En 1985 se proyectó en las salas de cine “Los gritos del silencio”, película que relata el genocidio que el gobierno camboyano de Pol Pot produjo en sus primeros tres años contra su pueblo. Cuando la vimos, ya Vietnam había invadido a Kampuchea, había cambiado el régimen y estaba reconstruyendo su frontera norte devastada tras una incursión china. Una guerra a tres bandas entre Estados comunistas. La película la dirigió Roland Joffé y se basaba en un reportaje del periodista estadunidense Sydney Schanberg, quien acaba de morir.
En Camboya fueron asesinados 1.4 millones de personas, lo que representaba el 20% de la población. En este caso la palabra genocidio no es un abuso. Por los mismos años, el régimen chino admitió los excesos de la revolución cultural de finales de la década de 1960 con más tibieza de la que suponía la gran reforma de “las cuatro modernizaciones”. La cortina de bambú se estremeció con menos ruido que la de hierro. El sindicato Solidaridad planteó un reto insoluble para los comunistas polacos y las denuncias de Alexander Solzhenitsyn en “Archipiélago Gulag” (1974) se habían esparcido por todo Occidente. Aun así, muchos políticos e intelectuales desestimaron estos hechos y se sintieron sorprendidos con la caída del Muro de Berlín (1989).
Latinoamérica marchó a contrapelo del mundo y vivió una oleada guerrillera que pretendía alcanzar lo que los europeos del Este y los habitantes del Extremo Oriente estaban repudiando. La gran mayoría de la izquierda latinoamericana, y en ella gentes como Cortázar y García Márquez, pensaba y actuaba como si el socialismo fueran los bellos textos escritos en el siglo XIX y no los crímenes masivos y continuos cometidos en el XX. Y aquí pasaban cosas: el M-19 asaltó el Palacio de Justicia y las Farc se lanzaron al secuestro masivo y se anudaron a la empresa del narcotráfico.
Todo el mundo sabe las consecuencias de estos cambios. Fueron tan dramáticos que el historiador Eric Hobsbawm declaró que con ellos podía darse por terminada la centuria. Esta vez, América Latina se alineó con el mundo: nicaragüenses, salvadoreños, guatemaltecos, peruanos, de distintos modos hicieron un viraje. Casi todos los colombianos, con los procesos de paz de 1989-1994 y el acto constituyente que acaba de cumplir un cuarto de siglo. Casi todos, menos las Farc y el Eln. Casi todos, menos importantes sectores civiles que conservan sus muros mentales y con ellos amenazan con perpetuar, aún más, el derramamiento de sangre en el país.
La justicia transicional que viene permitirá oír el silencio sobre las atrocidades de las Farc, solo ellos pueden perder en ese trance. Los militares y muchos civiles ya han abonado mucho. Cuando se escuche ese silencio, será factible la desmovilización espiritual de los excombatientes y de quienes –entre insensatez y arrogancia– preservan los esquemas mentales del fratricidio.
El Colombiano, 24 de julio
1 comentario:
Con demasiada frecuencia, en nuestro país, los apasionamientos y fanatismos nos cierran los ojos ante realidades que son más que evidentes. Las reflexiones del profesor Giraldo y su capacidad de recordarnos lo que la historia ha demostrado hasta la saciedad como claro y verdadero es siempre un ejercicio alentador y objetivo.
Vale el debate, sin embargo; no podríamos tratar de sustituir un dogmatismo por otro. Solo es esperable un debate con altura y que se plantee desde la posibilidad de revisar las posiciones propias pues, si se inicia con la condición de no moverse un ápice de su visión del mundo, mas que un debate se plantean varios monólogos.
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