Es un deber hablar de la situación de Venezuela. Así se sepa. Aunque sea tema trillado. A pesar de que las voces que se dejan oír sean reiterativas en cuanto a la posición, agnósticas en cuanto a las soluciones y evasivas en cuanto al juicio acerca de qué hemos hecho mal las sociedades y los gobiernos latinoamericanos para que lleguemos a una situación tan dramática.
En América Latina hemos tenido dictaduras pero las dictaduras generan orden –ilegítimo pero orden– hasta el punto de que las tasas de homicidio más bajas del continente en el último medio siglo han sido las de la Cuba de Castro y el Chile de Pinochet. Hemos tenido guerras civiles en las que las responsabilidades, por definición, se distribuyen entre gobiernos y entidades sociales. Caídas verticales en los indicadores sociales, sin guerra de por medio, algunas veces en Haití. Pero dictadura, desorden y pérdida neta en desarrollo humano, a la vez, solo en la Venezuela chavista. Quedo sujeto a datos que amplíen o maticen esta apreciación.
En las democracias representativas el origen de todos los males está en la calidad de la representación y en el germen del chavismo están los yerros de Carlos Andrés Pérez y de Rafael Caldera, las alucinaciones del Teniente Coronel y los desencuentros de la oposición. Pero en el caso venezolano la contribución de algunos regímenes de la región fue inestimable: el silencio brasileño, los negociados argentinos, las complicidades boliviana y ecuatoriana, la exacción cubana.
Todos prohijaron el paulatino desmonte de las instituciones regionales y su suplantación por organismos espurios e inanes; convirtieron la gestión de la Carta Democrática Americana en una lucha partisana, prestándose para sancionar a Paraguay y Honduras, para premiar a Cuba y ocultar el montaje del gobierno de partido único en Venezuela. La OEA terminó volviéndose insulsa, como lo dijo Chávez burlonamente… tenía toda la razón. Hasta que llegó el actual secretario quien, a pesar de los regaños de Mujica, se compró el pleito con el régimen de Maduro.
En esta lista hay que colocar los desatinos de la diplomacia colombiana que pasó de la pugnacidad de las administraciones de Uribe a la connivencia de las de Santos sin encontrar nunca un criterio rector claro que le hiciera honor a una cancillería de trayectoria ecuánime, a pesar de su falta de profesionalismo. La nominación que hizo Colombia de Ernesto Samper para la secretaría de Unasur fue ominosa. Samper vio el mamut chavista y, además, se montó en él.
En gran medida la pérdida de brújula nacional se debe a las Farc porque la gestión presidencial del acuerdo condicionó la política exterior del país y porque, erróneamente, muchos amigos del proceso creyeron que el paquete incluía el silencio frente a lo que pasaba en Venezuela. Memoria de los apóstoles del chavismo: Farc, Petro, Piedad.
El Colombiano, 30 de abril
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