Hasta hoy, la mayoría de los analistas políticos del país hemos coincidido en la certeza de que las negociaciones entre el Gobierno nacional y las Farc habrán de culminar con un acuerdo. Esa convicción proviene de la identificación de factores objetivos, tanto internos como externos, y de factores subjetivos.
Los factores objetivos han sido el balance estratégico de fuerzas a favor del Estado, el desprestigio y la ineficacia de la lucha armada, la ilegitimidad de la guerrilla, el abrazo de la democracia por parte de la izquierda latinoamericana, el consenso internacional contra el terrorismo y la rebeldía armada. En fechas recientes, la crisis de los gobiernos del socialismo del siglo XXI. Los factores subjetivos se concentran en la voluntad de las partes de finiquitar el acuerdo; una voluntad reforzada porque las Farc no tienen otra alternativa y el Gobierno la tiene pero no quiere ni pensarla.
Lo que va corrido del 2016 ha mostrado que las Farc –congruente con la evidencia de 50 años– son muy intransigentes cuando de hacer concesiones se trata. Las negociaciones trascurrieron muy rápido cuando se abordaron los temas de la agenda en los que quien daba era el Gobierno: tres acuerdos en menos de dos años. Cuando empezaron los temas en los que las Farc tenían que dar, la negociación se ralentizó. El acuerdo sobre víctimas se demoró año y medio. Ahora que se discute el fin del conflicto, las Farc vuelven a enredar la pita.
Hay que recordarle a medio mundo que las Farc tuvieron siempre dos planes: el plan A tomarse el poder y el plan B dominar una parte del territorio nacional. El plan A fracasó. Da la impresión de que en la Mesa de Diálogos quieren sacar adelante alguna forma del plan B. Su concepción de los llamados “territorios de paz” implica menoscabar la soberanía del Estado, perpetuar el control sobre su militancia e imponer un dominio privado sobre las comunidades de esas zonas, mantener la vigencia de su proyecto armado y hacer política en todo el país con los fusiles como respaldo.
El pulso que se está dando hoy en Cuba demuestra que las Farc carecen todavía de un elemento crucial para que el acuerdo sea posible: confianza. Cuando un acuerdo de paz se da entre dos entes soberanos, la voluntad basta. Cuando se trata de un acuerdo entre un grupo rebelde y el gobierno de un país no, porque este acuerdo siempre tiene que terminar con la reintegración de ese grupo a la sociedad mayor. Además de voluntad, esto necesita confianza.
La sintaxis sobrecargada de los acuerdos, sus vericuetos normativos, la red de instituciones que figuran allí, demuestran la profunda desconfianza de las Farc en la sociedad colombiana y su sistema político. Si, además, quieren mantener una insurgencia latente como presunta salvaguarda pueden acabar con el proceso.
El Colombiano, 27 de marzo
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