La decisión que tomó la mayoría el 2 de octubre está obligando a la dirigencia y a la sociedad colombianas a abordar un asunto que muchos quisieron pasar por el alto en el proceso de resolución del conflicto que las Farc le plantearon al país décadas ha: la inclusión de la oposición social y política cuyo vocero más conspicuo es Álvaro Uribe. El gobierno de Santos quiso hacer una paz a costa de lo que pensaba –ya lo sabemos– medio país, con todo lo que ello implica. Quizá no sea cortés decirlo, pero esa advertencia la hicimos varias veces a lo largo de estos años.
La victoria del no –tajante más allá de los números (“Un no contundente”, El Espectador, 04.10.16)– supone una distribución plural de los protagonismos, más allá del ejecutivo y de la dirigencia guerrillera. Se abren otras mesas de diálogo, emergen rostros ocultados, se barajan nuevas propuestas, cambian las consignas de las movilizaciones. Y ello supone también la asignación de un número mayor de responsabilidades. Nadie en este momento puede intentar escabullirse y salir de una escena en que se pedirán contribuciones a la resolución del escollo en que estamos.
Hoy el concepto político crucial es el de responsabilidad. Recordemos el esquema weberiano. La ética de la responsabilidad es distinta y, puede ser opuesta, a la ética de la convicción. La responsabilidad mira por las consecuencias, por los resultados; la convicción por los principios, las creencias. El político está obligado a poner la responsabilidad por encima de sus ideas; esa es su tragedia. Y en ese trance está obligado a hacer transacciones, a negociar, a ceder. El sociólogo alemán lo ilustró como una frase que no deja dudas, de antemano en política se pacta con el diablo.
Ya sabemos las responsabilidades que tiene el gobierno. Hay señales de que las Farc pueden escuchar el llamado a la responsabilidad. Es hora de interpelar a la oposición y pedirle responsabilidad. Antes que nada, que entienda lo que no entendió el gobierno: que ganó, pero que medio país piensa distinto y tiene otro planteamiento. El resultado sobre el que hay que trabajar es el acuerdo con las Farc. Escuchamos en la campaña que se quería mejorar el acuerdo, corregir sus defectos, en aras de otros valores como la justicia o la democracia.
Ahora bien, toda responsabilidad y toda meta se materializan en medio de oportunidades. La oportunidad es una configuración del tiempo –el tiempo propicio– donde se juntan personas, voluntades, circunstancias. La oposición llegó a una mesa servida, donde están el resto del país, las Farc y la comunidad internacional. No tenemos un horizonte abierto. La responsabilidad conlleva actuar en este tiempo y no en otro, en este ritmo y no en otro. Esa es la tarea y esa tiene que ser la exigencia a nuestros representantes.
El Colombiano, 9 de octubre
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