lunes, 17 de septiembre de 2018

Victimismo

Serena Williams es mujer, adulta, madre, negra, muy rica, estadounidense y la mejor tenista de la historia, incluyendo a cualquier hombre. Tiene otros rasgos identitarios que desconozco (religión, política, filiaciones culturales). Hace una semana fue amonestada por una falta en la final del US Open. La penalizó un árbitro hombre, adulto, padre, blanco, clase media y portugués (desconozco otros rasgos identitarios). Ella lo acusó de mentiroso, ladrón y de discriminarla como mujer. Ignoro si su susceptibilidad incluía otros reproches. El problema evidente es que —dado el caso que el juez se hubiera equivocado (cosa que nadie ha confirmado)— la beneficiaria de la supuesta discriminación fue otra mujer, joven, soltera, mestiza (hija de negro y japonesa), proletaria aún, japonesa y deportista novata en ascenso.

Uno de los sesgos más peligrosos del mundo contemporáneo es la absorción de las individualidades por un sinnúmero de comunidades ficticias. Una cosa es que los homosexuales, por ejemplo, puedan movilizarse por sus derechos (con todas las garantías que un Estado de derecho liberal debe ofrecerles) y otra es que se les presente o se presenten como una comunidad. Las restricciones a la libertad o las violaciones de los derechos tienen su sentido básico en cuanto se cometen contra un individuo. Es innecesario inventar colectividades para lograr ese propósito (dice el filósofo Jürgen Habermas). Ni las mujeres, ni los homosexuales, ni siquiera los negros en las sociedades modernas, conforman una comunidad. Serena no sufrió una injusticia; se arropó en una condición que es desventajosa en muchos contextos (ser mujer) para hacer una protesta improcedente.

Nuestras identidades son complejas. Algunos componentes de nuestra identidad nos afilian con características y preferencias que son mayoritarias o que se aceptan como normales en la sociedad. Es muy extraño que un individuo reúna sobre sí todos los rasgos de la hegemonía social y cultural o que reúna todos los rasgos dominados; incluso Frida Kahlo (mujer, discapacitada, con gustos sexuales de baja aprobación), pertenecía a una élite cultural y económica. Quienes ven limitado el uso de sus capacidades o la realización de sus planes por las reglas o las creencias de la mayoría de la sociedad, usualmente conservan otros espacios en los cuales se pueden desplegar sin mayores obstáculos. En las sociedades modernas, por ejemplo, la riqueza, suele compensar ciertos rasgos que son objeto de discriminación social. Serena puede alegar que gana menos que Federer, pero su grado de riqueza es tal que esa inequidad no es perjudicial ni para ella ni para la sociedad. Da lo mismo tener ochenta yates que cien, sobre todo cuando solo se puede usar uno cada vez.

La “mitología de la víctima” (Daniele Giglioli) se ha erigido sobre esta serie de falacias. Una víctima no es ni más ni menos que eso; su victimización no le da derechos, ni méritos en otros campos.

El Colombiano, 16 de septiembre

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