Que un acontecimiento sea capaz de apropiarse de toda la carga significante de una palabra, demuestra su potencia, amplitud e influencia. Eso pasa, precisamente con La Reforma. Renacimiento e ilustración tienen dimensiones similares, pero no están vinculadas a un evento sino a una vasta serie de obras y personajes, grandes como pueden ser Leonardo o Kant. Descubrimiento guarda proporción pero requiere apellido, de América en este caso. Revolución nombra varias cosas y se banalizó hasta convertirse en una muletilla o una máscara. La Reforma, no requiere apelativo; se apropió, incluso del artículo, para hacerse más singular y gira alrededor de una figura y un hecho: Martín Lutero (1483-1546) y la leyenda de las 95 tesis clavadas un 31 de octubre, hace 500 años, en un pequeño pueblo alemán.
La Reforma desató innumerables consecuencias en la cultura y en las instituciones de Occidente, que han sido ampliamente documentadas y elogiadas y de las cuales la más famosa de todas tal vez sea La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber (1864-1920). De allí surgió, a su vez, la caricatura –falsa, por supuesto– de que si un país era protestante se modernizaba con facilidad y si era católico permanecía en el atraso. Una tontería que muchos repiten con tono autoritativo. Muchos de los efectos de La Reforma fueron imprevistos e indeseados y tienen que ver, sobre todo, con la convergencia de otros procesos económicos y sociales. No hay que olvidar que Lutero fue contemporáneo de Cristóbal Colón, Fernando Magallanes, Nicolás Maquiavelo, Leonardo da Vinci, Juan Luis Vives, Johannes Gutenberg y de las familias empresariales Fugger, Médicis y Welser. Es decir, el descubrimiento de América, el humanismo renacentista, la imprenta, la política y el empresariado modernos estaban surgiendo a la par con la reforma protestante, así que no tiene sentido concentrar en esta todos los efectos virtuosos que encontramos en la modernidad occidental.
Alemania se benefició en mayor medida de la actividad del monje agustino. Lutero contribuyó decisivamente a la codificación de la lengua alemana y a la autonomía de sus príncipes, a la promoción de la alfabetización y la escolarización de la población, a perfilar el sueño de la unidad de la mayoría de los alemanes bajo un solo Estado, algo que solo alcanzarían en 1871 y, después de las vicisitudes conocidas, en 1991. Los homenajes a Lutero y a su rebelión son, también y con todo derecho, cosa del orgullo alemán. Ni que hablar de los beneficios que de la teología protestante ha obtenido la iglesia católica.
Del personaje y de la influencia que tuvo –como de cualesquiera otros– también se pueden decir cosas negativas (María Elvira Roca, “Martín Lutero: mitos y realidades”, El País, 22.07.17). Pero, después de medio milenio, la trascendencia de Lutero y el protestantismo es incontestable, y su estudio una asignatura pendiente.
El Colombiano, 5 de noviembre
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