La paz no es de Santos. Nunca lo ha sido ni lo podría ser por más que durante seis años haya actuado como si lo fuera, obnubilado por el apoyo internacional y la adulación del círculo duro, aristocrático y lanudo, como decía García Márquez, que a veces lo perjudica antes que ayudarlo. Al cabo de 67 meses, el Presidente accedió a decir que “la paz no es mía” (“Santos abre la posibilidad de firmar acuerdo con las Farc en otra fecha”, El Colombiano, 09.03.16).
La paz no es de Santos porque la cultura nacional ha sido pactista: aquí se dispara y se negocia, y el orden de estos factores suele ser muy variable. Desde 1982 hemos tenido 18 negociaciones con grupos armados en Colombia, sin contar los arreglos vergonzantes con el narcotráfico. Negociaciones ideadas por presidentes conservadores y liberales, por hombres de partido y líderes solitarios, con criterios claros y sin ellos, con palomas y con manos firmes, aquí en la selva y en el exterior, con poco o mucho apoyo de las élites o de la ciudadanía.
La paz no es de Santos porque la actual negociación con las Farc no empezó en agosto del 2012 o, en todo caso, no en este gobierno. Lo que estamos viendo en La Habana, es la cuarta fase de una brega diplomática que empezó en 1982 con Belisario Betancur y tiene historias, protagonistas, modelos, referidos al uso con recursos toponímicos: La Uribe, Caracas y Tlaxcala, El Caguán, La Habana. Varios de los negociadores sentados hoy en la Mesa de Diálogos estuvieron en algunas de esas etapas, en la mesa, detrás o en otra parte del engranaje de las dos partes.
La paz no es de Santos porque el asentimiento de las Farc a sentarse en Cuba, tiene su explicación en la reestructuración del Ejército nacional y el Plan Colombia, iniciados en la administración de Andrés Pastrana y en la estrategia llevada a cabo por Álvaro Uribe. La negociación era el corolario indispensable de aquellos procesos. Como dijo hace tres años y medio Francisco Santos –con la franqueza que lo caracteriza como persona y lo perjudica como político– “Uribe hubiera firmado un acuerdo como este” (Semana, 08.09.12).
Ni de Santos ni de los expresidentes, ni de los negociadores de 35 años. Hay mucha gente, muchas organizaciones, muchos individuos que le han metido el hombro a la tarea de la paz, con malos y buenos argumentos, en momentos inoportunos y propicios. Esto que llamamos paz y que realmente es un acuerdo para la reintegración de las Farc a la comunidad política tiene muchos contribuyentes. Hubiera sido bueno que desde el primer día Santos hubiera reconocido que la paz no era de él, al menos no de él solo. Por eso sería feo un Nobel para dos tipos.
El Colombiano, 13 de marzo
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