Entre el 7 y el 13 de mayo dos equipos periodísticos fueron obstaculizados en sus labores durante la exhumación de los restos de las víctimas de la masacre de Bojayá, cometida por las Farc hace 15 años. Los pormenores de los hechos están contados por la periodista Patricia Nieto (“El silencio de Bojayá”, Verdad Abierta, 16.05.17) y no han sido cuestionados hasta ahora ni en el más mínimo detalle. El debate suscitado, a través de cartas y columnas de prensa, es interpretativo; conflictos entre verdad y duelo, libertad y autoridad, derechos individuales y reglas colectivas.
Casi todos los puntos centrales de la discusión están consignados en el “Protocolo para el manejo de comunicaciones en el marco de los acuerdos del Proceso de Paz para Bojayá” producido por el Comité por los Derechos de las Víctimas de Bojayá, a raíz del incidente con los periodistas.
El primer punto del Protocolo prohíbe “filmar, tomar fotografías, grabar, escribir o realizar entrevistas individuales a las familias, o a cualquier persona vinculada con el proceso de la exhumación, entrega de los cuerpos, y ceremonias relacionadas con la masacre”. Esto implica una limitación a la libertad de información en lugares públicos sobre un evento público, y a la libertad de expresión de cada una de las personas de la población en nombre de la preeminencia de una autoridad colectiva.
El segundo punto determina que “cuando se produzca información referente al proceso de los acuerdos suscritos entre el Gobierno y las Farc-Ep sobre Bojayá esta información deberá ser revisada, retroalimentada y avalada para su publicación por el equipo vocero delegado para comunicaciones del Comité”. Sobrarían los comentarios pero muchos opinadores han soslayado este mecanismo que no es otra cosa que un acto de control, censura y monopolio de la información.
El tercer punto aclara quiénes son los dueños de la situación en Bojayá: el Comité y las Naciones Unidas. Y el relato de Patricia Nieto muestra que la situación está en manos de un grupo muy pequeño de personas locales y de un funcionario español de Naciones Unidas. No son las víctimas ni las personas del pueblo. Hasta el párroco resultó constreñido. El protocolo viola varios artículos constitucionales, lo que debería importarle al Comité, y de la declaración de derechos humanos, algo de lo que debe saber la ONU.
Algunos periodistas reaccionaron omitiendo el criterio de contrastar las fuentes, que se aprende en primer semestre. La carta de un grupo de académicos me parece una renuncia a los valores de las ciencias sociales en nombre del respeto a las víctimas. Personas todas a las cuales una vida profesional intachable no les merece un ápice de confianza o una breve espera, triste. Pregunta Patricia: “¿Cómo se configurará el escenario para el trabajo de la prensa una vez se instale la Comisión de la Verdad en Colombia?”.
El Colombiano, 28 de mayo
lunes, 29 de mayo de 2017
lunes, 22 de mayo de 2017
Volveremos al estadio
Hace algún tiempo se cuelga un trapo en Oriental, en el borde entre la que llamamos fugazmente tribuna Centroamericana y la que se llamó en épocas pasadas Popular, que reza “Más allá del resultado”. La frase es una versión prosaica de aquel verso de Gabriel Romero que dice “no necesito que esté arriba”. Estoy hablando de un lema identitario de la hinchada del Medellín, que también puede serlo del Atlético de Madrid, la Roma, el Tottenham y otros varios equipos del orbe.
La proposición alude a un razonamiento que tiene variantes: preferimos jugar bien que ganar, la identidad antes que el éxito, alguna idea en el campo mejor que victorias casuales. Este argumento es propio de los hinchas de estadio. Al hincha de radio le basta ganar y mirar la tabla de clasificaciones en el diario del lunes. El hincha de estadio va a la tribuna a deleitarse, a sufrir, a deleitarse sufriendo, así que tiene ver algo allá abajo encarnado en los once tipos que visten esa camiseta que ama.
Este hincha parece invencible (“ser hincha del Medellín pierda o empate”, es otro emblema nuestro). Pero no se engañen. El hincha devoto también tiene su kriptonita. Jugar mal sistemáticamente es kriptonita, y es kriptonita la improvisación. La dirigencia actual del Medellín tiene a la hinchada hace casi un año a dieta de kriptonita. Como suele pasar con todo en la vida, es más difícil sostener que montar, y estos dirigentes laboriosos y afectuosos con el equipo se demoraron más de dos años montándolo y pocos meses poniéndolo a tambalear. Para que no crean que estoy exagerando con lo de la kriptonita les doy un dato: Medellín es el único equipo que tiene más abonos vendidos que gente en el estadio. Lisa y llanamente significa que somos muchos los que pagamos el abono y dejamos de ir religiosamente al estadio porque no hay inspiración en la cancha, lo que lleva a que haya poca motivación en la tribuna.
Pienso que los directivos se equivocaron cuando decidieron quitarles a los técnicos la función de escoger a los jugadores que se contrataban. Los únicos equipos del mundo que pueden darse ese lujo son aquellos que pueden pagar sus errores en millones de euros sin inmutarse. De esa manera un equipo que clasifica cada cinco años a un torneo internacional tiró por la borda la Copa Suramericana del 2106 y la Libertadores del 2017. Por añadidura, en este semestre nada en la Superliga e inopia en el clásico local (veremos esta semana).
Escribo de fútbol como aficionado. Además, saco el espacio porque no veo, en general, ningún sentido crítico en la prensa deportiva local. En realidad, algunos editores parecen publicistas de los clubes. Como hincha sé que volveré al estadio porque está en el alma, pero no sé cuándo.
El Colombiano, 21 de mayo
La proposición alude a un razonamiento que tiene variantes: preferimos jugar bien que ganar, la identidad antes que el éxito, alguna idea en el campo mejor que victorias casuales. Este argumento es propio de los hinchas de estadio. Al hincha de radio le basta ganar y mirar la tabla de clasificaciones en el diario del lunes. El hincha de estadio va a la tribuna a deleitarse, a sufrir, a deleitarse sufriendo, así que tiene ver algo allá abajo encarnado en los once tipos que visten esa camiseta que ama.
Este hincha parece invencible (“ser hincha del Medellín pierda o empate”, es otro emblema nuestro). Pero no se engañen. El hincha devoto también tiene su kriptonita. Jugar mal sistemáticamente es kriptonita, y es kriptonita la improvisación. La dirigencia actual del Medellín tiene a la hinchada hace casi un año a dieta de kriptonita. Como suele pasar con todo en la vida, es más difícil sostener que montar, y estos dirigentes laboriosos y afectuosos con el equipo se demoraron más de dos años montándolo y pocos meses poniéndolo a tambalear. Para que no crean que estoy exagerando con lo de la kriptonita les doy un dato: Medellín es el único equipo que tiene más abonos vendidos que gente en el estadio. Lisa y llanamente significa que somos muchos los que pagamos el abono y dejamos de ir religiosamente al estadio porque no hay inspiración en la cancha, lo que lleva a que haya poca motivación en la tribuna.
Pienso que los directivos se equivocaron cuando decidieron quitarles a los técnicos la función de escoger a los jugadores que se contrataban. Los únicos equipos del mundo que pueden darse ese lujo son aquellos que pueden pagar sus errores en millones de euros sin inmutarse. De esa manera un equipo que clasifica cada cinco años a un torneo internacional tiró por la borda la Copa Suramericana del 2106 y la Libertadores del 2017. Por añadidura, en este semestre nada en la Superliga e inopia en el clásico local (veremos esta semana).
Escribo de fútbol como aficionado. Además, saco el espacio porque no veo, en general, ningún sentido crítico en la prensa deportiva local. En realidad, algunos editores parecen publicistas de los clubes. Como hincha sé que volveré al estadio porque está en el alma, pero no sé cuándo.
El Colombiano, 21 de mayo
lunes, 15 de mayo de 2017
Zonas veredales en el Tíbet
Hace algunos años viajábamos de vacaciones por la provincia de Mendoza, en Argentina. Un señor muy amable nos sirvió de guía a mi esposa y a mí por las montañas, al pie del Cerro de los Siete Colores, con las nieves andinas al fondo. Sobre una planicie fría, con la majestuosa pared al oriente y un horizonte vasto al occidente, apenas se veían los pastos y uno que otro caballo. En un momento nos señaló una pequeña hondonada con una gran roca y dijo con orgullo que allí se había filmado Siete años en el Tíbet.
Indagado por la experiencia, contó que la productora (una empresa llamada Mandalay) montó allí un pueblo tibetano aprovechando que en el invierno mendocino las nieves bajan, incluso a menos de dos mil metros de altura. Que Brad Pitt había sido un habitante más de Uspallata durante algunos meses, merodeando el mismo paisaje por el que había pasado Charles Darwin en 1835. Le preguntamos por qué ya no había nada, por qué Mandalay levantó toda la infraestructura y se fue, por qué alguien no procuró que el lugar se usara como un atractivo turístico más de la región y otras linduras de turista ingenuo que no tuvieron respuesta, por supuesto.
Recordé el caso viendo el proceso de las zonas veredales transitorias de normalización que se habilitaron para el proceso de concentración y desmovilización de las Farc. Cuando uno ve las fotos de los caseríos en Llanogrande, Dabeiba, o de Carrizal, en Remedios, y luego aprecia el avance en las obras campamentarias para los combatientes en tránsito a la vida civil se nota un contraste muy marcado en cuanto a la calidad de la construcción y a las comodidades incluidas.
Desde el sentido común es razonable que las nuevas construcciones permanezcan y que se conviertan en poblados. Sin embargo, uno no deja de preguntarse qué puede pasar por la cabeza de un campesino o un colono de estas regiones, quienes a lo largo de su vida no conocieron al Estado sino a través de la presencia, casi siempre ocasional del Ejército, cuando ahora ven un despliegue abrumador de funcionarios estatales y de las Naciones Unidas, de periodistas y científicos sociales, de maquinaria y obreros a toda marcha.
El Estado colombiano ha tenido una presencia más fugaz y dañina, en medio país, que la que tuvo Mandalay en Uspallata haciendo la película de Annaud. Se supone que eso debe acabarse ahora, al menos en las zonas en las que se desmovilizarán las Farc. Pero no está nada claro el tipo de impacto que pueda tener a mediano plazo montar, de la noche a la mañana, un pueblo de estrato tres al lado de otro estrato uno. Tampoco es fácil prever qué pasará cuando acabe el proceso y nadie vuelva por allá, solo la soledad.
El Colombiano, 14 de mayo.
Indagado por la experiencia, contó que la productora (una empresa llamada Mandalay) montó allí un pueblo tibetano aprovechando que en el invierno mendocino las nieves bajan, incluso a menos de dos mil metros de altura. Que Brad Pitt había sido un habitante más de Uspallata durante algunos meses, merodeando el mismo paisaje por el que había pasado Charles Darwin en 1835. Le preguntamos por qué ya no había nada, por qué Mandalay levantó toda la infraestructura y se fue, por qué alguien no procuró que el lugar se usara como un atractivo turístico más de la región y otras linduras de turista ingenuo que no tuvieron respuesta, por supuesto.
Recordé el caso viendo el proceso de las zonas veredales transitorias de normalización que se habilitaron para el proceso de concentración y desmovilización de las Farc. Cuando uno ve las fotos de los caseríos en Llanogrande, Dabeiba, o de Carrizal, en Remedios, y luego aprecia el avance en las obras campamentarias para los combatientes en tránsito a la vida civil se nota un contraste muy marcado en cuanto a la calidad de la construcción y a las comodidades incluidas.
Desde el sentido común es razonable que las nuevas construcciones permanezcan y que se conviertan en poblados. Sin embargo, uno no deja de preguntarse qué puede pasar por la cabeza de un campesino o un colono de estas regiones, quienes a lo largo de su vida no conocieron al Estado sino a través de la presencia, casi siempre ocasional del Ejército, cuando ahora ven un despliegue abrumador de funcionarios estatales y de las Naciones Unidas, de periodistas y científicos sociales, de maquinaria y obreros a toda marcha.
El Estado colombiano ha tenido una presencia más fugaz y dañina, en medio país, que la que tuvo Mandalay en Uspallata haciendo la película de Annaud. Se supone que eso debe acabarse ahora, al menos en las zonas en las que se desmovilizarán las Farc. Pero no está nada claro el tipo de impacto que pueda tener a mediano plazo montar, de la noche a la mañana, un pueblo de estrato tres al lado de otro estrato uno. Tampoco es fácil prever qué pasará cuando acabe el proceso y nadie vuelva por allá, solo la soledad.
El Colombiano, 14 de mayo.
lunes, 8 de mayo de 2017
290 años
A los cuarenta años de vida este hombre del siglo XVIII presentó al público una de sus tantísimas obras y, quizás, la más importante que produjo. Tenía entonces –considerando la expectativa de vida– el equivalente a 70 años de edad de hoy. Toda una vida dedicado a un oficio, aprendido en la familia paterna y compartido con sus hijos. Un oficio fatigoso, cotidiano, sometido a la presión de los jefes políticos o eclesiásticos, a las angustias del tiempo que oprime con la demanda de un producto semanal, de entregas especiales según la época del año; semana tras semana y año tras año, intentando trasmitir algo nuevo sobre un calendario lento y repetitivo. Toda una vida laboral luchando por alguna autonomía en el trabajo y remuneraciones más adecuadas, cambio de empresas y ciudades para encontrar un lugar propio y agradable. En largos pasajes su biografía puede ser la de un artesano notable o un trabajador heroico de aquellos que se exaltaron tanto en el siglo XX.
El comienzo de la tarea parece modesto. Se basa en un fragmento muy breve y tosco de una obra antigua, revisada en común con un colaborador habitual. Y se trabajó convocando a ella la experiencia y el bagaje personal, en la técnica y la expresividad, y su época toda, espiritual y secular. Como todo homo faber serio y responsable busca el mejor resultado posible en todo lo que hace. Pero las dimensiones y las exigencias prácticas para su realización desbordan cualquier sentido de la economía y desafían el juicio de los auspiciadores y los espectadores. La expuso cuatro veces en el cuarto de siglo que le quedó de vida hasta que, cien años después de la primera, fue rescatada en un acto de valentía.
En un tiempo en el cual el sentido de lo más, de lo superior, se ha perdido y el mérito se ha diversificado y multiplicado hasta devenir trivial habría que poder alabar lo sublime todavía, así esté fuera de lugar. Una personalidad arribando al escepticismo –como la mía– puede hacer una excepción para asegurar la cúspide de lo sublime a La pasión según san Mateo. No alcanza la imaginación para suponer que un hombre tan ocupado y constreñido como cualquier ser humano que trabaja y apenas sobrevive pudiera realizar una obra semejante. Es como si nos dijeran, y tuviéramos que creerlo, que una sola persona construyó la muralla china. Algo tuvo que intuir Johann Sebastian Bach (1685-1750) durante su elaboración para escribirla en tinta roja a diferencia de sus demás obras en sepia. Puede decirse con Emil Cioran (1911-1995), en una de las versiones de un aforismo afortunado, que “cuando escucháis a Bach, veis nacer a Dios” (De lágrimas y santos). Y puede dársele una vuelta, ¿si no apreciáis a Bach, creéis en Dios? Y otras más.
El Colombiano, 7 de mayo
El comienzo de la tarea parece modesto. Se basa en un fragmento muy breve y tosco de una obra antigua, revisada en común con un colaborador habitual. Y se trabajó convocando a ella la experiencia y el bagaje personal, en la técnica y la expresividad, y su época toda, espiritual y secular. Como todo homo faber serio y responsable busca el mejor resultado posible en todo lo que hace. Pero las dimensiones y las exigencias prácticas para su realización desbordan cualquier sentido de la economía y desafían el juicio de los auspiciadores y los espectadores. La expuso cuatro veces en el cuarto de siglo que le quedó de vida hasta que, cien años después de la primera, fue rescatada en un acto de valentía.
En un tiempo en el cual el sentido de lo más, de lo superior, se ha perdido y el mérito se ha diversificado y multiplicado hasta devenir trivial habría que poder alabar lo sublime todavía, así esté fuera de lugar. Una personalidad arribando al escepticismo –como la mía– puede hacer una excepción para asegurar la cúspide de lo sublime a La pasión según san Mateo. No alcanza la imaginación para suponer que un hombre tan ocupado y constreñido como cualquier ser humano que trabaja y apenas sobrevive pudiera realizar una obra semejante. Es como si nos dijeran, y tuviéramos que creerlo, que una sola persona construyó la muralla china. Algo tuvo que intuir Johann Sebastian Bach (1685-1750) durante su elaboración para escribirla en tinta roja a diferencia de sus demás obras en sepia. Puede decirse con Emil Cioran (1911-1995), en una de las versiones de un aforismo afortunado, que “cuando escucháis a Bach, veis nacer a Dios” (De lágrimas y santos). Y puede dársele una vuelta, ¿si no apreciáis a Bach, creéis en Dios? Y otras más.
El Colombiano, 7 de mayo
jueves, 4 de mayo de 2017
lunes, 1 de mayo de 2017
V de vergüenza
Es un deber hablar de la situación de Venezuela. Así se sepa. Aunque sea tema trillado. A pesar de que las voces que se dejan oír sean reiterativas en cuanto a la posición, agnósticas en cuanto a las soluciones y evasivas en cuanto al juicio acerca de qué hemos hecho mal las sociedades y los gobiernos latinoamericanos para que lleguemos a una situación tan dramática.
En América Latina hemos tenido dictaduras pero las dictaduras generan orden –ilegítimo pero orden– hasta el punto de que las tasas de homicidio más bajas del continente en el último medio siglo han sido las de la Cuba de Castro y el Chile de Pinochet. Hemos tenido guerras civiles en las que las responsabilidades, por definición, se distribuyen entre gobiernos y entidades sociales. Caídas verticales en los indicadores sociales, sin guerra de por medio, algunas veces en Haití. Pero dictadura, desorden y pérdida neta en desarrollo humano, a la vez, solo en la Venezuela chavista. Quedo sujeto a datos que amplíen o maticen esta apreciación.
En las democracias representativas el origen de todos los males está en la calidad de la representación y en el germen del chavismo están los yerros de Carlos Andrés Pérez y de Rafael Caldera, las alucinaciones del Teniente Coronel y los desencuentros de la oposición. Pero en el caso venezolano la contribución de algunos regímenes de la región fue inestimable: el silencio brasileño, los negociados argentinos, las complicidades boliviana y ecuatoriana, la exacción cubana.
Todos prohijaron el paulatino desmonte de las instituciones regionales y su suplantación por organismos espurios e inanes; convirtieron la gestión de la Carta Democrática Americana en una lucha partisana, prestándose para sancionar a Paraguay y Honduras, para premiar a Cuba y ocultar el montaje del gobierno de partido único en Venezuela. La OEA terminó volviéndose insulsa, como lo dijo Chávez burlonamente… tenía toda la razón. Hasta que llegó el actual secretario quien, a pesar de los regaños de Mujica, se compró el pleito con el régimen de Maduro.
En esta lista hay que colocar los desatinos de la diplomacia colombiana que pasó de la pugnacidad de las administraciones de Uribe a la connivencia de las de Santos sin encontrar nunca un criterio rector claro que le hiciera honor a una cancillería de trayectoria ecuánime, a pesar de su falta de profesionalismo. La nominación que hizo Colombia de Ernesto Samper para la secretaría de Unasur fue ominosa. Samper vio el mamut chavista y, además, se montó en él.
En gran medida la pérdida de brújula nacional se debe a las Farc porque la gestión presidencial del acuerdo condicionó la política exterior del país y porque, erróneamente, muchos amigos del proceso creyeron que el paquete incluía el silencio frente a lo que pasaba en Venezuela. Memoria de los apóstoles del chavismo: Farc, Petro, Piedad.
El Colombiano, 30 de abril
En América Latina hemos tenido dictaduras pero las dictaduras generan orden –ilegítimo pero orden– hasta el punto de que las tasas de homicidio más bajas del continente en el último medio siglo han sido las de la Cuba de Castro y el Chile de Pinochet. Hemos tenido guerras civiles en las que las responsabilidades, por definición, se distribuyen entre gobiernos y entidades sociales. Caídas verticales en los indicadores sociales, sin guerra de por medio, algunas veces en Haití. Pero dictadura, desorden y pérdida neta en desarrollo humano, a la vez, solo en la Venezuela chavista. Quedo sujeto a datos que amplíen o maticen esta apreciación.
En las democracias representativas el origen de todos los males está en la calidad de la representación y en el germen del chavismo están los yerros de Carlos Andrés Pérez y de Rafael Caldera, las alucinaciones del Teniente Coronel y los desencuentros de la oposición. Pero en el caso venezolano la contribución de algunos regímenes de la región fue inestimable: el silencio brasileño, los negociados argentinos, las complicidades boliviana y ecuatoriana, la exacción cubana.
Todos prohijaron el paulatino desmonte de las instituciones regionales y su suplantación por organismos espurios e inanes; convirtieron la gestión de la Carta Democrática Americana en una lucha partisana, prestándose para sancionar a Paraguay y Honduras, para premiar a Cuba y ocultar el montaje del gobierno de partido único en Venezuela. La OEA terminó volviéndose insulsa, como lo dijo Chávez burlonamente… tenía toda la razón. Hasta que llegó el actual secretario quien, a pesar de los regaños de Mujica, se compró el pleito con el régimen de Maduro.
En esta lista hay que colocar los desatinos de la diplomacia colombiana que pasó de la pugnacidad de las administraciones de Uribe a la connivencia de las de Santos sin encontrar nunca un criterio rector claro que le hiciera honor a una cancillería de trayectoria ecuánime, a pesar de su falta de profesionalismo. La nominación que hizo Colombia de Ernesto Samper para la secretaría de Unasur fue ominosa. Samper vio el mamut chavista y, además, se montó en él.
En gran medida la pérdida de brújula nacional se debe a las Farc porque la gestión presidencial del acuerdo condicionó la política exterior del país y porque, erróneamente, muchos amigos del proceso creyeron que el paquete incluía el silencio frente a lo que pasaba en Venezuela. Memoria de los apóstoles del chavismo: Farc, Petro, Piedad.
El Colombiano, 30 de abril
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