Este año se están cumpliendo 80 años del nacimiento y 25 de la muerte de Estanislao Zuleta, el filósofo, pedagogo e intelectual antioqueño. Zuleta dejó a un lado su trabajo más académico ante las urgencias que empezó a vivir la sociedad colombiana en la década de 1980. Atendió las invitaciones que le hicieron los gobiernos de Belisario Betancur y Virgilio Barco para acompañar iniciativas en los campos de la educación y los derechos humanos.
Pero sus intereses prácticos eran más amplios. A veces se vio obligado a examinar la situación del país desde una perspectiva sociológica. En un texto escrito durante el último año de su vida efectúa un apunte sobre la oposición en Colombia y dice dos cosas. La primera, que aquí “la oposición no se expresa con su crítica directa”; la segunda, que “la oposición opera como una fuerza de inercia, disolvente, ausentista, capaz de trabar, aplazar e impedir las reformas que casi nunca se atreve a combatir” (Colombia: violencia democracia y derechos humanos, Ariel, 2015, p. 167).
Un cuarto de siglo después gran parte de los analistas y de la prensa especializada sigue sin entender esta diferencia que percibió Zuleta. Aquí mucha gente cree que el opositor es el que critica, con razón o con poca, con urbanidad o sin ella. Es decir, la oposición discursiva y deliberante, llámese Álvaro Uribe o Claudia Gurisatti, que tanto molesta a las mentalidades antiliberales. Lo que sostiene nuestro reconocido intelectual es que esa oposición no opone en el sentido práctico de la palabra, no es una resistencia fáctica ante el poder.
La oposición eficiente es silenciosa, solapada. Pensemos, por ejemplo, en las reformas que Santos enunció (llamarlas intentos puede ser exagerado) en materia de justicia, salud, educación, equilibrio de poderes. ¿Debido a quiénes fracasaron total o parcialmente? A los miembros de las bancadas de los partidos de unidad nacional, a los dos centenares de congresistas anónimos que los jefes políticos han puesto en el congreso para que estorben. Estorbar es la manera como se ejerce la oposición. Los tipos no discuten, no hablan mal del Presidente ni del gobierno: simplemente no van, si van se abstienen, si votan en contra.
A Zuleta no le tocaron estos tiempos en que la oposición eficaz desbordó el perímetro parlamentario. En el siglo veintiuno, cuando el Presidente decidió porcionar el Estado entre las facciones políticas: la fiscalía para el samperismo, la procuraduría para el uribismo, el cemento y la plata para Vargas Lleras, una menuda para Gaviria. Esto ha permitido que la oposición se haga dentro del aparato administrativo del Estado. La oposición real.
Sin entender a Zuleta, los observadores de la política andan como sabuesos persiguiendo el conejo de San Antonio, mientras los verdaderos cazadores tuvieron tiempo de matar, asar y comerse el de ellos. Tanto candor no deja.
El Colombiano, 12 de julio
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