Hace muchos años, décadas, aparecía en El Colombiano una sección que se llamaba “Aunque usted no lo crea”. Venía en un recuadro, un pequeño texto acompañado por un dibujo, título entre puntos de admiración con un texto –en cursiva, si mal no recuerdo– que decía “por Ripley”. Wikipedia me dice que su autor era un tal Robert Ripley, que la serie comenzó en 1918 y que tuvo versiones para radio, televisión y hasta un museo.
Por algún ardid de la memoria recuerdo mucho una de esas viñetas. Hablaba de José Stalin, el feroz dictador soviético, famoso por el asesinato de sus camaradas y el asesinato en masa de millones de opositores o simples sospechosos de serlo. El cuento de Ripley era que durante la revolución bolchevique Stalin no permitía que se destruyera la infraestructura de Rusia, consciente de que cuando estuviera gobernando tendría que reconstruirla. ¡Aunque usted no lo crea!
Cuando uno ve a las Farc dedicadas a tumbar torres eléctricas, oleoductos, puentes, carreteras, acueductos y más. Cuando ve que no les importa dejar sin luz a centenares de miles de pobladores, sin agua a miles, y humedales, ríos, estuarios y hasta el mar, contaminados de petróleo. Digo, cuando uno ve a las Farc en esas, concluye que, a diferencia de Stalin, ellos no tienen esperanza de vencer. Pero que también los tiene sin cuidado lo que la población piense de ellos. Como si nunca se imaginaran en el trance de pedirle su apoyo y sus votos.
No extrañan, por tanto, los resultados de la encuesta Gallup presentados esta semana. Para el 77% de los colombianos la situación del país ha empeorado en relación con la guerrilla. El apoyo a los diálogos bajó a los niveles que tenía en los tiempos de El Caguán (45%), inferiores a cualquier momento de los últimos tres gobiernos, incluyendo las administraciones de Uribe. En el país hay un “pesimismo con el rumbo del país solo similar a las épocas del presidente Samper, cuando ocurrió el proceso 8000” (Juanita León, “Es la guerrilla, estúpido”, La silla vacía, 01.07.15).
Aparte de Santos, el más damnificado es el proceso de paz de La Habana. Y es que –tal vez esto ya lo había dicho antes– el peor enemigo del proceso son las propias Farc. ¡Qué Procurador, ni qué Uribe! Yo creo que tienen voluntad de firmar, pero sus problemas internos, la desmesura de sus pretensiones y la inercia atávica de matar y bombardear, no los dejan avanzar.
Y el tiempo se acaba. Si las Farc no se apuran van a dejar en entredicho la posibilidad del acuerdo, después de 10 años discontinuos de negociaciones, por cuarta ocasión en 30 años y otra vez por su miopía. En la Mesa de Diálogos el gobierno ya dio lo que podía; ahora les toca a ellos.
El Colombiano, 5 de julio
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