Se acabó el Foro Urbano Mundial (FUM) y a muy pocos se les pasó por la cabeza la magnitud del evento del que Medellín acaba de ser sede. Silvia Parra tratando de ponerle dimensiones habló del “evento más grande del año” (Semana, 06.04.14). Es mucho más que eso. El FUM es el equivalente de las cumbres de Naciones Unidas sobre desarrollo: establecen agendas, metas y lineamientos de política. Una cumbre de estas nunca es “una simple reunión social de mentes brillantes”, así para el hombre de la calle los efectos no sean tan visibles.
El historiador inglés Eric Hobsbawm señaló los rasgos que definirían los problemas más importantes del siglo XXI, cuando advirtió que por primera vez en la historia habría más seres humanos vivos que todos los muertos desde el primer día, que apenas ahora hay más gente viviendo en ciudades que en el campo y que ya somos capaces de hacer invivible el planeta. En síntesis, los problemas demográficos, urbanos y ambientales serán los cruciales en este tiempo.
Así que la reflexión propiciada en el FUM y sus consecuencias debe ser trascendental. Y no solo para las grandes urbes tradicionales. Lo que nosotros llamamos, con cierto anacronismo, pueblos son en su mayoría ciudades con los mismos problemas urbanos característicos, solo que a otra escala. Lo cual implica un reto para la ciudadanía, los técnicos y los políticos.
Mención aparte merece el provincianismo de los lugares comunes provenientes de la crítica, algunas veces bien intencionada pero casi siempre ingenua. Que la cumbre costó tanto dinero, que se trata de pura cosmética y se esconden los problemas. No me lo creo. Hablé con la delegada de una organización civil con sede en Washington y me dijo que era la primera vez que veía un alcalde anfitrión hablando de los retos de seguridad de su ciudad. Vi las fotos del presidente de la Fundación Ford en la comuna más pobre de Medellín, pero cuando estuve en la cumbre social de 1995 no me llevaron a ver la miseria danesa (que la hay).
La crítica más pendeja de todas es la de la plata. No solo porque los réditos tangibles inmediatos del Foro y la participación de los gobiernos, empresas, académicos y organizaciones sociales, son relativamente fáciles de ver, sino porque los beneficios intangibles y de mediano plazo son inestimables.
A veces da la impresión de que la generación del no futuro –la que tanto sufrió entre 1985 y 2003– se resistiera inconcientemente a zafarse del pasado, a voltear la hoja y a mirar hacia adelante, como si 25 años de mala prensa bien ganada fueran insuficientes. Como dijo Enrique Peñalosa sobre el asunto, las ciudades tienen que permitirse soñar y convertir esos sueños en compromisos de sus dirigentes y de la próxima generación.
El Colombiano, 13 de abril
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