lunes, 30 de abril de 2018

Tiempo sin razones

Son malos tiempos para la razón y todo lo que está asociado con ella. National Geographic llamó guerra contra la ciencia al auge de las creencias que niegan los hallazgos científicos y las políticas públicas que afectan la investigación, las publicaciones y las humanidades (21.04.17). También son malos tiempos para los intelectuales públicos –a punto de convertirnos en adorno de periódicos– y para las ideas ilustradas y liberales. A esto último se refirió Salomón Kalmanovitz, con desazón, afirmando que “no vale la pena seguir en la brega de influir la opinión pública con argumentos basados en buena teoría y en suficientes datos” (“La seca y las pensiones”, El Espectador, 15.04.18).

La pérdida para los intelectuales individuales es notable, pero lo son más las pérdidas de las empresas ideológicas. La primera disolución está en la iglesia católica que no ha sido capaz de cohesionar a sus fieles y cuya doctrina vive arrinconada por las sectas fundamentalistas que anidan a su interior; entiéndase para Colombia, personajes como Galat y Ordóñez. La segunda está en los medios masivos de comunicación que no solo pierden influencia sino que se han cambiado de bando: ahora compiten con las redes en desinformación, sensacionalismo y ligereza. La tercera la sufre una academia ensimismada y dedicada a la especialización y la técnica. Las tres –iglesia, medios, academia– son bien vistas por una sociedad que las respeta pero no las sigue, como el delincuente con su camándula.

En su diagnóstico, Mauricio García Villegas afirma que lo racional “se ha vuelto circunstancial, esporádico y selectivo” y que “la inteligencia humana se ha concentrado en la tecnología” (“La sequía de la razón”, El Espectador, 21.04.18). Ampliando, podría decirse que hay más información que comprensión, más técnica que racionalidad, más monólogos que conversaciones, más narcisismo que solidaridad, más pantallas que contactos personales, más “me gusta” que “lo pensaré”.

Pero la principal responsabilidad no está en las empresas ideológicas, está en las élites políticas y económicas que han roto sus lazos con las élites intelectuales. Los políticos han cortado los lazos con los técnicos y prefieren la demagogia de siempre y el mercadeo de ahora. Las élites económicas conversan con las consultoras pero no escuchan a los académicos. Ambas élites se han desentendido de la historia y el pensamiento. Las ideas son fuertes cuando la producción de las élites intelectuales es importante para los gobernantes y los empresarios. Eso ha dejado de suceder en Colombia.

Subestimar a los pensadores en tiempos serenos significa tener que “que escuchar la cólera de los pueblos” en tiempos turbulentos, como dijo hace poco el presidente francés Emmanuel Macron (El País, 17.04.18). Desentenderse de las voces reflexivas hace que emerja lo que el escritor nicaragüense Sergio Ramírez llama “la conciencia ética de las calles” (El País, 25.04.18). Entonces habrá indignación, pero seguirán faltando las ideas.

El Colombiano, 29 de abril

lunes, 23 de abril de 2018

Falacias a favor de la corrupción

El debate de esta semana en el Senado sobre la consulta contra la corrupción amerita una documentación detallada y juiciosa de los estudiosos del lenguaje y de la política. Como se sabe, el debate se propició por la recolección de más de cuatro millones de firmas promovida por la senadora Claudia López y terminó con la aprobación de la consulta para junio. Las posiciones de los partidos políticos, los congresistas y los comentaristas de prensa son un auténtico muestrario de artilugios para no tomarse en serio el principal problema del país. (Alguno dirá que es el narcotráfico, que es simplemente un eslabón de la cadena corrupta: los países menos afectados por el narcotráfico en el continente –Costa Rica, Chile y Uruguay– son también los mejor clasificados en transparencia y en indicadores democráticos.)

Empecemos por las mentiras: Roy Barreras en Blue Radio (18.04) dijo que la mermelada ha existido siempre y en todas partes, y que no es culpa de Juan Manuel Santos (Roy siempre cita un libro que vio en una librería dos días antes y los periodistas se quedan mudos). No señor senador. Los cupos indicativos los inventó Santos como ministro de hacienda de Andrés Pastrana en 2001. Roy o no sabe, lo que es probable, o se hace, pero los cupos indicativos son distintos a los auxilios parlamentarios que existieron en el pasado.

Sigamos con las inconsecuencias: cuando los senadores Robledo y López, y el candidato presidencial Sergio Fajardo tomaron las banderas contra la corrupción, políticos y comentaristas argumentaron que esa era una consigna vacía, que quién no iba a estar en contra de la corrupción y que, como consigna política, carecía de peso. Ahora el principal argumento para aplazar la consulta fue que si se hacía coincidir con las elecciones presidenciales Fajardo saldría favorecido. ¿No era una consigna vacía en la que todos estaban de acuerdo? ¿Si era tan inocua la propuesta por qué treinta senadores, todos de Cambio Radical, el conservatismo y el Partido de la U se declararon impedidos para votar? Es decir, toda la coalición que apoya a Germán Vargas Lleras (la misma que cobijó a Santos).

Uno entiende que políticos y congresistas hagan uso de todas sus mañas para atajar la lucha contra la corrupción puesto que, según Transparencia Internacional, son los partidos y el congreso los ejes de la corrupción colombiana. Pero que sean los periodistas los pregoneros de falacias demuestra el trasfondo cultural del problema. Los analistas de radio se dedicaron a decir que las medidas propuestas eran incompletas (falta una reforma política), que no evitan que otros tipos de corrupción (como nepotismo) se sigan presentando, que son insuficientes. Es el repertorio habitual de excusas para evitar cualquier medida seria.

Conclusión: no hay consenso ético ni voluntad política para atacar la corrupción. Por ahí puede perderse el país.

El Colombiano
, 22 de abril

viernes, 20 de abril de 2018

Caparrós sobre Sergio Fajardo

The New York Times en Español:

Opinión:
La lección del doctor Fajardo

Por Martín Caparrós

Sergio Fajardo, matemático, profesor, exalcalde de Medellín y autoproclamado político de centro, debe apelar a la polarización para pasar a la segunda vuelta y encontrar una posibilidad en el voto en contra del poder establecido.

Leer completo aquí:
https://www.nytimes.com/es/2018/04/19/opinion-caparros-fajardo-colombia-elecciones-2018/?emc=eta1-es

lunes, 16 de abril de 2018

Escuchando al prójimo

Al emprendedor: un asalariado, habituado a la comodidad de las transacciones electrónicas, antioqueño y –por tanto– cliente de Bancolombia, se queja de haber pasado las verdes y las maduras tratando de hacer pagos o retirar dinero. Más duro para el emprendedor que me cuenta que el banco no hizo los pagos de nómina convenidos, que le tocó ir a oficina física, que encima le cobraron más de 50 mil pesos por la transacción, que no le aceptaron explicaciones de ningún tipo. Los problemas en los sistemas del banco no fueron de un momento, ni de un día, se prolongaron de modo intermitente durante más de una semana. Hace cuatro años pasó lo mismo: el entonces presidente del banco pidió disculpas públicamente. Ahora no hubo disculpas. Yo, iluso, pensé que podrían descontarnos parte de los pagos de administración. En cualquier restaurante de pobre resarcen un mal servicio, ¿no lo puede hacer el banco más grande del país?

A mi amigo del No: mi amigo del No al plebiscito, no a las negociaciones con las Farc, no a la paz concreta, está desconcertado. Desde el 2 de octubre del 2016 tenía todas las cosas claras: allá Santos, acá Uribe; allá los del Sí, acá los de No; allá los que quieren implementar los acuerdos, acá los que los quieren volver trizas. No sabe qué hacer ni qué pensar. Santos se pasó por la faja la puesta en marcha de los acuerdos sobre tierras y sustitución de cultivos, es decir, las transformaciones reales que le servían a la población rural. El mundo empresarial le recomendó el modelo Forec para administrar los fondos de paz, pero él prefirió el modelo Odebrecht. Parece que habrá cárcel más pronto de lo esperado para un máximo dirigente de las Farc. Es decir, Santos ya hizo trizas los acuerdos. Entonces, se pregunta mi amigo del No, parece que ya no hay razones para votar por Iván Duque, Marta Lucía y Ordóñez.

Al colega académico: mi colega está feliz. Es consciente de que vive en una sociedad que no aprecia al maestro, ni a la academia, y que valora poco la educación. Al fin y al cabo hay modos más rápidos y lucrativos de ganar dinero y lograr posiciones de poder. El hecho de que en los foros presidenciales, donde saludan de doctor a todo el mundo, el único doctor de verdad sea Sergio Fajardo no le dice nada a nadie ni le incrementa los méritos. Doctor le decían en Cali a Gilberto Rodríguez Orejuela que sí fue capaz de poner presidente de la república. Pero mi colega siente ahora que la educación tiene un valor. Iván Duque dijo que tenía un título de Harvard sin ser cierto, un flamante senador liberal antioqueño se hizo pasar por abogado, un exalcalde de Bello falsificó su título de bachiller.

El Colombiano, 15 de abril

lunes, 9 de abril de 2018

18, varias veces 48, dos 68

Cuáles sean las efemérides más importantes de un país, una organización, una persona, debe decir algo de las preferencias, los referentes, quizás de la mentalidad de esos grupos o individuos. Como estamos en 2018, hablaré de algunas celebraciones o conmemoraciones de este año, en proceso de ensalzamiento o desdén.

Desde que empezó el año se está hablando de mayo de 1968. Uno de los hechos más sobrevaluados del siglo XX. Isaiah Berlin (1909-1997) respondió, sarcásticamente, cuando le preguntaron por las manifestaciones juveniles en Francia diciendo que se había tratado de una rebelión de la burguesía arrepentida contra el proletariado satisfecho. En lo que a mí respecta, el verano del amor –que tuvo lugar un año antes en San Francisco– fue más importante. En el sentido en que transformó casi por completo la cultura occidental y dejó una huella indeleble en nuestra manera de ser. La misma que hoy cuestionan tanto el neoconservatismo como la corrección política.

El 4 de abril pasado solo El Colombiano, entre la gran prensa escrita del país, publicó una nota sobre el cincuentenario de la muerte de Martin Luther King (ni siquiera tuvo doodle). Reducir la relevancia del pensamiento de King al ámbito de los negros o a la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos es no entender nada. La precariedad de ediciones en español de su obra muestra la indolencia de las élites intelectuales hispanoamericanas. Nuestros negros tampoco es que lo divulguen mucho. Ni tampoco a los otros dos miembros de esa santísima trinidad, Muhammad Ali y Nina Simone.

Hace 170 años era 1848. Un año tanto o más decisivo que el de la Revolución Francesa para la configuración política del mundo occidental. Y también en el pensamiento social. En ese año se publicaron libros que han moldeado desde entonces el pensamiento progresista: el Manifiesto Comunista de Karl Marx, cuyo natalicio ocurrió hace 200 años, con sus críticas diáfanas y sus promesas arcaicas; un panfleto de Joseph Charlier que propuso la idea una renta básica universal para cada ciudadano; un librito, desconocido fuera de Alemania, de Julius Fröebel que es la fuente original del concepto de democracia deliberativa.

Sobre 1848 en Colombia hay un texto interesante de Jaime Jaramillo Uribe, pero valdría la pena profundizar en su influencia. De seguro es más crucial para nuestra historia que el asesinato de Gaitán.

Los palestinos andan tirando piedra y los israelíes matándolos, con ocasión de los setenta años de la fundación del Estado de Israel. Escalaremos montañas de papel sobre el tema. Del gran acontecimiento de 1948 no se habla aún, se dirán pocas y tímidas palabras en diciembre: la promulgación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El contenido y las posibilidades prácticas de este documento pueden ser tan trascendentales como la inscripción que recibió Moisés en el Monte Horeb.

El Colombiano, 4 de abril

lunes, 2 de abril de 2018

Vallejo cuarteado

Sentado, al parecer, con el perfil hacia oriente. Los ojos hundidos y tristes, la mirada baja y perdida. Más un alma que el retrato con estilete firmado por Pablo Picasso el 9 de junio de 1938. Dos meses habían pasado desde su muerte. Puede pensarse que el pintor malagueño ha dibujado de memoria la imagen que ahora ilumina la portada del volumen que compendia el libro póstumo España, aparta de mí este cáliz publicado en 1939, cuando terminaba la guerra civil española y empezaba la mundial: “¡Estremeño, dejásteme / Verte deste lobo, padecer, / Pelear por todos y pelear para que el individuo sea un hombre, / Para que los señores sean hombres”.

De la misma fecha un boceto que aspira a retrato. De frente, ceño fruncido; sin atractivo ni parecido, trazado sin curia. Picasso afirma que es César Vallejo; si no fuera por el afecto sabido diría que se trata del dueño de un bar o del administrador de un hotel, que salda una cuenta con tal de atrapar la firma del pintor. El curador de la edición crítica de 1997, Ricardo Silva Santiesteban, tituló el tercer tomo Poemas 1923-1938, aclarando que el adjetivo “humanos” no pertenece al original. “Y me alejo de todo, porque todo / Se queda para hacer la coartada: / Mi zapato, su ojal, también su lodo / y hasta mi doblez del codo / De mi propia camisa abotonada”.

Del ilustrador Julio Esquerre Montoya –conocido como Esquerrilof– la Pontificia Universidad Católica del Perú usó una imagen fuerte, un ícono tallado en madera, para la segunda portada, en negro sobre azul celeste. La cara aindiada, la piel curtida y morena, las cuencas solas bajo las cejas y el pelo desordenado. Una cabeza criolla, sin pulimientos, para darle cobertura al delirio vanguardista de Trilce (1922): “Cuándo vendrá / el domingo bocón y mudo del sepulcro, / cuándo vendrá a cargar este sábado / de harapos, esta horrible sutura / del placer que nos engendra sin querer, / y el placer que nos DestieRRa”.

Los heraldos negros, con sus borradores y facsímiles, llena el primer libro de la Poesía completa. En la carátula, un lápiz chocante, autoría del peruano Raúl Vizcarra. Una copia del estilo que los soviéticos impusieron para difundir la imagen de Lenin. Un Vallejo que nunca fue: desafiante, imponente. Un rostro metálico, bruñido, instalado sobre un cuello grueso de venas hinchadas que reclama una bandera tras de sí. Un despropósito para el sentimiento de esos versos. “Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce / Rita de junco y capulí; / ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita / la sangre, como flojo cognac, dentro de mí”.

César Vallejo no reclama nada; nadie reclama nada en su nombre, por fortuna. Cada espíritu que trastabilla bajo su poesía le pertenece.

El Colombiano, 1 de abril.