La gratitud no es propiamente uno de los rasgos de la personalidad colombiana. Escasean en Colombia las gracias, las excusas y el ofrecimiento de disculpas. El hombre de la calle debe pensar que ahí radica parte de su altivez y dignidad cuando es precisamente lo contrario: mezquindad y complejo de inferioridad. Hoy, cuando la desmovilización y el desarme de la Farc son una realidad, hay que recordar a las personas que llevaron a cabo esa tarea tormentosa y difícil.
Fue un grupo de gente al que conocí, in situ, sentados en la mesa de diálogos, siguiendo el rito glacial de la negociación y soportando la incomprensión de la mayoría. Desde el primer día vi el coraje del general Jorge Mora, la prudencia del general Oscar Naranjo, la paciencia de Humberto de la Calle, el pulso de Sergio Jaramillo y el compromiso de todos. Después llegó Gonzalo Restrepo con su sentido práctico. Se van a cumplir un año del primer acuerdo y dos meses de la desaparición de las Farc y no he visto el primer reconocimiento, social y sonoro, a estos gestores del acuerdo.
Digo esto a propósito de la salida de Sergio Jaramillo de su cargo como Alto Comisionado para la Paz. Puede pensarse ahora que toda la evidente mala leche que nos rodea se debe a la polarización política; es probable. A Luis Carlos Restrepo que gestionó el desarme paramilitar le fue peor que a Jaramillo de cuenta de muchos pacifistas de última hora y de la parcialidad de nuestra justicia. Pero cuando se pronuncia el nombre de Rafael Pardo, todos ven al oscuro funcionario y nadie recuerda al comisionado que estuvo al frente de cuatro procesos exitosos entre 1990 y 1994. Creo que gratitud se le debe también a los que fracasaron desde Carlos Lleras en 1981 hasta Camilo Gómez en 2002.
A Jaramillo le queda la satisfacción de una obra llevada a cabo con claridad y convicción. No sé qué más le quede. Desde Platón en Siracusa a todos los filósofos les ha ido mal cerca del poder. A Jaramillo, que estudió filosofía, primero lo acosaron los congresistas y después lo vapuleó el propio Presidente. No es un secreto que hace más de dos años Santos le había entregado el manejo de la negociación a un grupo de recién llegados y que sacó a la oficina del Alto Comisionado de la implementación. Que el remplazo de Sergio Jaramillo sea Rodrigo Rivera lo dice todo.
Es momento de hacerle un reconocimiento a ese grupo de personas que se fueron a Cuba pensando en el bienestar y en el futuro del país. Sin buscar glorias. Ellos ya sabían cómo les había ido a sus antecesores. Sergio Jaramillo fue el último en salir. Gratitud es lo mínimo que le debemos a él y a los demás.
El Colombiano, 6 de agosto
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