La columna de la semana pasada se tituló “Inflación administrativa”. Esta podría llamarse “Asfixia administrativa”. Allí se dijo que el control de la actividad laboral atentaba contra la productividad y competitividad de las organizaciones y contra la libertad y la creatividad de los empleados. En otro sentido, habría que decir que el control es opuesto a la confianza: a menor confianza más control. Desconfianza en la capacidad de las personas y de las organizaciones para autodeterminarse y explorar las mejores vías para realizar sus funciones y cumplir sus propósitos.
La confianza es indispensable en un mundo cada vez más fragmentado y complejo. La soberbia del racionalismo consistió en creer que era posible conocer el universo, determinar lo que era bueno para el mundo y el individuo y elaborar fórmulas generales para lograr la felicidad. Con el ascenso del racionalismo llegaron las utopías y con las utopías las catástrofes. De la complejidad y variabilidad de los asuntos humanos solo pueden dar cuenta humanos singulares, preferiblemente asociados en grupos muy pequeños y unidos por la experiencia y el sentido. Un pequeño equipo sabrá resolver mejor un problema que la dirección de la organización; una organización lo hará mejor que un ministerio.
Apelo a dos ejemplos. El primero es Silicon Valley, algunas de cuyas empresas y universidades tuve oportunidad de visitar hace dos años. El centro de la innovación mundial. Las empresas de punta en esta zona de California les dan a sus trabajadores el 30% del tiempo laboral para que exploren proyectos individuales. En el caso de Google es un día de la semana. Al tercer mes, un supervisor se informa del proyecto y lo evalúa, y a renglón seguido puede autorizar más exploración, cambio o adoptarlo para la organización. El precepto detrás de este modelo consiste en creer que la innovación viene de abajo, la pertinencia se define arriba; el desarrollo se hace abajo, la producción se organiza arriba.
Esto es aplicable para todo tipo de actividad. Por supuesto, aplica más para las prácticas que operan con singularidades, como es el caso de las actividades médica, educativa o artística. La enfermedad, el aprendizaje y la apreciación son irreductiblemente individuales. La administración es necesaria para apoyar la tarea, no para su ejecución específica, y no toda administración tiene que ser intrusiva.
Segundo ejemplo. El ministro de educación de Portugal contó esta semana que una de las medidas en su país era darles a los niños “cada día dos horas gratuitas y voluntarias de extraescolares, para aprender un instrumento, otra lengua o ir a un club de ciencia” (“No hay que ser impositivos: cuando confías en las escuelas, responden”, El País, 18.04.19). Portugal es uno de los milagros educativos de Europa, el otro, Finlandia, también se basa en menos tiempo en el aula y, también, menos trabajo en la casa.
El Colombiano, 21 de abril.
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