Dice el filósofo español Andrés Sánchez Pascual que La emboscadura, el libro del pensador alemán Ernst Jünger (1895-1998), constituye el último de una serie de ensayos sobre nuestra época. Fue publicado originalmente en 1951 y, como toda la obra jungeriana, es bello, sugestivo, difícil y equívoco. La emboscadura reflexiona sobre el miedo y la libertad, sobre la persona singular y las multitudes autómatas, sobre el Estado oprimente del siglo XX y las posibilidades de la moral.
Es muy diciente que la reflexión empiece con el voto, el acto de votar, la necesidad estadística que tienen la política de masas y las democracias, incluyendo a las democracias iliberales. Un paisaje que ya mostraba sus bocetos después de la Segunda Guerra Mundial.
Tomo trozos de esta meditación sobre la democracia escrita hace casi siete décadas.
El camino del medio “se ha vuelto tan estrecho como el filo de un cuchillo”. Tales son las polaridades de la vida actual, que aglutinan masas y generan conductas automáticas en ellas. Ese camino estrecho es el propio de la figura que él sugiere: la del emboscado, “el hombre de la acción libre e independiente”. A partir de este ser libre, es posible “hacer frente al automatismo” y hacer fracasar “el puro empleo de la violencia”.
Cuando se nos interpela ante las urnas, comienza, hay que tener en cuenta “que también el callar es una respuesta”; respuesta que puede ser costosa, como costosa resultaría una participación o una decisión en uno u otro sentido. Sin embargo, hay un tipo de decisiones electorales que ofrecen opciones cerradas. O, cómo entender la pregunta: “¿Por qué elegir en una situación en la que ya no queda elección?”.
En estos casos, ¿qué reto supone hacerse parte de una minoría ínfima? ¿Un cinco por ciento? ¿Diez? Jünger encuentra un sentido. De quien emitió ese voto ínfimo “cabe aguardar que hará sacrificios para defender su opinión y su concepto del derecho y la libertad”. Este tipo de personas está empezando a escabullirse del mundo “vigilado y dominado por la estadística”. Él cree que ese es un riesgo y que, como tal, exige que esas personas que se saben en minoría y fuera de las masas que se pueden contar, en millones y sus correspondientes porcentajes, acopien fortaleza.
¿Qué otro sentido puede tener ese voto? “Ese voto no quebrantará al adversario, pero sí produce un cambio en quien se decidió a emitirlo”. Es una declaración contra el miedo, una afirmación de la libertad. Y eso entraña una moralidad propia y nada fácil, pues la formación de la masa en la democracia contemporánea está basada en el miedo. El pánico, decía en 1951, “es difundido a través de redes que compiten en rapidez con el rayo”. El miedo aglutina y quiere asfixiar a las minorías. Es un desafío para quien decide emboscarse.
El Colombiano, 17 de junio.
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