Acaba de publicarse un informe sobre prevalencia del virus de inmunodeficiencia humana VIH, asociado con el sida. Los datos para Colombia ponen a Medellín en el primer lugar en cuanto a prevalencia o porcentaje de la población afectada. Medellín encabeza el listado nacional de ciudades con una diferencia amplia, de un quinto, sobre Bogotá y Cali (“El VIH sigue latente en Medellín, El Colombiano, 11.08.17). Cuando uno mira los datos del Observatorio de Drogas de Colombia –adjunto al Ministerio de Justicia– se encuentra con que Medellín también encabeza la lista en cuanto a prevalencia en el consumo de alcohol, por encima de Bogotá y Barranquilla (Atlántico). En cuanto a consumo de cocaína, Medellín supera en un 50% al Atlántico, más que duplica a Cali y triplica a Bogotá. Las cosas son iguales en cuanto mariguana y tabaco. Ojo, es Medellín no Antioquia (excepto en el caso de la coca). No tengo a la mano información sobre otras adicciones como los juegos de azar, pero la situación no debe ser muy distinta viéndose, como se ve, la prosperidad de los casinos y los establecimientos con máquinas tragamonedas.
No se trata de números pequeños. La prevalencia por alcohol afecta al 40% de Medellín y el área metropolitana, la de tabaco al 20%, mariguana casi al 8%. No son anormales. Habitualmente son personas que tienen familia, trabajan, sin diferencias notables en cuanto a género, aunque parece que, de nuevo, son los jóvenes la población más vulnerable. El cuadro completo permite afirmar que, en Colombia, Medellín es la capital del vicio. Siendo así, las explicaciones de la violencia intrafamiliar, la accidentalidad de tránsito y gran parte de los homicidios se amplían; lo mismo que la proliferación de bienes y servicios para satisfacer a una población obsesiva, que van desde el licor adulterado hasta todas las formas de prostitución.
A su vez, Medellín se muestra públicamente como una ciudad pacata y conservadora. Mientras los ciudadanos manifiestan el mayor disgusto sobre los drogadictos y alcohólicos, considerándolos los más indeseables como vecinos (datos de “Medellín cómo vamos”); las autoridades civiles y las jerarquías privadas se obsesionan con mantener reglamentos puritanos; y la prensa con vender beatos y santos. Medellín es viciosa pero esquizoide y negacionista. Sépase que el asceta es un incontinente, un adicto, castigado.
Lo curioso del caso es que no nos hemos dado cuenta de que nuestra forma puritana y represiva de encarar el vicio es un fracaso. Todas y cada una de estas adicciones vienen creciendo paulatinamente en el valle de Aburrá. Y cada punto o décima de crecimiento en las estadísticas es un fracaso para las instituciones públicas, los establecimientos educativos, las iglesias y las familias. Seguir esta línea irreflexiva no resuelve nada, lo empeora. Alguien (con más influencia que un columnista) debe poner esta discusión en la agenda pública.
El Colombiano, 20 de agosto
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