El caso del robo de celulares y otros dispositivos tecnológicos se ha vuelto endémico en todo el mundo. Y la razón es simple: nunca antes en la historia de la humanidad tanto valor había sido concentrado en tan poco espacio, ni había adquirido tantas propiedades de movilidad y visibilidad. Si uno le preguntara a cualquier cristiano si saldría a la calle, a plena luz del día, en cualquier ciudad del continente americano, blandiendo un fajo de billetes por totales de 500 mil o 2 millones de pesos, respondería que ¡ni riesgos! Pero la realidad cotidiana es que lo hace. Saca su teléfono inteligente en cualquier lugar, lleva su tableta en la mano o sobre el tablero del carro, y se vuelve un auténtico “walking dead” con sus costosos audífonos.
Según Jeremy Hsu y Nick Hide (spectrum.ieee.org) este delito ha crecido exponencialmente en las islas británicas y los Estados Unidos, países con suficientes estadísticas y paranoia como para mantenerse atentos con el tema. Sin contar otros “gallos”, solamente teléfonos celulares, en Estados Unidos se robaron 113 aparatos de estos cada minuto en el 2012. Solo para Nueva York, el 14% de todos los crímenes correspondía a robos de iPhones y iPads.
En Medellín y en Colombia se ha tratado de armar un pequeño escándalo con el robo de celulares, pero nuestros datos son muy bajos. Aquí apenas se roban 3 celulares por minuto (El Tiempo, 19.03.14). Más pobres o menos ladrones, no se sabe. Lo cierto es que aun corrigiendo los datos por población, en Estados Unidos se roban 6 veces más celulares por minuto que en Colombia.
El robo de celulares es un crimen casi perfecto porque casi todos ganan. Ganan los fabricantes de aparatos, ganan las empresas operadoras, ganan los comerciantes de aparatos legales o robados y ganan los consumidores inescrupulosos que compran robado. El único que pierde es el asaltado, aunque a veces cree que gana: al otro día del robo, dirá que ya iba siendo hora de cambiarlo.
El robo de celulares es un crimen oportunista. Como dicen el viejos dicho: la oportunidad hace al ladrón. El exhibicionismo y el descuido son los propiciadores del robo. Dado que no se le puede poner un policía a cada persona, la única posibilidad de control proviene de la presión del Estado sobre las grandes compañías del sector, ya que ellas son las únicas que realmente pueden detener el robo, como lo reconoció el Alto Consejero para la Seguridad y la Convivencia Francisco José Lloreda (El Tiempo, 14.01.14).
Medellín no puede descuidar su atención fundamental al homicidio en materia de seguridad dado que, a pesar de los éxitos, aún tiene tasas altas de muerte violenta. Nuestras tasas de victimización son comparativamente bajas y la política pública no se debe distraer por la histeria del robo.
El Colombiano, 6 de abril
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