobre el “último hombre” —el satisfecho y conformista— y la forma como la democracia liberal ignora la importancia del reconocimiento. El contraste entre las sociedades históricas y las poshistóricas ofrece, a mi manera de ver, un ángulo novedoso para discutir los problemas colombianos.

“La política como vocación” es una conferencia dictada en 1919, vertida a lenguaje escrito poco después, en vísperas de la muerte del autor, cuyo centenario conmemoraremos el año venidero. Me limito a citar a Weber: “no hay más que dos pecados mortales en el terreno de la política: la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad, que frecuentemente, aunque no siempre, coincide con aquella”.

Un curso, un seminario, un debate público merecían durante este año en Colombia cada uno de estos textos que plantean preguntas acuciantes y temas profundos para nuestra vida social.

El Colombiano, 13 de octubre

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